II: Correspondencia.

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Había pasado un tiempo, las cosas no mejoraban y mi estado de ánimo seguía constante. 

¿Han sentido la ruptura de sus corazones? Es doloroso, sobretodo si este se rompe por la pérdida de alguien querido. Alguien amado.

Pero me estoy adelantando mucho a los acontecimientos, después de todo, esta historia es de dos. 

Dos personas. 

Dos seres que, por desgracia, perdieron la jugada más importante. La de amar. La de corresponderse.

Nos conocimos apenas teníamos diecinueve años. En ese tiempo no entendía nada de esos perfectos amores en dónde todo encajaba, todo era un simple amorío de meses, nada complicado. Pero fue el pasar de los años que me hizo comprender qué era el amor, cómo se sentía y cómo se lograba expresar.

Teníamos una buena relación, inmejorable yo diría, nos acompañábamos a todos lados; nos contábamos todos nuestros problemas, fueran amorosos o familiares; éramos los mejores amigos.

Me hubiera gustado que así hubiese sido. Que sencillamente hubiésemos quedado como mejores amigos. Así, probablemente, no hubiera ocurrido nada que se escapase de control.

Pero los sentimientos siempre llevan la contraria.

—¡Edgar, ya levántate! ¡¡Vas a llegar tarde a clases!! —gritó mi mamá desde el primer piso.

—¿Cuál sería el motivo para despertar e ir a clases? —me dije a mí mismo.

Sinceramente, lo extrañaba mucho. Esa sonrisa; esa frágil risa que contenía un montón de miradas achinadas; esos bonitos gestos que hacía con sus labios.

Y vuelvo a recalcar, qué difícil es perder a un ser querido.

—¡Faltaré hoy también! —grité. ¡No me siento bien! —escuché las escaleras.

—Hijo, ¿puedo? —tocó la puerta de mi habitación y entró. Sé que estás triste, él era muy importante para ti, pero el caso aún no se ha resuelto y no puedes echarte a morir. Nadie sabe si su muerte fue un accidente o fue por voluntad propia. Tú debes despreocuparte un poco, que se están aclarando poco a poco las cosas.

A pesar de que me lo digan mil veces, siempre tendré ese sentimiento de culpa; de arrepentimiento por haberlo hecho llorar, siendo esas malditas lágrimas lo último que vi en su rostro.

Aún recuerdo cómo lo conocí, era mi peor día. Lunes. Despertándome tarde; perdiendo la micro; haciendo esperar al enojón del Jaime y llegando atrasado a clases. Pero ahí estaba él, que en ese entonces no le encontraba gracia ni encanto, parado junto al Nico, quienes se nos aproximaron. Al parecer se conocían, así que al acercarme a saludar a mi amigo, aproveché y entablé una conversación con él. Era agradable y en un par de meses ya éramos uña y mugre. Conseguimos una rápida y genial amistad. Muy perfecta para ser eterna.

Y es por eso que no lo fue.

Pero pese a que no fue una amistad duradera, fue un bonito romance.

Un hermoso amor.

***

—¿Manuel? —dije un poco tímido, cosa rara en mí. Hay... algo que quiero decirte.

Mejor dicho, declararte.

—... —me miró fijamente a los ojos, dándome así el paso para hablar.

Esa tierna pero intimidante mirada me hacía pensar en cómo sería verla cerca de mis ojos por el resto de los días.

—Bueno, cómo explicarlo. —tragué saliva y continué. 

Sin rodeos, Edgar.

—Lo que pasa es que... —me rasqué la barbilla. Me gustas.

—¿Te gusto? ¿Como de querer abrazarme y besarme? —sus mejillas se tornaron rosadas.

—Te quiero, me gustas. —me acerqué a su rostro. Y no te quiero perder jamás, Manuel.

—N-no te acerques tanto, me pones nervioso. —agachó su cabeza y cerró sus ojos.

—Perdón por esto. tomé su mentón y le di un pequeño beso.

***

No puedo dejar de acordarme de él.

Sus suaves labios; su rostro sonrojado.

—Qué voy a hacer... —pensé y me levanté de mi cama.

Tomé una toalla y me dirigí a la ducha.

Me era fácil mantener mi cabeza meditando sobre cosas, pero no siempre eran asuntos buenos, la mayoría de las veces me dañaba la mente pensando en cosas pasadas. Acordándome del pasado.

Sentí el agua rozar y bajar por mi columna, al menos esto me relajaba, más que sólo pensar en cosas malas.

Ojalá él estuviera acá a mi lado. Sintiendo su respiración; su frío cuerpo junto a mí.

No podía evitar soltar lágrimas, es como si se hubiera ido de mi vida de un segundo a otro. Y siento que el no haberme despedido bien, me perseguirá por siempre.

Pero la vida sigue al parecer, y debo concentrarme en terminar mi carrera. Último año y farreándomela.

Me arreglé y salí de mi casa con mis llaves y mi celular en mano.

...

—¿Dónde estabas que no aparecías? —me preguntó el Nico.

—En mi casa, me costó despertar, no dormí muy bien.

—Oye, con el Nico estábamos pensando en irnos a tomar unas chelitas hoy en la noche, ¿apañai?

—Puta, si digo que no, me van a pegar, así que dale. —respondí sin ánimos.

—¡Ya pero arriba el ánimo po, weón! —me pegó un wate y se rió.

—¡Son las una de la tarde ya, weón! —exclamé. ¡Nos toca la prueba!

—¿Qué weá? ¡¿Había prueba?! 

—Puta el Jaime. —me reí y entramos a la sala.

—¡Edgar, psst! Frente A, nariz B, boca C, cuello D y pecho E. —me susurró el Nico mientras hacía los gestos con su mano.

—Aweonao, es de desarrollo.

—Puta la conchetumare. ¡¡Aborten misión, cabros!! 

—¡Cállate, imbécil de mierda! —gritó el Jaime.

Estábamos en temporada de exámenes, a lo mejor por eso mi mamá estaba tan preocupada de que faltara. Bueno, yo tampoco me quiero pitear un ramo.

Al terminar la prueba salimos a comer algo y a desestresarnos un poco.

—¿Y cómo les fue?

—Me compliqué caleta en la nueve, pero igual estaba fácil la weá. —dije decidido.

 —Nunca digai que está fácil, terminas sacándote un rojo. —afirmó el Jaime.

 —Puta, a mí me fue relativamente bien, para no haber estudiado...

—Irresponsable culiao. —me reí.

Pero hasta en los momentos en los que creo estar despreocupado, viene esa ola de pensamientos y vuelvo a acordarme del Manuel.

Quizás sea el lugar. Cada vez que terminábamos un trabajo o una prueba pesada veníamos a comer todos juntos a este local. Nuestra picada anti estrés.

Y es inevitable no recordarlo.

De verdad lo extraño.

Lo necesito.

Manuel, vuelve.

Torrencial / EdyeloWhere stories live. Discover now