ᴄᴀᴘÍᴛᴜʟᴏ 5

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CUANDO LA PRIMERA ficha de dominó cae, empuja la siguiente y así sucesivamente van cayendo todas las demás. Pero es no es todo, cada ficha al caer no solo derriba a una de su mismo tamaño, sino que es capaz de derribar una ficha cincuenta veces más grande. Bueno, no había mejor metáfora para describir mi vida que el efecto dominó. Empezó hace cuatro años cuando papá y yo regresábamos a casa de su oficina, un conductor ebrio chocó contra el coche sacándonos de la carretera, papá recibió el impacto de llenó. Murió al instante. Un accidente del que mi familia no se había recuperado y de una u otra forma, me culpaban a mí. Yo también me culpaba. Había aprendido a vivir con eso y por supuesto, había días en lo que era mucho más difícil sobrellevar la animosidad mal disimulada que recibía.

Debí darme cuenta que las fichas que había logrado poner en su lugar volvían a caer de nuevo.

Esta vez sin mucho ruido.

El día siguiente a la fiesta me desperté a media mañana, solo bajé cuando mi estómago rogó por un poco de comida y me negué a averiguar porque las mariposas que vivían allí se habían despertado de su hibernación. Más enloquecidas que antes. Esperaba que todas las emociones de ayer se debieran a que estaba un poco achispada por el alcohol, lo que no tenía sentido, solo había tomado un vaso de ron con coca.

Me deslicé hasta la terraza dónde estaban mamá y Georgina almorzando. Con cuatro años de diferencia, Georgina era la segunda de tres hermanas. Entre ella y yo las cosas siempre eran tensas y raras. Nunca pudimos llevarnos bien y tener una relación de complicidad, confianza o cualquiera que sea el vínculo que se desarrolle entre hermanas. Por años ella fue la beba de la casa y después nací y tuve la osadía de quitarle el lugar. Eso creó una fricción entre nosotras desde el principio, incluso llegamos a pelearnos por la atención de papá. Después del accidente y de aceptar que él no volvería nunca más comenzó a hacer de todo, esperando recibir algún tipo de aceptación por parte de mamá. Pero Elizabeth nunca ha sido una madre devota y solamente estaba pendiente de sí misma. Claro que cuando hacíamos algo que no le gustaba era la primera en hacernos ver nuestro error. Estaba muy claro para mí que ella solo había tenido hijas para complacer a papá, porque lo amaba más que a nadie en este mundo. Pero aun sabiendo esto, Georgina quería ser la hija perfecta y lograr su aceptación sin importar si tenía que tirar a alguien debajo de un tren.

—No esperaba que nos acompañaras —dijo en cuanto me senté.

—¿Por qué no? —preguntó mamá.

La noche anterior, cuando llegué a casa, Georgina aún estaba despierta. Desde ese momento supe que ella haría cualquier comentario que pareciera inocente para que mamá lo supiera. No se daba cuenta que dejándome en mal provocaba que mamá me prestara más atención de la que yo realmente deseaba.

Me preparé para recibir el empujón y ser arrojada a las vías.

—Llegó como a las tres de la mañana y olía a alcohol. Pensé que aprovecharía para descansar todo el día.

Lo dijo con total inocencia que nadie creería que lo hacía adrede.

—Georgina—suspiré cansada—, si vas a ser la comunicadora de mi vida por lo menos no exageres los hechos.

—¿No olías a alcohol?

—Ese no es el punto y lo sabes.

—¿Llegaste alcoholizada a mi casa? —preguntó mamá con desdén en su voz.

Clavé la mirada en mi plato.

Lastimosamente sí olía a alcohol. Poco después del encuentro con el idiota desconocido en la oscuridad y queriendo evitar a Ethan me topé con uno de los invitados que estaba tan borracho que derramó su vaso de cerveza en mi vestido. Nunca he sido un peso ligero con el alcohol y en mis diecinueve años nunca me había emborrachado, ni tenía la intención de empezar a hacerlo. Pero no tenía sentido perder mi tiempo tratando de explicarme, ninguna de las dos escucharía.

ꜱᴇᴄᴜᴇʟᴀꜱ ᴅᴇ ᴜɴ ᴀᴍᴏʀ || #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora