6. No es buena idea quedarse

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-¿CÓMO QUE VISTE A WESTCHESTER? -Payne preguntó con confusión en su voz. La ira no había dejado su rostro al completo.

Había empezado a hiperventilar cuando vi a mi exprofesor simio en el salón. En ese momento ya estaba al borde de un ataque de pánico.

-Ahí estaba. Parado. Detrás del escritorio. Observándome.

Y después de eso se me había caído el cobre sobre el ácido, esto, uhmm, ni siquiera recuerdo que ácido era, pero era uno fuerte.

-Westchester está muerto. No es posible que lo hubieras visto. Inclusive entre los dioses. Nadie se comunica con alguien fuera del Mictlán. Más que los señores del Mictlán, por supuesto.

-Lo sé. Creo que estoy alucinando.

-Yo también -se quitó sus gafas protectoras y las puso sobre su cabeza. Frotó sus sienes, luego se acercó a mí y me abrazó-. Tranquilo, no pasa nada.

Me sentía extraño por el abrazo, jamás lo habíamos hecho. Pero sí que lo necesitaba, por lo que se lo devolví. En ese momento necesitaba contacto real, saber que algo ocurría realmente. La muerte de mi madre me seguía pareciendo algo irreal. Casi rompía a llorar en el momento, pero no podía quebrarme frente a todos en la escuela.

-Vamos, ya va a empezar la siguiente clase.

La siguiente no la teníamos juntos, así que me fui solo a Historia. Vimos algo sobre la segunda guerra mundial, pero no podía concentrarme. Seguía pensando en Westchester, como se me había quedado viendo.

Y como si lo hubiera invocado, estaba fuera del salón, recargado en un árbol. Desde mi lugar, pegado a la ventana, podía ver claramente como me observaba. Sus brillantes ojos púrpuras se me grabaron a fuego en los párpados.

No dije nada, sólo salí corriendo del salón hacia el baño. Estaba sintiendo nauseas. Estaba alucinando; tal vez tendría sueño y por eso imaginaba cosas. Llegué a tiempo al baño. Solté lo que había comido en el inodoro. Temía que si salía del cubículo, ahí estaría él.

No lo hacía. Así que limpié mi boca lo mejor que pude, aunque aún tenía la sensación pastosa por el vómito. Me quedé ahí recargado en la pared por unos minutos, hasta que la sensación de vértigo desapareció del todo. Me puse a pensar en una buena excusa para que la señora Williams no me castigara por salir del salón sin permiso.

Pero al salir vi a Westchester del otro lado del pasillo. Corrí en sentido opuesto, y cada vez que veía otro pasillo, un salón o una ventana, el profesor de psicología me acosaba con la mirada. Las alucinaciones eran muy fuertes, si es que eso eran. Seguro había olvidado mis pastillas contra el THDA. Ahora que recuerdo, no las había tomado desde el viernes anterior.

Terminé encerrado en el laboratorio.

Coloqué el seguro a la puerta para que no pudiera entrar, aunque claro, una alucinación está donde esté quien lo alucine. ¡Qué inteligente Rodrigo!

Al darme la vuelta, Westchester me observaba fijamente. Me sentía aterrado, intentando pegarme lo suficiente a la puerta para atravesarla. Pero por supuesto que no pude hacerlo.

Casi suelto un grito.

Casi.

-Está muerto -dije en un susurro.

Él no contestó. Sólo ladeó un poco la cabeza, y se inclinó sobre mí. Tomé lo primero que tuve a la mano, un frasco con una sustancia líquida del estante. Se lo arrojé pero, para mi mala suerte, pasó a través de él sin hacerle daño. Fue a dar con algo en un estante al otro lado del laboratorio. Oí varios cristales romperse y se prendió al instante. Vi que varios frascos estaban rotos y varias mezclas de colores regarse por ahí. El mismo calor del fuego hizo explotar otros frascos, lanzando trozos de cristal por todo el lugar.

La Trilogía Azteca 1: El Sexto SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora