Parte Tres.

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       El desastroso milagro se había derramado tanto sobre el asfalto transitorio de Grudziądzka que las suelas de sus zapatos intentaron cruzar pasos sin buscar un accidente peatonal hecho por sí mismos. La tarde pendía de paletadas heráldicas y de roces gélidos, los cuales caían sobre sus cuerpos que caminaban de par en par, volviendo el camino más taciturno que lo que Aurèle creó con su presencia desde un inicio. Evzen mientras tanto ubicaba sus manos como un puente de calor sobre su respiración, trasladando sus resuellos hasta la piel que este vapor tocaba. Parte de su atención se postraba en Aurèle, quien mostraba una determinación que se regía de un auge positivo. Aurèle mientras tanto caminaba con sus brazos extendidos como si estuviese practicando levantar vuelo, como si quisiese planear alrededor de algún alud, pero aquello sólo elevaba las incógnitas de su consiguiente, quien se preguntaba sobre lo que este nuevo personaje sería capaz de hacer. Evzen no tardó ni un segundo para creer que aquella actitud parecía disfrazar el temor que Aurèle tenía por los Mantos de cobre. Aquello se relataba en el primer acto pero tampoco se mostraba como un sentimiento de odio, sino todo lo contrario. Medrana. Se mostraba como nada más que medrana. Y todo aquel temor no hacía más que confundir los hechos en algunos puntos.
       En aquel encierro mental se le vino a su pensamiento el libreto, el cual había analizado con un toque de cuidado. "El país con un nombre roto" se llamaba. Se decía situar en alguna parte de Toruń, con algunas ruinas redundando entre los recovecos de un bosque sin nombre, como si la ciudad fuese escrita en un sitio accesible pero a la vez ficticio. En el apartado no se relataba una época en específico y ni siquiera se definía un idioma conocido en la ciudad.

       El primer acto comenzaba con Aurèle cruzando raíces de árboles gigantes, los cuales se hundían entre lodo y maleza, como si un pantano se hubiese propiciado de la utilidad del bosque. Ocarinas sonaban como si llamasen a alguien o como si anunciasen la venida del anochecer. Aurèle huía porque escuchaba pasos tras él, escuchaba los cascos de algunos caballos y sentía que la persecución no alcanzaba algún fin certero. Para cuando la respiración escaseaba de sus pulmones y el trote de sus perseguidores comenzaba a menguar, la noche ya era partícipe y la perdición estaba cerca. De la nada un susurro le indicó aproximarse a un arroyo y de inmediato presenció gritos provenientes del otro lado del bosque. Cuando su vista se dirigió al punto tras sus huellas, no existía alma alguna que le siguiese, aunque los alaridos continuaban. Aquel deselance lo desvió del camino hacia ninguna parte y se adentró en la profundidad. Sus pasos presurosos se dirigieron sin prestar cuidado a pesar que también escuchaba las sonatas de los búhos mezclarse con la de las áquetas, provocándole un mal acerbo en su interior, mas sin embargo cuando llegó al pericentro de tales aullidos entendió que había tomado la decisión correcta. De inmediato se aventuró a trepar aquella cúspide de lodo y al estar en la cima notó que se trataba de una gruta. Aurèle tragó en seco y elevó sus respectivos rezos hacia las deidades en quienes sus camaradas del navío confiaban y se adentró en él. Estaba sucio, atestado de piedras preciosas y cubierto de una temperatura fría y húmeda que se calaba hasta sus huesos. En menos de nada los gritos volvieron a llenar el espacio y él se mostró determinado en seguirle el rastro, brindándole una fidelidad por haberle salvado la vida pese a que todavía no le conocía. Por cada pisada que daba su respiración se dificultaba mientras que el céfiro se intensificaba, volviéndose tan denso como una neblina azul. Por momentos se mostraba como si deseara escapar de la ayuda y volverse para atrás, pero en otros sólo quería continuar aún si se trataba de alguna trampa impuesta para los incautos. Justo cuando creyó ver una pequeña luz plateada bajando del techo, se encontró con el ser de los alaridos, los cuales morían en cada bocanada de aire que buscaba. Aurèle pronto comprendió que la persona extendida en el suelo pedregoso se estaba intoxicando con alguna especie de espora y no le quedaba mucho tiempo de vida, y aunque le cabía la duda de preguntarse cuánto tiempo le quedaba a la suya se cubrió su nariz, actuó rápido y acudió a ésta persona como si de esa manera fuese capaz de limpiarse de todo pecado por el cual se le sentenciaba. Al estar a una distancia prudencial y viable, se sacó su capotillo gríseo, se lo colocó alrededor de su cabeza, le atrajo hacia él y poco a poco fue restableciéndose su respiración, consiguiendo así que la persona —resultando ser una chica— le mirase sin escrúpulos y le dedicase una sonrisa de agradecimiento. Anticipándose a otro posible desastre buscó entre su dinerario un par de brazaletes cubiertos de zafiros, entregándole uno a Aurèle para que de un momento a otro ambos se lo amarrasen a la muñeca. Al ponérselo ella rápidamente extendió su brazo y señaló a un área de la gruta que había sido opacada por el reciente brillo de la luna y habló:
       «No fue una coincidencia que me hubieseis rescatado de la muerte, ¿sabes?»
       «¿Por qué lo dice, señorita?»
       «Porque tu corazón aún no ha sido mancillado aunque seas un forastero proveniente de tierras malditas»
       Aurèle se encontró en una crisis nerviosa por el temor de ser delatado por una citadina que lucía un hermoso vestido de tejido fino y rápidamente se inclinó ante ella suplicando piedad:
       «No tengo a nadie en esta tierra de todos, no soy más que un simple pirata que no habla sino el idioma más pagano que le pudieron haber enseñado. Por favor, ayúdame...»
       Al mirar su rápida reverencia, ella se sintió nerviosa y miró a otra parte:
       «...Mérida» soltó con dificultad «Mi nombre es Mérida Kotschy y soy la hija del rey Lukasz Kotschy II...pero aún así no busco ni tengo el interés de desterrar a alguien y más porque sacrificó su vida para salvar la mía»
       La risilla de Mérida no se hizo esperar junto a su mano extendida en son de pedir igualdad. Aurèle levantó levemente su cabeza y estrechó su mano con la de ella.
       «...Mérida...mi nombre es Aurèle...Aurèle Dunne»
       Una sonrisa aliviada se formó en ambos y como si la cálida presentación fuese un ruido atosigante, los inmiscuidos seres se alborotaron y comenzaron a esparcirse por toda la estancia. Mérida tomó la mano de Aurèle y lo guió directo a algún rincón que aún no hubiese sido tocado por las esporas ni por la luna.
       «Escúchame bien y no te vayas a atosigar» sentenció y volvió a meter sus manos en su dinerario para alzar lo que parecía ser una gema octagonal de color bronce «La guerra entre las naciones vecinas se aproxima y al estar tan asustada recurrí a los libros prohibidos para encontrar que la única forma de contactarme con alguna de las brujas de antaño es conseguir la gema Lustro, la cual sólo se puede hallar entre las cuevas de las Polillas de fuego...y por como ves, resultó ser verdad»
       «¡Mérida, cuidado!» le interrumpió Aurèle con sus ojos silvestres en plena desesperación «¡Tienes dos seres entre tus copas de blanco!»
       Al notarlo Aurèle tomó su antebrazo, empujando de plano las polillas de fuego para luego emprender pasos veloces en busca de la salida. Ambos corrieron a través de aquella espesa bruma azul, siendo protegidos del desfallecimiento gracias a los brazaletes y en un dos por tres lograron salir de la gruta, viendo cómo sus perseguidores volvían a sus respectivos espacios dentro de la cueva. De inmediato Mérida regresó la gema Lustro a su dinerario y se volvió a él, mirándole con un rostro dispuesto y regocijado:
       «Aurèle, si no tienes deseo de pasar el resto de la noche en una embarcación con aroma a trucha, ¿te gustaría venir al castillo conmigo?»

       Al venir en sí, Evzen captó que estaba cercano a su objetivo, que con sólo cruzar a la avenida Wiśniowa estaría en su casa y que quizás la soledad continuaría dentro de esta pero cuando volteó hacia atrás, notó que Aurèle seguía ahí, incrustándole su cálida mirada silvestre y mostrándole que su presencia no mentía para afirmar que la ligera nevada que estaba cayendo sobre él no le había atrofiado la vista a la realidad. Pese a las incógnitas que le rodeaban con severidad, Evzen no hizo más que sentirse jovial hacía a él e intentó darle soporte a quien apenas buscaba su personalidad perdida.
       —Aurèle, sé que quizás no entendamos a plenitud lo que está pasando pero de algo estoy seguro: Aquellas "polillas de fuego" no te harán daño, no mientras estés en esta realidad conmigo. No permitiré que eso suceda y verás que juntos lograremos tocar siquiera una, ¿entendiste?
       Aquella aclaración sorpresa logró que Aurèle comenzase a hacer diferentes clases de gestos, como si luchase para formar las palabras correctas hasta que dio con la única respuesta que encontró factible en la ocasión: Una sonrisa. Ésta fue tan poderosa que provocó que la mirada decisiva de Evzen tambalease y buscase muchas maneras para volverla a sostener en pie. Después de carraspear varias veces, Evzen no hizo más que presionar el botón de pase peatonal y ambos esperaron a que el semáforo cambiase en favor a ellos.

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⏰ Last updated: Aug 22, 2017 ⏰

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El conjuro de Wiczy.Where stories live. Discover now