CAPÍTULO EXTRA 2

541 53 9
                                    

MARIAM

El vecino del 3ºE.

Ha sido mi vecino por mucho tiempo, pero jamás nos hemos dirigido la palabra. Ni siquiera un hola en el pasillo. Digamos que ninguno de los dos somos el tipo de persona que hace una pequeña charla para llenar el vacío. Cuando nos encontramos con el otro, simplemente nos saludamos con la cabeza en el mejor de los casos. Es una especie de relación «tú por tu lado y yo por el mío». Y a mí me parece bien. Prefiero eso a la anciana del 1ºA, que no deja de llamar a mi puerta para darme tupperwares de la comida que hace diariamente, porque me ve muy delgada y sospecha que yo paso hambre.

El vecino del 3ºE es un bicho raro. Todo el edificio lo sabe. A pesar de que es evidentemente atractivo, siempre anda frunciendo el ceño y tratando de no tocar a nadie, como si todos le diéramos asco. Lo cual me resulta comprensible. No me gustan los cotilleos, pero he oído hablar de él a las vecinas del 4º, y no dicen cosas muy buenas.

Por supuesto, yo también pienso que es un bicho raro. Y, sin embargo, no puedo evitar compararme con él. Porque sé que esas mujeres también hablan cosas malas de mí. Y porque a ninguno de los dos nos importa lo que piensen ellas ni nadie más.

Siempre me había preguntado por qué su novia, una chica llena de alegría y vestida con tantos colores que a veces podía resultar ridículo, estaba con él; un tipo serio que parece estar tenso en cada momento.

Supongo que ella también acabó preguntándose lo mismo, porque desde hace unos meses no la he vuelto a ver por aquí. Y supongo que ese es el motivo de el concierto de gritos que se escucha en el rellano.

Por un momento me he quedado embelesada por los gritos. Son desgarradores. Sé que si mi madre hubiera estado aquí, hubiera acotado: «Así es como suena un corazón roto». 

No debería pensar en ella en este momento, pero se me hace inevitable.

Cuando era pequeña me daban miedo las tormentas. Nunca podía dormir si había una, cada trueno me hacía temblar y movía algo oscuro dentro de mí. Pero entonces mi madre entraba en mi habitación, se acostaba a mi lado y me acariciaba el pelo mientras me cantaba una canción. Cuando me encontraba más calmada y a punto de dormirme, me susurraba al oído: «Sólo son las lágrimas de Zeus, cariño. Hasta a los dioses les rompen el corazón».

Cada grito de mi vecino se clava en mí como un trueno de las tormentas de mi infancia. Son tan desgarradores que puedo sentir su dolor. Medito durante minutos si debería intervenir o no, ya que mi idea principal de ser mejor persona en este momento me resulta bastante estúpida.

Decido darme la vuelta, dar la espalda a la puerta de la que salen esos gritos y sacar las llaves de mi bolsillo para entrar a mi apartamento, convenciéndome a mí misma de que ya tengo suficiente con mi dolor.

Pero entonces paran los gritos. Y oigo una botella de cristal caer al suelo. Me paro en seco, porque sé que esa botella es de alcohol y me vienen a la mente las miles de veces que he llorado abrazada a una botella de alcohol. Me recuerda tanto a mí misma que no puedo evitar darme la vuelta y, sin pararme a pensarlo por más tiempo, golpeo la puerta cinco veces seguidas.

Cualquier tipo de ruido proveniente de aquel apartamento se corta por lo sano. No se oye absolutamente nada, como si estuviese vacío. Pasa casi un minuto y no recibo respuesta, así que pienso que o bien mi vecino no quiere hablar, o bien se ha desmayado del alcohol que probablemente hay en sus venas.

Estoy a punto de darme la vuelta para volver a casa cuando la puerta del 3ºE se abre repentinamente. La vista de mi vecino me deja helada.

Tiene el pelo echado hacia la cara, cubierto de sudor. El verde de sus ojos resalta aún más porque están tremendamente rojos. Me gusta el hecho de que no ha limpiado sus lágrimas, las cuales corren por sus mejillas aunque su rostro se encuentra totalmente impasible. Me gusta que no se avergüence de estar llorando, porque eso de que los hombres no lloran es algo viejo e incorrecto. Sus dedos tiemblan y el resto de su cuerpo también.

Los temblores acompañados del sudor y de sus ojos rojos lo hacen ver como un drogadicto en proceso de desintoxicación. Y sin embargo, de la única droga de la que se está desintoxicando es el amor.

Me mira durante unos segundos sin decir nada, y yo me he quedado muda por la visión de un hombre en aquel estado de vulnerabilidad.

— ¿Qué?— acaba soltando él cortantemente.

— ¿Estás bien?

Estúpida. Evidentemente no está bien, ¿qué clase de pregunta es esa? Inevitablemente, mi vecino pone los ojos en blanco como sé que yo misma haría ante semejante estupidez de pregunta.

— Sí— contesta, después cierra la puerta en mi cara.

Está bien, me lo merezco.

Vuelvo a tocar cinco veces con ninguna esperanza de que me vuelva a abrir, aunque mi sentido común me pide a gritos que entre a mi casa y conserve la poca dignidad que me queda.

Para mi sorpresa, mi vecino vuelve a abrir la puerta.

— ¿Qué?— repite, exactamente con el mismo tono que la primera vez.

— ¿Hay algo que yo pueda hacer para hacerte sentir mejor?

Ahí estoy yo intentando ser buena persona. Ayudando a los demás. Merecedora de un Nobel de la Paz.

Él me mira de arriba a abajo y escupe:

— No, gracias. No estoy tan desesperado como para necesitar tus servicios.

Vuelve a cerrar la puerta en mi cara y yo me quedo boquiabierta. Mi característico mal humor resurge y ya no me importa estar aquí para ser una buena persona. Él ha herido mi orgullo y va a pagar las consecuencias.

Doy un fuerte golpe en su puerta, nada parecido a los anteriores. Pasan unos segundos y no contesta, por lo que vuelvo a aporrear la puerta con una rabia creciente. No recibo respuesta.

— ¿Qué quieres decir con «mis servicios»?— grito a pleno pulmón con intención de que él me oiga.

Golpeo la puerta unas cuantas veces más pero mi vecino no da señales de vida durante más de cinco minutos. Finalmente decido darme por vencida y volver a casa, con más mal humor aún del que ya tenía.

— Esto me pasa por intentar ser buena persona.

TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora