3. Amor a primera vista

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—¿A qué te refieres? —Aun no entiendo el juego con el fuego.

—Me refiero, querido Justin, a todo esto. —Levanta ambos brazos y hace alusión a su… ¿oficina? —Ella, Olivia, es el fuego. —Nuevamente empieza a jugar con el encendedor, prendiendo y apagando la llama, girándolo y rotándolo, sospecho que nuestros organismos ya están contaminados con el gas dentro de él. —Alegre, bella, radiante, te encandila, parece que te invita a su mundo, a tocarla, pero en realidad no es así, solo es tu imaginación. Terminaras lastimándote, o a ella, terminaras quemándote, yo lo sé. 

Me pongo a pensar en su metáfora, ¿El cree que Olivia es el fuego? Y yo empezare a jugar con ella, pero terminare lastimándola, ¿O es ella quien me lastimara? La metáfora me confunde, pero no puedo siquiera pensar en mi lastimándola, ella están angelical y celestial, tan inocente. Aunque la descripción que le otorgo mi padre al fuego pareció muy acertado desde mi punto de vista, y casi me molesto, mi padre piensa que es hermosa, pero no puedo decir lo contrario, lo es. De repente otra pregunta aparece en mi mente, ¿Por qué está prohibida? ¿Por qué mi padre no quiere que siquiera la mire?, algo ha de estar escondiendo, y no quiere que nadie se entere.

Asiento lentamente, pero aun así no hablo. Ya no hay más que decir. Me paro lentamente y quiero salir corriendo de la oficina, quiero saber si ella esta cómoda en la habitación que le dieron, o al menos espiarla desde la oscuridad para ver si precisa algo.

Camino hasta la puerta doble, son solo unos dos metros, pero el recorrido parece interminable. El aire ya está tenso, es palpable y lo único que quiero hacer es salir de allí. Finalmente, tomo el pomo bañado en pintura dorada.

—Y recuerda, Justin, ella es el fuego y terminaras quemándote. —La voz de mi padre suena detrás de mí.

Miro hacia fuera, ella está hablando con mi madre, juega con su cabellera negra, enrolla un mechón en su dedo o lo tira hacia atrás dejándolo al mando del viento.

Alegre, bella, radiante, te encandila. La enumeración de características que le otorgo mi padre al fuego suenan en mi mente.

Todas y cada una de ellas encajan.

Ella es el fuego.

***

Olivia Jones.

Las copas de los árboles se mueven de un lado hacia el otro libremente, sin restricciones. Ellos son libres, pueden hacer lo que quieran, pueden respirar, pueden oír sin ser juzgados, ellos escuchan todo, en cambio nosotros, las personas, vivimos en una larga cadena, todos estamos amarrados por esposas, somos como pequeñas marionetas dominadas por la sociedad. La sociedad lo es todo. Somos juzgados por cada una de nuestras acciones, todas de ellas, siempre siendo prejuzgados y manejados por la sociedad, pero en realidad, no podemos vivir sin ella, a veces parecer masoquistas por lo tanto que nos gusta pero a la vez odiamos de la sociedad, siempre saliendo de nuestras cuevas hacia la luz, esperando ser juzgados por todos nuestros defectos, esperando que marquen cada uno de ellos, en vez de quedarnos en la oscuridad, ocultando quienes realmente somos y que nos gusta, ocultando nuestros defectos.

Aparentando ser… perfectos.

Chicago es tan diferente a Londres, o a lo que pensé que sería.

Es tan distinto que da miedo. ¿Qué tal si me pierdo?, yo no encajo aquí, no pertenecemos a los mismo mundos.

—Ponte recta. —Suelta mi padre al lado mío. Automáticamente mi columna se vuelve recta como una regla.

Regla número uno: Mantén la postura. La espalda debe de estar recta y rígida como una tabla, caso contrario parecerás un neandertal. Tu no quieres ser un primate Olivia ¿no es así?

La voz de mi institutriz, la Sra. Amelia.

Casi puedo recordar mi expresión, en esos tiempos era solo una niña de siete años, mis facciones eran más aniñadas, y solo quería jugar. Yo asentía tímidamente, casi con miedo por su acento.

El ronroneo del motor deja de llegar a mis oídos, eso solo significa una cosa; Hemos llegado.

La casa de los Bieber es amplia por fuera, al frente hay un extenso patio con fresco pasto verde, hay flores de hermosos y pintorescos colores primaverales, puedo identificar unas rosas rojas, otras lilas, petuñas, flores que puedo identificar de mi clase de jardinería, en el nuevo taller que agregaron. La casa es de piedra en la parte baja, y a medida que sube la piedra es reemplazada por pared de un blanco limpio, en el medio una puerta de madera con barniz, en la planta alta, dos ventanas contando de izquierda a derecha hay un balcón, pero no se puede ver para adentro, el gran ventanal que permite al balcón está tapado con una cortina blanca, bordada con hilo dorado una linda secuencia. 

—¿Bajarás?—Digo con la mera esperanza de que sea así. 

—No es necesario. —Esa es su excusa. —Ellos ya saben qué hacer. 

Asiento y bajo, Willy, nuestro chófer, me ayuda con mis maletas que guardamos anteriormente en el maletero. 

—Gracias Willy, te extrañare. —Le digo sonriendo-le cálidamente. Mi padre odia que haga sociales con los empleados de él, pero me es inevitable. 

—Nosotros también te extrañaremos Joven Olly. —Dice cariñosa-mente frotando mi brazo, vigilando que mi padre no voltee y nos vea a ambos. —Suerte. 

La necesitare. 

...

El señor Bieber me acogió en su casa mientras mi padre resuelve sus "asuntos" en algún extraño país del que probablemente aun no me han enseñado en la escuela dominical. 

Ellos son amables. Es lo único que puedo decir. 

El señor Bieber es algo frio en mi opinión, siempre manteniéndose al margen y haciendo pocos comentarios. En cambio, la señora Bieber es dulce y amable, tiene ese don maternal que te hace sentir en casa, y me hace pensar en mi madre, este en donde este, aunque siempre pienso en ella, pienso en si me recordara, si aún me quiere o solo se quiso deshacer de mí en brazos de mi padre. Sobre los hermanos Bieber no hay mucho que decir, ambos son agradables, y divertidos, algo cerrado y rígido, pero nada que no resulte conocido. 

Unos quince minutos después de mi llegada un castaño de tez clara bajaba las escaleras de mármol brillante. Él no me miro solo bajo y se sentó en el sillón rígido como sus otros hermanos, supongo. El señor Bieber se acomodó la garganta y el joven castaño de tez clara dio la vuelta, de inmediato nuestros ojos hicieron conexión, sus ojos avellana me miraban fijamente y me pregunto en que momento mis piernas fueron suplantadas por dos gelatinas. Esos ojos tenían tanta profundidad, era como una tarde de otoño, cálida, pero aun así parecía no confiar del todo en mi presencia, se preguntaría quien era yo, al momento en el que el tiempo pareció suficientemente extenso como para analizarnos, di pasos hacia adelante, acercándome a él. No fue necesario llamar su atención y extendí mi mano hacia el en un formal saludo, claro que yo esperaba agitar nuestras manos, y no el dulce tacto de la piel sensible de sus labios chocando contra la fría piel de mis nudillos, la corriente atravesó entre nosotros, pero fingimos no haberla notado, casi imposible, a ambos nos sacudió y todo lo demás sucedió demasiado rápido, toda una lista de fotos impresas pasaron por mi cabeza de una vida juntos, y al momento en que su nombre salió de sus labios supe que era él. 

Justin Bieber, es el hombre con el que he soñado. 

Prohibida » Justin BieberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora