8. Amigos y Poderes

8 2 0
                                    


Los chicos se movían entre la torrentada de gente saliendo del estadio. La algarabía de la Furia Verde por la victoria era tan estruendosa que prefirieron unirse a un grupo de aficionados del Intercontinental y caminar con ellos para poder platicar con más tranquilidad.

El partido había estado histórico. El Inter había se había adelantado con un gol tempranero en el noveno minuto, y se habían encerrado en su mitad durante el resto del encuentro a defender la mínima ventaja. El Comu intentó una y otra vez abrir el cerrojo de once defensas pero sin éxito. Faltando veinte minutos para el final el Manolo había sacado al desgastado Poncho enviando a Gavin en su lugar. La mitad del estadio abucheo la decisión, Poncho era uno de las leyendas del equipo y no les gustaba verlo ceder el puesto a un novato.

Gavin había entrado como un rayo y con solo cinco minutos de juego había puesto el gol del empate ganando a velocidad un balón entre dos defensas y soltando un riflazo cerca del punto penal. El estadio entero había gritado mientras Gavin era abrazado por sus compañeros de equipo y los jugadores del Intercontinental discutían entre ellos echándose culpa el uno al otro.

Faltando dos minutos para el alargue, Gavin había pillado un espacio entre los defensas por donde se coló con un regate. Tito Muir, un central velocista conocido por sus zancadas de atleta lo había acorralado, pero se tropezó a último momento dejando a Gavin solo contra el arquero, quien engañado por una finta se lanzó al lado contrario de donde Gavin puso el balón.

La locura se había desatado, y fue casi imposible para el árbitro reanudar el encuentro con la cantidad de gente saltando a la cancha uniéndose a la celebración de los jugadores. Cuando por fin pitó el final, un centenar de hinchas se abalanzaron contra el argentino y lo levantaron en sus hombros mientras coreaban su nombre a todo pulmón.

La única nota agria de la tarde fue durante medio tiempo, cuando Tomás había insistido que se fueran a parar junto al corredor de los vestidores para pedirle la camiseta a algún jugador — no era fuera de lo común que las regalaran en el descanso. Ricky prefirió no ir pues quería evitar a Gavin, se le caía la cara de vergüenza cada vez que recordaba lo antipático que se había comportado con él la otra noche después que había llegado a su ayuda.

Tomás y otra docena de hinchas colgaban del borde sobre el túnel y estaban agitando las manos y gritando sus nombres cuando vio a Gavin acercarse. "¡Hey Gavin! ¡La camiseta! ¡Regálame la camiseta!" El novato se detuvo y se quitó la camiseta y a Tomás se le abrieron los ojos de la emoción... pero se desinfló de inmediato cuando vio como Gavin le arrojaba el recuerdo a un enorme tipo con cara arrugada en molestia, que parecía Hulk vestido de traje y lentes oscuros. El gorila subió corriendo las gradas hasta llegar al pequeño palco de honor que había en el estadio y le entregó la camisa a una chica de pelo rubio que la ondeó sobre su cabeza mientras le tiraba besos al joven jugador. A Tomás se le retorcieron las tripas del enojo cuando reconoció a Marcia. Estaba sentada con su padre, un señor alto de unos sesenta años, pero que mantenía su lustroso cabello castaño intacto, y su madre, una bella mujer, mucho más joven que su esposo, quien se rumoraba había sido una famosa modelo en su juventud.

Gavin simuló atrapar los besos en el aire y se desapareció en el túnel. Marcia volteó a ver a Tomás y le gritó "¡Hey enano! ¡Tienes algo en el ojo, está todo morado!" Su padre pareció regañarla pero su madre sonreía.

"No tiene sentido," dijo Tomás mientras esquivaba a dos aficionados del Intercontinental que se abrazaban llorando y derramando cerveza de sus vasos, "Gavin vio muy bien que era la cabecilla del grupo de Helmuth el otro día. ¿Por qué ignora eso ahora?" se preguntó dándole una patada a una lata.

Ricky Falcó: Una Historia de ElemenciaWhere stories live. Discover now