Parte Uno.

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       El humano que se zambulle entre lagunas existenciales sufre de un tremendo y radical cambio. Constatemente la afonía se envuelve en sus cuerdas vocales y la sesión de dolor prevalece entre el susurro de palabras intangibles, al punto de guardarse hasta la última de las penas para ocasiones futuras, o eso demostraba el estribillo con respecto a Aurèle en las páginas que se le habían encomendado a Evzen semanas atrás, pero, con respecto a la persona que se le había presentado en bandeja de plata, la causa y actitud sonaba como si hubiese ignorado su propia naturaleza y hubiese escalado hasta salir de las aguas que lo apresaban. Evzen no comprendía siquiera verlo moverse como un niño que descubría con lentitud las partes olvidadas que seguramente había visto en El buen otoño cada vez que intentaba entrar en el personaje de turno, pero tenerle en persona no le ayudaba en lo absoluto. En cada tremebunda escena, en donde se adentraba en las oscuras aguas de aquellos monólogos, un inusual personaje lograba propinarse de la atención de Aurèle. Sus alas encorvadas y lisas, su color níveo, anaranjado y púrpura iridiscente; su inusual forma de volar...todo aquello apantallaba sus ojos de zorro silvestre, colocando su aura cercana al de los abedules blancos que se empecinaban en mostrar la soledad iracunda y sonreía como si fuese la primera vez. La llamarada escocía entre las entrañas de Evzen y el sentido de ser se quebraba porque intentaba asimilar la pequeñez que desde chicuelo había tirado al caño, descomponiendo los hechos que flotaban como el Manto de cobre que sobrevolaba en el campo de visión de Aurèle e intentaba propinarse de sus confusas acciones para implementarlas en la obra.
       —"No comprendo tus temores, mas sin embargo, ¿cómo has sabido comprender mis vacíos?"—preguntaba Aurèle como si el Manto de cobre fuese capaz de responderle.
       Al sacar a relucir tales palabras, el libreto cayó de las manos de Evzen y se propinó a avanzar con incertidumbre frente a Aurèle quien, como en días de suma exageración de nubes, balbuceaba muchas de las escenas que parecían olvidadas en el baldío de su —no tan incongruente— memoria.
       —¿Has logrado recordar algo?— preguntó Evzen con la garganta seca y el nerviosismo alto.
       —"Cómo lo desearía..."
       El Manto de cobre se inmutó desde la ramilla en la cual se había posado y emprendió camino, sin mirar atrás y olvidando haber sido vista por el corazón de Aurèle perdido entre lo desconocido y por la mente de Evzen que contenía una constante marejada de preguntas fluyendo.
       —Vamos Aurèle— decía Evzen moviendo ligeramente sus dedos—, o llegaremos tarde a casa.

El conjuro de Wiczy.Where stories live. Discover now