28. El final es inevitable

575 71 179
                                    

LOS TURISTAS ANDABAN DE UN lado a otro, caminando por las ruinas de la gran Teotihuacán, viendo y señalando las que alguna vez fueron pirámides majestuosas. Caminaban de un lado a otro sin ninguna preocupación. No sabían que, en caso de fallar, probablemente no vieran un mañana.

-¡Hay demasiada gente! -Grité haciéndome oír sobre el rugido del aire-. ¿Cómo llegaremos sin ser vistos?

-Tézcatl -Respondió Adriana-. Los mortales verán algo que su cerebro pueda interpretar. No sé, tal vez varias aves demasiado grandes, pero no gigantes. No lo sé, los mortales son demasiado creativos en ese aspecto. Es gracioso como, mientras más magia vean, más normal lo interpretan.

Asentí esperando que los mortales, en definitiva, no vieran a ocho adolescentes montados en quetzales. Eso podría ser un problema.

Un niño volteó hacia arriba al mismo tiempo, jaló la manga de la blusa de su madre y comenzó a gritar algo de forma frenética. Su madre volteó también y se giró para reprimir a su hijo. El niño seguía diciendo que volteara, pero la señora no le hacía caso.

A mi derecha, Víctor comenzó a hacer una oración, no supe que estaría diciendo hasta que vi humo negro emergiendo de la punta de la Pirámide del Sol: estaba haciendo una plegaria a Tezcatlipoca para poder atravesar a la dimensión azteca.

Siendo sinceros, no le estaba prestando mucha atención a Víctor, quién me preocupaba en ese instante era el pequeño niño que no dejaba de vernos. Un señor que pasaba a su lado también volteó a vernos. Éste jaló a la mujer que iba a su lado, su esposa, me imaginaba. Y la señora a una adolescente. Parecían asombrados.

Yo estaba aterrado.

Había cientos de mortales ahí abajo, y poco a poco todos comenzaban a ver hacia arriba, hacia nosotros.

-¿Adriana?

-¿Sí, Rodrigo?

-Abajo, los mortales, están observando. Todos.

Se asomó hacia delante para poder ver sobre la cabeza de su quetzal.

-Uh, oh. Hay demasiados viendo. Cuando eso pasa, algunas veces el tézcatl puede fallar -se lo pensó por un segundo-. ¡Víctor!

-Entrada abierta. Podemos pasar.

-Esa no es una opción. Mortales fisgones, debajo.

Él también se asomó.

-Necesitamos una distracción. Jessica, ¿te gustaría hacer arder las cosas un poco?

Un brillo malvado apareció en sus ojos, una sonrisa macabra se dibujó en su rostro. Daba miedo cuando se veía así.

-Será un placer -dijo con una voz lenta y bastante más grave que la suya.

No sabía que pensar. ¿Acaso planeaban carbonizar a todas esas personas? ¿Planeaban reducirlas a cenizas? No había alcanzado ni siquiera a estirar los brazos para protestar cuando Jessica elevó sus manos al cielo. Llamaradas rojas, verdes, azules y violetas salieron despedidas de ella hacia arriba. Un agudo chillido demasiado característico salió del fuego, el cuál explotó como fuegos artificiales a bastante altura.

No lo había notado hasta el momento, pero el cielo se había nublado completamente. Justo como unos momentos antes. Pero no apareció la luna, ni hubo relámpagos. Sólo las nubes forrando la bóveda celeste.

Jessica seguía lanzando fuegos artificiales de sus manos. Mar se había puesto de pie sobre la espalda de su quetzal. Los mortales estaban vitoreando desde el suelo.

La Trilogía Azteca 1: El Sexto SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora