I: Llaves.

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—Mi celular, mis llaves, y mis ganas de nada.

Según mi percepción de la vida, así se comienza un día. 

Bueno, quizás la he comenzado a ver así desde que todo se acabó emocionalmente para mí.

O, probablemente, soy un maldito amargado.

***

Su rostro estaba sonrojado, no sé si era por el cansancio de haber corrido o algo, pero se veía hermoso. Y su mirada. Era como si guardara algo entre sus pupilas. Para mí, era lo más adorable y atractivo que había visto en años.

—Micro culiá, ¿tomamos el metro?

—Son dos estaciones, mejor caminemos.

El clima no estaba muy bonito, pero el sólo hecho de caminar junto a él, de verlo reír; taparse las manos mientras sonríe; esconder sus manos dentro de los bolsillos de su polerón por el frío; bostezar pareciéndose así a un pequeño gato. Era una infinidad de acciones que me hacían estremecer de ternura. Él me hacía sentir un torrencial de emociones.

Él.

Mientras caminábamos, sentí una fuerte brisa. El viento empezaba a mover las hojas de los árboles.

—Manuel, deberíamos empezar a apurarnos, sino vamos a morir de hipotermia.

—Ya tranqui, si nos quedan cuatro cuadras.

Pero al pronunciar estas últimas palabras, una fuerte lluvia brotó del cielo. No alcanzamos a decir nada y ya estábamos los dos corriendo hacia su casa.

—¡Abre la reja po, weón! —grité mientras mi cuerpo tiritaba.

—¡¡Weón!! —exclamó tocándose los bolsillos. ¡No encuentro las cagás de llaves!

—Aah, no me weí. —dije algo irritado.

—se agachó y comenzó a buscar en su mochila. ¡Por la chucha! ¡Llaves culiás!

—No me quiero pasar por arriba de nuevo. Seré alto y toda la weá pero ahora tengo todo el cuerpo agarrotado por el frío.

Pero colocó esa carita que me encanta, y no tuve opción.

—Hazme escalerita.

Subí mi pie a sus delgadas manos y me di un impulso hacia arriba cruzando la reja.

—Revisa en esa planta por debajo, deberían haber unas llaves.

—¿Esta? —apunté un bonito cactus.

—Dije planta, no cactus, esa de al lado.

—¿Esta?

—¡¡Al lado, weón!! —metió su brazo por entremedio de la reja y apuntó con ganas.

—... Aah, ya. —levanté el macetero y recogí el llavero. ¡Ahí van, agárralas!

 Estábamos solos. No me gusta esto.

—¿Quieres algo?

A ti.

—No, estoy bien, gracias.

—Ya, entonces anda a cambiarte y me pasas tu ropa mojada para secarla un poco. Ponte algo que haya en mi cómoda.

Subí las escaleras y al estar en su habitación no aguanté lanzarme contra su cama. Me gusta mucho su olor. Pero me da tristeza.

Me desvestí, tomé una polera cualquiera y me la coloqué, abajo quedé simplemente en boxers.

—¿Puedo entrar?

—Pasa no más.

Me miró y noté cómo su expresión cambiaba.

—Ah... eh... P-pásame tu ropa po. —dijo nervioso y su rostro se sonrojó.

—Ah, toma. —se la entregué y me reí. ¿Qué te pasa?

—¡Nada! ¿Por qué? —se rió inquietamente.

—sonreí. Por nada.

Seguramente los dos estábamos igual de nerviosos, y es que el sólo hecho de mirarlo; con ese pelo mojado, con esa nariz colorada y con esos delicados hombros caídos, daban ganas de agarrarlo y tratar de protegerlo de cualquier manera del frío. De cualquier manera.

Abrázame.

Sólo quiero tus abrazos. Tus caricias.

Sólo te quiero a ti.

—Oye, por la hora y el clima, ¿te quedarás acá?

—Yo cacho, pero sólo si duermo a tu lado.

—Eh, ¿qué?

—me reí nervioso. ¡Nada!

Al estar tan concentrado en mis pensamientos, se me soltó algo importante. Bueno, no es que lo sea tanto, podría haber sido perfectamente una simple broma homosexual de las que nos hacemos como grupo. Pero no era este el caso. 

—Qué erí weón. -se rió a carcajadas.

Le causó gracia, y, a pesar de que lo había dicho con una voz muy seria y serena, no descubrió que no era una broma.

Cuándo será el día que este sentimiento sea correspondido.

Cuándo.

***

Y ese, probablemente, es el mejor recuerdo que tengo de él.

Claro, olvidando toda nuestra historia.

Torrencial / EdyeloWhere stories live. Discover now