Flechar un corazón herido.

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Se trataba de un enviado del palacio, que la escoltaría hasta la presencia del rey. Había estado revoloteando alrededor de ella desde que dejo la enfermería.

No tengo tiempo para esto ahora. Vine aquí por una razón. Me ocuparé de esto luego.

—Un momento—pidió. Elevó la mirada y contempló su reflejo. Se preguntó si su madre se veía así a su edad. Incluso recordarla como la conoció resultaba difícil.

Katara pensó en lo mucho que le gustaría que su madre estuviera ahí con ella en ese momento.

Suspiró con resignación y apuro la amarga bebida.

Tuvo que poner una mano en su boca para evitar vomitar el brebaje y mucho después de que lograra tragarlo, un residual sabor permaneció en su boca.

Se puso de pie y dejo el tarro vacío sobre el tocador.

Fuera del hotel había un carruaje tirado por un par de caballos avestruz que los esperaba. Katara entro en la cabina, agradeciendo no tener que caminar. Se adentraron, ella y el enviado, de forma rápida en las calles de la pequeña ciudad.

Kim Du Hee era un lugar encantador y muy hermoso, rodeado de colinas montañosas. La ciudad estaba en un valle junto al puerto. Las casas, todas muy pequeñas abrían espacio al mercado principal que corría por las calles como la sangre que corría en el cuerpo humano.

—Todos los turistas que llegan a la ciudad no pueden irse sin antes recorrer el Gran Mercado y el Gran Mercado Nocturno—iba diciendo el enviado, en un intento de hacer más placentero el hasta ahora silencioso recorrió hacia el palacio—. Es un deleite para la pupila, de una belleza tan arrolladora como la que uno presencia frente a sus ojos en este momento.

—Me honra con sus palabras—Katara había recibido en cálida de embajadora tantas veces ese tipo de cumplidos que conocía de memoria la forma de responder. Sus ojos se perdieron en las altas murallas que avisaban su proximo destino—. ¿Que me puede decir de la familia Kim? ¿El rey tiene hijos?

—Hijas—reconoció el enviado, con cierta melancolía. Parecía ser un tema bastante delicado—. Las dos princesas eran el deleite del rey Lu y la reina Baela. Vivían para ellas, día y noche—el hombre busco un pañuelo en la manga de su túnica y se limpió el sudor que cubría su frente. Katara se dio cuenta de que hablaba en pasado sobre las hijas del rey ¿Acaso Koemi había tenido una hermana? Ya era bastante malo solo una como Koemi, no quería imaginar a dos—. Lamentablemente, el destino no le favoreció a ninguna de ellas. La desgracia que atormenta a la familia Kim empezó con el asesinato de la hija mayor, la princesa heredera Hatsu Reiko, a la temprana edad de seis años y continuó cuando la hija menor demostró un grave caso de inestabilidad mental.

—La menor...—Katara lo medito en silencio un par de segundos. No le costó nada suponer de quién estaban hablando—Kim Koru Huremi.

El hombre asintió levemente.

El resto del camino continuaron en silencio, aunque Katara hubiera preferido preguntar más sobre el tema. No pudo evitar pensar en Azula ¿Acaso todas las princesas estaban locas?

El palacio real era un edifico enorme en el centro de la ciudad. No era tan grande como el palacio de la Nación del Fuego o el castillo amurallado del Rey Tierra Kuei, pero era al menos tres veces más grande y majestuoso que la finca de los Beifong.

Red Moon [RM #01] Where stories live. Discover now