Parte Cero.

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Entre los baldíos de aquél bosque al cual Evzen acostumbraba llamar como El buen otoño, los ecos de los vientos se resquebrajaban con la finalidad de cantar la neblina, acompasar los búhos mezquinos y alcanzar su voz aún cuando permanecía encorvado. Evzen se movía con nerviosismo, cogía un poco de aire y continuaba de nuevo, esperando no pensar en la multitud exaltada, los aplausos consecutivos o los penosos abucheos. Las páginas se movían, rugiendo, y aguardaban a que sus palabras fuesen enaltecidas, pero otra vez y como profetizaba el arrullo de noviembre, la voz de Evzen escaseaba y quizás se debía al hecho que Melka le había abastecido de una personalidad aciaga concerniente al personaje que por azares del destino se atrevería a protagonizar.
No era la primera vez que lo infausto le envolvía. El hecho había pasado ocho años antes. En el entonces la inocencia era un valor más que suficiente para que él fuese electo a participar en la presentación de "El elogio de un árbol", una obra que se regía en una historia no apta para débiles en espíritu. El protagonista corría hacia un destino sin retorno hasta que las sombras le alcanzaran y lo desplazaran a un bosque perdido entre los mares antiguos e inquebrantables. Los abetos blancos que reinaban en aquella isla se mofaban de sus presas que morirían más de pavor que de algún daño físico. Pero entre tanto arbusto y ramaje, existió un solo abeto que en vez de llenar el corazón de palabrerías nefastas, le brindó al protagonista la solución de poder sobrevivir a la prueba. En todos los ensayos Evzen demostró la valía suficiente para representar aquél distinguido personaje, pero en el día de la obra todo fue acumulado entre su garganta, al punto de perder la voz en medio de tanto error y de piezas raídas de entre los libretos. Desde aquél deprimente incidente, él intentaba permanecer lejos de los escenarios y de las palabras escritas en aquél autoritario papel, pero eso no duró sino hasta el momento en donde Melka—la autora de la obra que estaba practicando—, se había presentado ante él y le había suplicado el participar para el concurso anual de actuación en el Teatro Wiczy, al cual terminó aceptando con un temor camuflado.
Las piceas se desplazaron en el campo de visión de Evzen a medida que apresuraba el paso, intentando arrancar el berrido que se había atorado entre sus pulmones. En algún punto del trayecto realizó aquellos ejercicios de relajación que había aprendido de su madre cuando ella tenía que cantar en los escenarios del Teatro Tańca, pero no le brindaron mucho resultado, sino más bien lo ataron a un nerviosismo cúspide. En aquel punto de exterminio, los párrafos se desviaban de las redes de sus recuerdos y lo lanzaban al mar de la duda. Para algunos aquél actuar era insuficiente e innecesario, pero para quienes ya estaban familiarizados con aquellos ataques sabían que su ser insano había emergido de entre las cenizas del personaje de aquella obra casi censurada entre su espacio relativo y se había adueñado de su cuerpo.
El ser de Evzen se retorcía, temblando de confusión y gritando palabras intangibles y frágiles. En un santiamén la personalidad de Aurèle se le vino a la mente y los párrafos de aquél nuevo personaje tranquilizaron más a su corazón que se encogía de miedo e inutilidad.
Los copos de noviembre cayeron como cenizas caducadas y lo sombrío se esclareció como si anunciara la venida de lo divino. El vaho salpicó entre la respiración de Evzen y como si no existiese otro momento en el cual el hielo interviniera en el otoño real y ficticio, las plumas que se esparcieron entre el libreto de la obra que Evzen sostenía, le sirvieron para que amortiguaran su caída ante el cansancio y la agitación. Mientras tanto, una sombra se instaló frente a él, conjugando su respiración con la de aquél.
—"Hay quien que puede superar mi agonía, ¿pero ese "quien" logrará superar a mi vida?"—preguntó el ser misterioso con una voz cicatera.
Ante eso Evzen alzó la mirada y se encontró con alguien de cabello tostado, ojos como los de un zorro silvestre y una sonrisa torcida al margen. La voz de Evzen no masculló nada por el lapso de un minuto hasta que después de batallar por un aire de vida, una palabra se deslizó como una suerte brindada:
—¿Aurèle?—preguntó incauto.
La ceniza danzante continuó su recorrido y la respiración se detuvo, con más personalidad que voz.

El conjuro de Wiczy.Where stories live. Discover now