4.- Girando la llave.

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Cuando despertó, tenía la cabeza apoyada sobre la madera dura de la mesa de la cocina. Su espalda se quejó cuando se enderezó y sintió asco del sabor amargo y reposado que tenía en la boca.

Sus ojos dolían ante la presencia de la luz del sol, que se filtraba por la ventana y alumbraba el cadáver de la botella vacía.

Cadáver.

Sitió nauseas, pero las controló a base de fuerza de voluntad. Arrastró los pies hasta el cuarto de baño donde había una ánfora llena de agua fresca. Mientras se lavaba, intentó echar atrás los recuerdos de la fatídica noche, pero era imposible no pensar en el hallazgo de la cava, en esa cara preciosa escondida bajo la trampilla empolvada.

Cuando terminó de asearse, subió las escaleras principales hasta el cuarto de su padre. Tomó ropa limpia de su closet y se vistió. El mal sabor de su boca había desaparecido y ahora, era reemplazado por una jaqueca persistente. Maldijo en voz baja sintiéndose débil.

Los golpes emocionales siempre son más feroces que los físicos.

No le apetecía desayunar, tampoco quería regresar a la cava, aunque sabía que eventualmente tendría que hacerlo. Se miró al espejo mientras se ataba una cinta negra debajo del cuello alto y almidonado de su camisa blanca. Por un momento, creyó estar mirando a su padre. Recordó las palabras del señor Kent:

"Por todos los santos, eres tan parecido a él"

La complexión, el cabello, los trazos elegantes de la cara. Si, se parecía a su padre, pero en ningún modo, deseaba ser como él.

Al salir de la casa, pasó de largo el desorden de la cocina, ya tendría tiempo de pagarle a alguna mujer porque se hiciera cargo de la limpieza. Ahora, había un asunto más apremiante.

El cadáver.

Las preguntas se agolpaban en su cabeza, quién era el chico, ¿lo habrían conocido en el pueblo?, cuánto tiempo llevaba escondido ahí. Mientras caminaba sobre el suelo de grava y tierra, trató de hacer memoria sobre lo último que sabía sobre su padre. Bruce era un hombre de costumbres arraigadas y de rutinas severas, tenía un horario para cada día que respetaba con estricta exactitud. Se relacionaba poco con las personas y sus amigos podían contarse con una sola mano de dedos faltantes. Nunca había llevado mujeres a la casa, tampoco muchachos, aunque un par de veces había escuchado rumores sobre aquello. Recordaba que, siendo niño, había callado con un puñetazo al hijo del panadero que había repetido una broma soez sobre su padre y su gusto por los caballeros.

Se decían tantas cosas sobre Bruce Wayne... pero nunca lo habían llamado asesino y quizá aquello era lo único que si había sido.

Necesitaba charlar con alguien, alguien que no fuera a contarle un montón de mentiras con la intención de hacerse el interesante, alguien que no fuera un charlatán ni un idiota y que pudiera darle algunas respuestas a sus preguntas.

El padre Jason Todd.

La pequeña iglesia de Gotham era una construcción gris de piedra tallada con relieves hermosos, la fachada principal estaba enmarcada por dos torres octagonales, la torre de la derecha, era también, el campanario.

Damian entró por el portón principal que estaba abierto, se santiguo con respeto y comenzó a andar entre los rayos de luz que se derramaban entre los pilares que custodiaban el pasillo principal de la iglesia. Sus pasos resonaban, aumentados por el eco y el ruido de su andar, llamó la atención de un hombre que estaba admirando un figura santa.

— Buen día, Damian. Que inesperada sorpresa.

El capitán tuvo que contener sus deseos de chasquear la lengua, ante la sonrisa amable del señor Kent.

La corda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora