48. Lazos rotos

163 24 2
                                    

― Puedo venir a comer a mi casa si me da la gana.

― Raúl.

Mi hermano me miró de una forma extraña al meterme. Le miré de arriba abajo: estaba flaco, muy flaco. Nunca se le había notado el hueso de la mejilla. Siempre fuimos grandes, 'musculosos' decía mi madre, pero sí, un poco gordos. Ahora Raúl se veía desinflado.

― Has crecido mucho, Uber...

― Sí.

Halé a mi abuelo a la sala, mientras Raúl se iba a comer a la cocina con mi mamá.

― ¡Qué bolas!

― ¡Chst!

― Tú a mí no me chites, carajito.

― Abuelo... No pelees.

― Sí, sí. Está bien. -se cruzó de brazos, casi exactamente igual como yo lo hacía. -¡Le está dando pasticho! ¡PASTICHO!

― ¡Ya sé!

Mi abuelo era un viejo muy independiente, con gestos bruscos de las manos. Hacía todas sus compras, diligencias... le enseñamos a usar un teléfono inteligente hacía seis años, y desde que había superado el luto de mi abuela.

Siempre protegió a mi mamá, incluso de mi papá. La amaba muchísimo.

― ¿En serio no te molesta que ese carajo esté aquí?

Negué con la cabeza, pero no lo miré. Suspiró.

― Bueno, son hermanos después de todo... Menos mal eres un muchacho más enfocado. Has crecido mucho desde hace un año. Estoy orgulloso de ti.

Lo miré ilusionado. Me sonrió, y puso su mano en mi hombro. Él no era un hombre de muchas palabras, parecía siempre decir las correctas cuando decidía soltar alguna

Me preguntó si tenía novia.

― Aún no...

― ¿Cómo que aún no? ¿Y con lo que me mostraste, no le gustó o qué?

Me sonrojé. Le había escrito un par de cosas, intentando imitar a Neruda. Mi abuelo las corrigió un poco y me las devolvió. Yo las veía casi iguales, la cosa es que no había podido dárselas. Quería que fuera en algún momento... Más propicio.

― No se lo he mostrado. Bueno... Ella aún no quiere, creo.

― ¿Crees? ¿No le has preguntado?

Le conté -le repetí, más bien- cómo había sido mi proceso con Vio. No interrumpió en ningún momento, salvo para que le repitiera algo que no había entendido.

― ¿La quieres?

Asentí despacio.

― ¿Y qué le gusta a ella?

― Tomar fotos, leer... ¡Eh! ¡Es posible que te conozca!

― No creo, hijo -se rió-. No soy reconocido, y si lo soy es sólo porque soy viejo.

Mi abuelo escribía todos los días, había publicado tres o cuatro libros y lo habían entrevistado en la radio. Dijo que el dinero que recaudó sería para nosotros cuando nos casáramos. Ahora sería mío solamente. Me lo dijo el día siguiente que mi hermano se fue de casa.

― No digas que eres viejo.

― Soy viejo, Ángel. Algún día moriré... mientras tanto, espero poder dejarles algo a... dejarte algo. Menos mal sólo tengo dos nietos.

― Menos mal... si no, no sería tu nieto favorito

― No estoy seguro que seas mi nieto favorito.

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora