F I N A L

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Capítulo 37 (Final):

—Es hora de irnos, despierta, —una voz chillona y muy reconocida para la argentina, la sacó de sus sueños, quiso reclamar ante ese hecho, pero no lo hizo, porque recordó el por qué la chiquita estaba en su habitación tan de mañana.

—Sí, ya voy, solo me cambio de ropa y salimos para allá, Lunita —salió de entre las sabanas, saltando de la cama y yendo en dirección al baño —. Esperame abajo —y cerró la puerta del baño.

—Está bien... —mencionó la mexicana, notando la rapidez con la cual la novia de su mejor amigo se había levantado.

Luna bajó las escaleras, daba gracias que la señora Sharon no estaba en la mansión, pues si la miraba bajando las escaleras como si fuera la dueña, llamaría hasta la policía y armaría todo un drama, incluso le daría la jaqueca más grande del mundo, provocando su muerte y explosión cerebral del señor Rey.

Se encontraba sentada en uno de los grandes sillones que había en la sala, esperaba a la rubia, que ya se estaba tardando un poco. Movía sus pies en un compás lleno de desespero y ansiedad, si no se apresuraban, no llegarían a tiempo para despedir a Simón, aunque estaba segura de que el chico regresaría, ella y su ahora amiga, habían decidido ir a despedirlo al aeropuerto.

Una rubia de ojos azules, muy guapa como siempre, bajó las escaleras casi corriendo, llegando al punto de casi caer por pisar mal con sus altos tacones.

—No entiendo por qué te pusiste tacones si vamos tarde —argumentó la castaña rondando los ojos.

—Vos callate y vamos... —la tomó del brazo y tomaron dirección a la puerta principal.

Matteo se les unió en el camino, él, aunque sonara raro, también quería despedirse del guitarrista. Y era una excusa para estar más tiempo del día con la chica que lo traía en las nubes. Se le notaba un poco cansado, pues no era para menos, ese mismo día, en plena madrugada, se estaba despidiendo de Luna para poder irse a su casa. Se hubiese ido más tarde, pero la pequeña estaba que casi lo sacaba a patadas, no porque no lo quería tener allí, si por ella fuera, viviría con él por todo lo que le restaba de vida, sino porque si su mamá o su papá los pillaban se les armaría un problema enorme a ambos.

Llegaron al aeropuerto con la lengua de fuera, Tino no había podido llevarlas porque sabe Dios dónde estaba metido, y buscarlo tomaría mucho del valioso tiempo que tenían.

Sentado en uno de los muchos asientos que había en el lugar, se encontraba la perfección en persona, según la rubia, un Simón concentrado viendo su celular y esperando que llamaran a los pasajeros de su vuelo a México.

Caminaron despacio y silencioso detrás del chico, Ámbar, le tapó los ojos con ambas manos, impidiendo que este continuara observando la pantalla de su teléfono móvil. Ella no lo miraba directamente, pero podía sentir que una de sus hermosas sonrisas se hacía presente en esos tan sabrosos labios que ya había probado muchas veces antes.

—¿Quién soy? —fingió una voz que no era la de ella.

—¿El amor de mi vida? —respondió él, con otra pregunta.

—¿Y quién es el amor de tu vida? —volvió a preguntar sin dejar de fingir la voz.

—Pues... —puso su celular en su bolsillo, y llevó ambas manos hasta donde se encontraban las manos de la chica —Ella es la persona más perfecta que existe en el universo, es rubia, tiene los ojos más hermosos que he visto, la piel más suave y delicada, y una voz que no tiene que fingir porque la de ella es perfecta tal y como es. Ese es el amor de mi vida —cada palabra que decía sacaba una sonrisa de la chica —¿Quieres saber su nombre? —preguntó acariciando sus manos.

Olvidémonos de ellos |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora