Prólogo

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17 de mayo de 2004

-Harold, apresúrate a terminarte tu cereal, Anne no tarda en llegar.

El pequeño Harry se encontraba sentado en la mesa del amplio comedor, sus diminutas piernas colgando del suelo a causa de su corta estatura, el cabello chocolate un tanto desordenado y los ojos esmerada abiertos con miedo al escuchar las palabras de Gemma.

Harry le tenía miedo a su mamá.

Ella era mala con él, siempre se iba temprano de la casa sin dirigirle la palabra a su hermana o Harry, y regresaba a altas horas de la noche, maldiciendo y oliendo a alcohol.

Y Harry había sido, por desgracia, el blanco de sus abusos.

Gemma era buena alumna, demasiado callada para causar problemas y demasiado tranquila para alguien de su edad; con ella nunca se desquitaba.

Pero Harry, Harry era un asunto totalmente diferente.

Harry poseía un don, el cual a los ojos de Anne se veía reflejado como una anormalidad, haciendo ver ante los de Harry como si él fuera un fenómeno, siendo ésta última la palabra que más le repetía todos los días.

Harry no entendía porqué su mamá lo trataba tan mal, él era demasiado pequeño e inocente como para saber que el que los árboles extendieran sus ramas para cargarlo y las ramas llenas de suaves hojas de éstos le hicieran cosquillas cuando pasaba las tardes en su pequeño jardín, era algo que no le sucedía a ningún niño.

Por esa razón comenzó a comer con rapidez, masticando el cereal en su boca como si su vida dependiera de ello.

El sonido de alguien maldiciendo afuera hizo sobresaltar al menor, provocando que su pequeña manita con la cuchara temblara y el cereal en ella se tirara.

Gemma no le dio tiempo de limpiar, pues lo tomó del brazo izquierdo y lo jaló hacia una habitación, la cual era tan pequeña que apenas cabía en ella.

La castaña lo miró con la preocupación y tristeza llenando sus párpados jades, para después darle un beso en la frente y repetir las palabras que le decía cada día, desde el momento en el que Harry podía caminar.

-Tranquilo Hazza, todo va a estar bien si te quedas callado, recuerda contar hasta diez y cantar la canción que te enseñé en tu mente - le susurró con rapidez esas palabras con ternura, queriendo tranquilizar al chiquillo de todas las maneras posibles.

El pequeño niño de rulos se dedicó a asentir a las indicaciones de su hermana, tragando saliva con miedo.

Al sentir el aporreo a la puerta, Gemma empujó con delicadeza a Harry al diminuto cuartito que desprendía olor a moho, convenciéndose a sí misma que era mejor encerrarlo en ese oscuro lugar que dejar que su madre lo tratara como un bastardo.

No se demoró en abrir la puerta, pensando que entre más rápido su madre entrara a la casa y lograra tranquilizarla, Harry pasaría menos tiempo en el armario lleno de oscuridad al fondo del pasillo.

Cuando logró quitar los seguros de la puerta de entrada, una figura femenina se asomó, para luego entrar con brusquedad a la vivienda.

Anne Styles había llegado a su casa, vestida con un corto vestido con estampado de leopardo que a luchas podía cubrir lo necesario, el cabello alborotado, el maquillaje barato que se dio el gusto de comprar en lugar de darle de comer a sus hijos y el labial rojo pasión corrido, oliendo a alcohol y a prostíbulo.

-¿Dónde está el engendro? - preguntó arrastrando las palabras y con la voz ronca a causa del alcohol consumido esa noche.

Gemma la ignoró y se acercó a ella, tomando el bolso de segunda mano del hombro de su mamá, aventándolo al sillón. La agarró por el brazo e hizo que Anne rodeara su pequeño hombro con su brazo lleno de cicatrices y marcas nuevas hechas esa misma noche.

Forest boy [l.s]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora