Prefacio

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El galope del caballo competía con el acelerado latido de su corazón. Los ensordecedores gritos de guerra y el que producían las espadas al chocar provocaban una incómoda vibración por todo su cuerpo. Una mezcla de adrenalina y temor corrían como fuego líquido por sus venas.



Había pequeñas luchas a su alrededor. Pero Sawamura no podía detenerse a ayudar a sus camaradas. Cada uno tenía un papel importante en la batalla. Buscaban lograr un efecto domino al ir derrumbando una por una las piezas clave con las que contaba el enemigo. Cada guerrero estaba a cargo de deshacerse de algunos de los más importantes miembros por los que se componía el ejercito de él. Y Sawamura no era la excepción. Él consiguió que le confiaran el exterminio de la pieza más importante. El castaño debía encargarse de poner en jaque a Inashiro al deshacerse del rey, de Narumiya Mei. Matándolo a él, eliminarían su odiada estirpe y lograrían que el pueblo por fin fuera libre.



Llegó al castillo. En el patio todo era caos. La sangre tintaba las paredes y los cuerpos inertes que desperdigados se encontraban por el patio eran ornamento de la guerra. El miedo que sentía redobló su intensidad. ¿Qué tal si Miyuki había muerto? Ante ese fatídico pensamiento sintió que se formaba un nudo en su garganta; tragó con fuerza en un inútil intento por deshacerlo. Movió la cabeza de un lado a otro tratando de ahuyentar las musarañas que nublaban su mente. No era momento para pensar en ello. No ahora que la victoria se encontraba tan cerca y casi podía arañar con sus maltratadas uñas ese deslustrado deseo.



Detuvo un momento el corcel y miró a su alrededor. Rogaba que su retraso no le hubiera proporcionado a Mei la oportunidad de escapar. Pasaron los segundos. Sawamura se debatió entre lo que debía y lo que podría hacer pero ¡nadie le proporcionó un plan de contingencia por si se presentaba algo que no pudiera controlar! ¿Qué tal si ya era muy tarde? ¿Qué, si todo ya estaba perdido?



Antes de que sus pesimistas pensamientos tuvieran la oportunidad de arrastrarlo a la miseria, vio esa llamativa y odiada cabellera dorada. Mei Narumiya trataba de escapar. Él y sus hombres más cercanos iban a trompicones hacia la salida. Sin embargo, no la tenían fácil. Los rebeldes intentaban detenerlos y algunos morían en el intento. El castaño vio ahí su oportunidad. ¡Era ahora o nunca!



Colocó el arco en posición y tensó la flecha. Sonrió con anticipación. Podía ser que ese acto únicamente fuera una venganza disfrazada de justicia y que eso no fuera del todo correcto pero nadie ahí podría ni se atrevería a negar que acabar con Mei era proporcionarle un bien e los demás. Esa acción no sólo era guiada por el dolor que la perdida de sus padres, de sus amigos y de Wakana le provocó, también era guiado por todas esas vidas que injustamente fueron arrebatadas y sacrificadas por la ilimitada avaricia de Narumiya.



Dejó ir la saeta. Ésta impactó en el pecho de Mei. Lo vio caer. La exorbitante euforia hizo que Sawamura perdiera el piso. Le tomó un segundo darse cuenta de que el caos a su alrededor se intensificaba. Parpadeó. De manera inesperada una punzada de dolor lo recorrió. ¿Sí había hecho lo correcto por que le dolía tanto? Llevó la mano a su pecho y lo notó. Él también tenía una flecha incrustada en el torso. Tosió y la sangre escapó de su boca.



Elevó la mirada, casi como si fuese una plegaria, y ahí lo vio. Itsuki Tadano, uno de los guardias personales de Mei, se erguía orgulloso sobre una de las torres. Sawamura abrió los ojos con sorpresa. Ya que él seguía vivo era obvio que Furuya falló. ¿Eso significaba que Satoru había muerto? Los ojos se le llenaron de lágrimas.



En medio de ese caos, recordó una tarde en la que estuvo con Miyuki. Por aquel tiempo habían comenzado a conversar más y, en una de esas charlas, él le preguntó si no tenía miedo de morir. Sawamura había creído que el odioso estratega le contestaría con una de sus características respuestas sarcásticas pero no lo hizo. Contrario a lo que suponía, Kazuya le aseguró que antes de conocerlo a él, no empero, ahora si ya que por fin encontró una razón por la cual valía la pena vivir.



No mueras, idiota.



Fue lo único que Miyuki le pidió. No pudo contener el llanto al escuchar que alguien gritaba su nombre. Es él. Probablemente su estúpido descuido a los dos les rompería el corazón. Su cuerpo se hizo más pesado, sus parpados comenzaron a cerrarse lentamente. De un momento a otro, la luz fue perdiendo brillo, fue diluyéndose... Sintió que alguien tiraba de él. Las tinieblas lo engulleron. Sólo quedó la aterradora oscuridad.



¡Perdóname Miyuki Kazuya!

Lucha o Vuelo [MiSawa] [DNA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora