Capítulo III - Secreto.

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     Había pasado una semana desde el accidente escolar, mi suspensión y la llegada de Louis; le seguía dando vueltas a la aparición de ese "ser oscuro", como Louis lo llamaba. Estaba asustada. Mi primer instinto fue correr a los brazos de mi madre, como solía hacerlo cuando juraba que mis juguetes habían saltado de sus estantes para asustarme o que había personas ocultas bajo mi cama o armario; la diferencia es que tenía trece años y no cinco y que el contexto había cambiado por completo.

     Como quiera que fuere, me encontré en un momento de desesperación en el que necesitaba a alguien que me hiciese sentir segura, aunque estuviese colgada de los tobillos y a punto de ser introducida a un caldero hirviendo.

     —¿Mami? —Me encantaba entrar a su dormitorio; lleno de luz, aroma a limpio y ella, probablemente ocupada y trabajando sobre la cama, donde yo podía acurrucarme a su lado como en un nido protector.

     —¿Qué ocurre, Levander? —respondió, aún concentrada en su labor.

     —No le digas

     El tono de Louis era firme. Lo ignoré. Quizás debería aprender a hacerle caso, en ciertas ocasiones.

     —Me han estado pasando cosas raras.

     —No me digas. —Se equivocó al teclear. —¡Demonios! 

     Exclamó y se escucharon los repetidos azotes a la tecla de borrar.

     —Sí, he estado...viendo cosas raras. Cosas que otros no ven.

     Por primera vez, desde que inició la conversación, me miró con un aire cansado. 

     —¿Como qué?

     —Figuras extrañas y... un chico. —Descendí la voz y evité mirar a Louis. No quería ser interrogada de más, solo necesitaba su apoyo.

     —Levander, deja de querer ser especial y llamar la atención. No seas ridícula, cae mal. Anda, vete a hacer tarea, nunca te veo hacerla.

     —No tengo tarea. —le espeté y me levanté de la cama, dirigiéndome a la puerta.

     —Ya te voy a sacar de la escuela, nunca tienes tarea.

     En realidad sí tenía, pero la había terminado en el receso. Me encerré en mi habitación, sabía que no me harían salir hasta que mi padre regresara del trabajo para comer.

     —Te dije que no le dijeses. No era un buen momento; eso aunado a que no es algo que puedas decirle a todo el mundo

     Me senté de un lado de la cama, él encendió la televisión para distraerme con dibujos animados, para después sentarse a mi lado, no sin antes detener su mirada en la mía.

     —No tienes que contener las lágrimas conmigo, llora si quieres

     Coloqué mi cabeza sobre su regazo y lloré sin contenerme. Su mano tibia y delgada me acariciaba suavemente la cabeza. 

     —Tranquila, pequeña. Yo estoy aquí.

     —Prométeme que no me dejarás revelarle tu existencia a nadie.

     Agitó lentamente la cabeza. —No puedo hacer eso.

     Me sorbí la nariz congestionada y con una voz mormada, le respondí. —Bueno, pero mantengamos el secreto solo entre tú y yo.

     Alcé la mirada al televisor, un oso amarillo descendía por un arco iris a manera de resbaladilla. Su pulgar me enjugó las lágrimas.

     —Está bien.

     Yo sé que mis padres me aman, pero los humanos guardamos en la memoria las acciones pasadas de las personas y seguimos juzgándoles por los mismos delitos en una guerra fría sin cuartel. Con esto en mente y el cálido gesto de afecto de mi guardián, cedí ante el sueño que te consume después de un evento emocionalmente agotador. Lo curioso de todo esto era que aún en sueños Louis no me dejaba desamparada.

LOUIS: Las Crónicas de LaverlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora