Catorce

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Narra Dani.

Antes de llegar a mi casa, decido pararme en el parque de La Moraleja. No quiero llegar a mi casa así de desganado, y ni de ofuscado.
¿En serio tenía el aspecto de un chico matón? Jamás le he puesto la mano encima a nadie. Nunca me he metido en peleas... No entiendo por qué soy un matón.
¿Y un mindundi? Oh Dios, lo que me faltaba por escuchar. Si fuera un mindundi, me tiraría todos los días en mi casa, sin hacer nada, y durmiendo hasta las tantas de la tarde. Y no, no hago eso. Estoy estudiando segundo de bachillerato, y estoy sacándome poco a poco el carnet del coche. Así qué, que no me digan mindundi.

Cuando estoy un poco menos ofuscado, decido muy en serio en sentar la cabeza o no. ¿Qué más da? Además, soy un irresponsable, ¿no? Y tengo 18 años, puedo hacer lo que quiera. Sin darle explicaciones a nadie. Voy a seguir siendo el mismo Dani, voy a seguir siendo la oveja negra de la familia Oviedo. Y eso nada, ni nadie lo podrá cambiar.

Llego a casa, y en seguida tengo que fingir felicidad. Que no ha pasado nada, que no he escuchado nada. Y eso cansa.
Dejo el casco en mi habitación, y bajo al comedor.

Estaban todos sentado a la mesa, sólo faltaba yo.
Martina, la mujer de la cocina y la que nos limpia la casa, nos pone la comida por delante. Es un gran filete de ternera, con una ensala César, y de postre, sopa de sandía, con bolitas de melón.
Como sin ganas, estoy bastante decepcionado. Me como menos de la mitad del filete, y pincho algunas cuantas hojas de lechuga, para que mi madre vea que hay menos ensalada.

—No tengo más hambre. —suelto el tenedor, en el plato, me echo hacia atrás con la silla, y me levanto de la mesa.

Subo a mi habitación, me quito la camiseta, y me tiro boca abajo en plancha en la cama.
Todas esas cosquillas que sentía cuando pensaba en que he quedado con Alicia hoy, se han convertido en un gran nudo en la garganta al escuchar esa conversación. Pero en realidad ella no tiene la culpa de que yo me sienta mal, porque ella me ha defendido. Sandra, su amiga que ha dicho todas esas cosas sobre mí, tampoco tiene la culpa, ella sólo ha dicho lo que oye, lo que dice la gente sobre mí.
En nada me quedo dormido. Creo que es lo mejor que puedo hacer hoy.

«Llego al parque, justo en la hora que hemos quedado, a las ocho, en el parque que se sitúa detrás de su casa.
Paro el motor de la moto, le pongo la pata, y me siento a esperarla en un banco.
Estoy algo nervioso, no paro de mover la pierna de arriba abajo. Me sudan las manos, me crujo los dedos sin parar. Me entra calor. Normal, estamos en julio. Me estiro del cuello de la camiseta hacia abajo todo lo que puedo, intentado así, que haya un poco de calor, aunque no hace gran efecto.
Dos minutos más tarde, la veo. Tan guapa como la primera vez que la ví. Con esa mirada tan limpia, con esa sonrisa infantil que cada vez que me la imagino me vuelve loco, con su larga melena morena al viento. Se me va a acercando poco a poco, me levanto del banco, me sacudo el pantalón, y me acerco a ella.
Me pierdo en esos ojos color café. Y en sus larguísimas pestañas. Apenas va maquillada, solo las pestañas. Es una chica natural.

—Hola. —dice ella, y mira hacia el suelo.

—Hola, ¿qué tal estás? —como no sabía que hacer, le dí dos besos. Ella siguió con la mirada puesta en el suelo.»

Y me desperté.
No me puedo quedar aquí duermiendo, mientras que ella, se prepara para esta tarde. ¿Qué pensará de mí ? A parte que soy un matón, un irresponsable y un mindundi, claro...
Miro la hora en el móvil, son las siete y media pasadas.
Me pongo una camisa azul claro con estampados de flores, con los mismos pantalones de antes, y mis zapatos blancos. Me cuelgo una cadena al cuello, voy al baño, y me peino con gomina, dejo unos cuantos pelitos sueltos, tampoco quiero ir súper pijo.
Cojo el móvil, y me doy cuenta que estoy muy nervioso, me sudan las manos muchísimo.

—Me voy, no vengo para cenar. —digo mientras que cojo el casco que utiliza Jesús, cuando se monta conmigo en la moto. Salgo de casa.

Una vez que estoy fuera de mi porche, escucho la voz de Jesús.

—¡Buena suerte! —grita desde la ventana de su habitación. Le hago un gesto con la mano.

Me monto, y me dirijo hacia el parque de detrás de su casa, faltan aún cinco minutos para que llegue, y mientras tanto, me pongo a pensar a donde llevarla. Y doy en el clavo. La voy a llevar a una terraza, muy bonita. Hace años que no voy, quiero que sepa, que no soy la persona que su amiga Sandra le ha dicho que soy.

Enemigos Perfectos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora