El capitán Wayne frunció las cejas a la espera de una explicación.

— Hacer una rueda nueva toma tiempo, además necesito las medidas del eje del carro y el hierro no se trabaja de la noche a la mañana. Lo que puedo ofrecerle es una rueda vieja que tengo por ahí, la llevaré con el viejo Olsen y trataré de hacerla funcionar, pero si el eje no ajusta, tendrá que esperar un par de días por la rueda nueva.

Bien, todo aquello sonaba lógico. Damian lo consideró aceptable.

— Entonces, hágame el favor de decirle a Olsen que no se olvide de traer el resto del equipaje. Anoche tuvimos que abandonar algunas cosas.

— Quizá ya no se encuentren ahí, esto es Gotham — Conner sonrió como si estuviera hablando con un forastero.

Aquello molestó al capitán, él no era ningún turista, había crecido entre aquellos bosques llenos de terrores y lo primero que Gotham le había enseñado era a desconfiar, eso lo había mantenido vivo más veces de las que podía contar.

—Buen día caballeros, ¿puedo ofrecerles un ramo de flores para alegrar su día?

La voz juvenil y agradable de un muchacho, cortó el hilo de la conversación y se metió entre ambos con una canasta cargada de flores.

— ¡Tim! — El herrero pronunció aquel nombre como si Dios mismo hubiera descendido frente a él— ¡Bu-buenos días! —Tartamudeó su errático saludo y se frotó las manos de manera ansiosa como si no supiera que hacer con ellas.

A Damián todo aquello le pareció de lo más extraño. Un momento atrás, Conner era el sujeto más estoico y duro que hubiera visto y al siguiente, se convertía en un pobre diablo inseguro ante la simple e insignificante presencia de un vendedor de flores.

— Caballero, ¿desea algunas flores? — Tim, como lo había llamado el herrero, mostró el contenido de su canasta frente a los ojos de Damian.

El muchacho tenía encanto, una sonrisa bonita y unos ojos muy inteligentes, sabía moverse alrededor de los hombres, su mayor habilidad era conseguir que alguien pagara por flores que después le obsequiaban y el volvía a vender. Se ganaba la vida de forma honrada, con un poco de coqueteo y mucha diversión, sin embargo, la mirada verde del capitán Wayne le dejó saber de inmediato, que aquel hombre no pensaba comprarle ni una sola flor.

— Yo... — Conner se aclaró la garganta para hacerse notar— Yo quiero... ese pequeño ramo de camelias —Señaló un atado de florecillas pálidas.

Tim sonrió y de inmediato lo sacó de la canasta y se lo dio.

El herrero desató una pequeña talega de monedas de su cinturón, sacó una de plata y la puso en las manos del florista.

Damian rodó los ojos, ¿quién pagaba con plata por un ramo de camelias?

— No puedo aceptar tanto —Tim fingió estar en apuros— Tampoco tengo cambio.

— Quédatela — La voz de Conner había recuperado algo de temple. Con un gesto cuidadoso cerró la mano de Tim sobre la moneda.

Damián ahogó un sonido de frustración, no tenía tiempo para aquella novela romántica. Además, comenzaba a sentir nauseas.

— ¿Puedo contar con sus servicios si o no? —Presionó al herrero.

Conner gruñó en respuesta por su interrupción, pero era obvio que si gastaba monedas de plata en ramitos de flores, no podía negarse a tomar un trabajo.

— Cuente con la rueda.

— Gracias —El capitán suspiró agradecido por poder terminar con aquel asunto. Se marchó de la herrería dejando detrás la romántica e incómoda escena.

La corda.Where stories live. Discover now