—Increible —dijo, burlón—, ¿conoces a un humano tan alto y delgado?

—Lo conoceré algún día. En una feria, quizás.

—Que tontería.

—Gracias.

—A este pueblo de mierda ni siquiera viene el circo —y pensó un momento—. La última vez que vi una feria real aquí seguía vivo, tenía quince o catorce años.

Miré alrededor, ya más calmada desde que comenzó nuestra conversación.

En realidad, una parte de mi necesitaba creerle, tanto, que no podía evitar sentir más curiosidad de la debida.

—¿Cómo moriste, según tú? —pregunté, fingiendo desinterés.

Silencio.

—¿Te mataron? Porque quiero felicitar a esa persona.

Silencio. Al parecer, a los seres sobrenaturales les incomodaba responder preguntas personales.

Cuando pensé que no hablaría más, él lo hizo:

—Acercate, quiero mostrarte algo.

Miré su rostro, buscando algo que me inspirara confianza en él. Pero no podía evitarlo. A pesar de no creerle, y a pesar de saber de su locura, no podía evitar confiar en él, en que estaba segura con él, muy sigilosamente.

Me acerqué, separandome de la pared.

—¿Qué es?

Keim levanto la manga de su chaleco, mostrándome su antebrazo izquierdo. Mi corazón se aceleró, y casi me vuelvo a la esquina para alejarme.

Mi vista se quedó clavada en ello, en las venas que se extendían desde su palma, en la piel pálida de su brazo que, recordaba, no había visto antes por su chaqueta y sus camisas de mangas largas.

Keim tenia cicatrices, tal como yo. No, era mucho peor que eso, porque las suyas eran tan antiguas y tan profundas que era espeluznante.

Mis cicatrices eran delgadas, porque, a pesar de todo, yo tenía miedo de lo que pudiera pasarme. Pero esas eran realmente profundas. No podía creer que él se hubiese herido de esa manera.

Acerqué mi mano y toqué suavemente sus cicatrices, y cuando toqué una en el punto exacto sobre su vena, me estremecí. Él no podía estar vivo después de ese corte, profundo, punzante, intencional y verdaderamente necesario. Y supe que había sido así como ocurrió todo.

Él murió de ese modo.

Y él estaba allí, de pie, vivo, aunque roto, porque verdaderamente no era humano.

Un nudo de formó en mi garganta, pero no pude apartar la mirada.

—¿Qué te ocurrió?

Suspiró, cubrió su brazo otra vez y alejó su mano de mi, introduciendo ambas en sus bolsillos. No pude mirarlo a la cara.

—Es porque soy como tu. Eso es algo que no se pudo evitar.

Asentí, sin mirarlo, y me volví hacia la puerta, acariciando inconsciente mis propias cicatrices. ¿Qué tipo de locura había cometido yo para permitirme hacerme algo tan horrible? ¿Qué tipo de locura lo atormentaba a él para permitirse matarse como lo hizo?

𝐴́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝑦 𝐷𝑒𝑚𝑜𝑛𝑖𝑜𝑠  [#1/COMPLETA ✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora