Capítulo 6

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Los cuatro avanzaban a buen ritmo, sin más imprevistos que se interpusieran en su camino. Al tercer día, finalmente llegaron al descampado cercano a Édoras. Ante ellos se alzaban las majestuosas montañas del sur, con sus escarpadas laderas y sus colinas formadas por el avance de los glaciares. Y en la cima de una de esas montañas, una gran muralla se erguía con orgullo, orientada hacia el este.

Todos detuvieron sus monturas, admirando el paisaje.

"Édoras, la corte de Rohan –dijo Gandalf-. Méduseld es el nombre del palacio dorado, y en sus salas nos encontraremos con Théoden, el rey. Pero no puedo asegurar que seamos bienvenidos. El mal de Saruman ha crecido entre esos muros, así que estén alerta."

Tras eso, el mago hizo avanzar a Sombragris. Los otros dos caballos lo siguieron.

Cuando se acercaron a Édoras, Legolas comenzó a sentirse intranquilo. Estaba a punto de aventurarse en el territorio de los hombres, algo que nunca se le hubiera ocurrido hacer solo. Pero a pesar de estar acompañado, se sentía sofocado y con dificultad para respirar. Las horribles memorias de su pasado lo asaltaban una vez más.

Gimli notó cómo tensaba la espalda y se hacía una idea de qué lo causaba.

"¿Legolas? ¿Estás bien?"

Legolas tardó tanto en responder que Gimli estuvo a punto de llamar a Aragorn y a Gandalf. Pero entonces, el elfo dijo suavemente:

"Espero que sí, Gimli."

El enano le apretó el brazo derecho como muestra de apoyo y Legolas le devolvió el gesto, dándole unos toquecitos en la mano. Gandalf y Aragorn no se perdieron el intercambio y se miraron.

Finalmente, llegaron a la puerta de entrada a Édoras. Como sospechaban, los guardias les prohibieron el paso.

"¿Y eso por qué?" –preguntó Gimli, con calma.

"Tenemos órdenes de Grima, Lengua de Serpiente, el consejero del Rey Théoden. Ha prohibido que entre cualquier extranjero. Son tiempos peligrosos. Tenemos que ser más cuidadosos a la hora de permitir la entrada a visitantes."

"¿Te refieres a Grima, de la torre de Orthanc? –Gandalf entrecerró los ojos, contrariado-. Mi mensaje no es para Grima, sino para Théoden. Así que dile a tu rey que yo, Gandalf, demando una audiencia. Podría entrar a la fuerza, pero preferiría llegar de una forma más honorable. Así que no me obligues a hacerlo de otra manera."

Los guardias se miraron, ansiosos, y entonces uno de ellos entró por una pequeña puerta. Después de un tiempo, volvió con un guerrero de mayor rango.

"Soy Hama, jefe de la guardia –dijo, observando a los viajeros con suspicacia-. Le hemos hecho llegar al rey tu... demanda, Gandalf. Pueden ver al rey, pero tienen que dejar las armas fuera."

Legolas se puso rígido al escuchar eso. ¡No voy a entrar desarmado!

Hizo el amago de coger el arco y una flecha, furioso, pero Aragorn le sujetó las manos rápidamente. El montaraz lo miró, suplicante. No estás solo, Legolas, parecía decirle en silencio.

Tras lo que pareció una eternidad, Legolas finalmente se relajó. Asintió hacia Aragorn, el cual le soltó las manos.

"¿Tenemos tu palabra de que cuidarán bien de nuestras armas?" -preguntó Aragorn, aliviado, al ver que Legolas iba a controlarse.

Hama había visto la reacción de Legolas, pero no hizo comentarios.

"Tienes mi palabra."

Las puertas se abrieron de repente para dejar entrar a los caballos. Las atravesaron con Hama y llegaron al gran patio de Édoras. La gente se volvió para ver a los recién llegados. Todos se hacían preguntas al ver a Gandalf y le echaron un vistazo al enano y al hombre desaliñado, pero el que más llamó su atención fue Legolas, pues nunca habían visto a un elfo. ¡Y menos a uno tan magnífico!

Alma TorturadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora