2.- La llave.

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El sol no había encontrado la manera de colarse entre las nubes, pero al menos había dejado de llover.

Damian dejó la posada aquella mañana, era temprano pero la gente de Gotham ya estaba en medio de sus actividades, iban y venían por las calles en dirección a la plaza, algunos le dedicaban una mirada curiosa, otros lo ignoraban como si no fuera más que una sombra, una mujer se levantó la falda para él y lo invitó con una sonrisa a seguirla al interior de un callejón, pero el capitán no le dedicó ni una sola mirada.

Tenía que hacer una visita al herrero antes de ir a la casa de su padre.

Conforme se acercaba a la plaza, las calles y callejones iban tomando algo más de dignidad, el piso de tierra fangosa de pronto tenía adoquines y las casas ganaban más espacio unas de otras dejando atrás las zonas más pobres, componiendo un panorama pintoresco con sus pequeños jardines donde algunas mujeres golpeaban con una vara de madera, las sabanas recién lavadas. Al centro de la plaza había una fuente vieja de piedra caliza, rebosaba agua de lluvia y unos niños se divertían tocando el moho verde de sus paredes. Él, trató de recordar si alguna vez su padre le había permitido meter las manos en aquella fuente.

No, nunca. Con los años, pocas cosas habían cambiado en Gotham, en esencia, el poblado seguía igual, pero Damian ya no sentía que aquel fuera su hogar.

La herrería estaba sobre una de las calles laterales de la plaza, aun entre el ruido del mercado, era perceptible el sonido de la fragua y del martillo contra el yunque.

— Buen día.

La voz del capitán, inquietó a un caballo alazán que estaba atado a un poste de madera para ser herrado. Un hombre joven de espalda ancha y brazos fuertes, atendió a su saludo con un gruñido y un movimiento de cabeza.

— ¿Es usted el herrero?

El hombre levantó ambas cejas obviando la respuesta. Estaba solo en la herrería, sostenía un martillo en la mano y usaba un delantal de cuero con quemaduras y suciedad en él. Damian apretó los labios sintiéndose un poco idiota.

— Soy el capitán Damian Wayne.

— Soy Conner, el herrero.

Estrecharon las manos con un apretón innecesariamente fuerte, midiéndose uno con otro. Damian era alto y pocas veces conocía personas más altas que él, pero Conner, el herrero, era una de esas personas. Tenía un semblante serio y parecía muy honesto, sus brazos brillaban a causa del sudor y sus ojos azules sostuvieron su mirada durante un buen rato antes de retomar el asunto que lo había llevado ahí.

—Necesito sus servicios. Anoche, mi carro perdió una rueda en el sendero de entrada, poco después del rio rojo. Mi cochero está en la posada de Bane, su nombre es Olsen...

— ¿El viejo Olsen? —El rostro del herrero al fin se animó con una sonrisa— Cuando partió al puerto le dije que su rueda necesitaba remaches nuevos, pero no me escuchó. —Conner comenzó a moverse por la herrería obligando a Damian a ir detrás de él para mantener la conversación. —Lamento lo de la muerte de su padre.

Aquello descolocó un poco al capitán que no esperaba escuchar otro pésame, aunque claro, tenía que comenzar a acostumbrarse. La muerte de Bruce Wayne era el más reciente y novedoso suceso del pueblo, aderezado por el retorno del hijo prodigo que llevaba años viviendo en la ciudad, lejos de su tierra natal.

— Gracias —Damian procuró no darle más espació al herrero para comenzar un interrogatorio— Entonces, ¿puedo contar con la rueda nueva?

— No — Conner soltó su martillo, tenía una tendencia natural a plantar los pies con firmeza en la tierra y todo lo que decía parecía una imposición.

La corda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora