1 | Méryda

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Número de palabras| 5749 

Advertencias| ninguna

Publicación| 15 Jun 2017


La madera hizo un sonido hueco cuando dejé caer mi cabeza contra ella. Me reí al mismo tiempo que mi amiga me preguntaba si estaba bien.

Reincorporándome, llevé una mano hasta mi frente para sobar el centro de ésta.

—Tengo mucho sueño —le confesé. Había ido a la cama hasta muy tarde la noche anterior... o muy temprano ese mismo día. No debía quejarme porque aquello había sido por gusto propio; el semestre apenas estaba empezando, así que no teníamos muchos deberes y como meta de año nuevo me había propuesto hacer las tareas el mismo día que las dejaran para no tener todas acumuladas. Sabía que pronto se me olvidaría aquello, pero no hay como engañarse a uno mismo los primeros meses del año.

Helena negó con una sonrisa en la cara.

—¿A qué hora te dormiste?

—Muy tarde —murmuré. Ella me conocía y también a mi horario fluctuante.

Nos quedamos en silencio mientras veíamos alrededor. El resto de mis compañeros seguían llegando y no había rastro del profesor. Miré mi teléfono en la superficie de mi mesabanco y presionando la tecla del centro observé la hora. Eran cinco minutos después de las nueve.

—¿Qué clase nos toca? —pregunté, acomodándome en mi lugar. Mejorar mi postura era otra de mis metas.

—Ni siquiera sabes a qué clase vienes —se burló ella. Revisó algo en su celular y después leyó el nombre de la clase. Sonaba interesante.

—Apenas he podido revisar el horario. He estado muy distraída... y no estaba lista para regresar a clases —Iba a seguir quejándome del poco tiempo que tuve para descansar cuando por la puerta entró una persona saludando al grupo.

—Buenos días —dijo, demasiado alegre para nuestro humor mañanero. Era un hombre alto y esbelto, con lentes y sonrisa entusiasta. Quizá era primerizo dando clases.

Lo saludamos a nuestro modo, unos antes y otros después. Yo murmuré algo que sonó como "buenos días" y todos comenzaron a tomar sus lugares.

El profesor acomodó sus pertenencias en el escritorio al frente y sacó una portátil de su maletín. La encendió y después de revisar algo y hacernos esperar en un incómodo silencio, se dirigió a la clase.

—Mi nombre es Marco Fonseca y les estaré impartiendo esta clase todos los martes y jueves.

Prosiguió escribiendo su grado, nombre y demás datos de contacto. Los apunté en un garabato que según yo me encargaría de pasar a limpio ese día más tarde. Mentira.

—Antes de explicarles el método de evaluación, quiero presentarles a alguien.

Fruncí ligeramente el ceño. Él había llegado solo y, aunque había unos cuantos alumnos nuevos que se habían integrado de otros turnos, no había necesidad de presentarnos. Esperaba que no pusiera una de esas incómodas dinámicas rompehielos.

Proyectó una presentación sencilla en donde se leía su nombre y el de la materia en el pizarrón y después fue hacia la puerta.

Helena se volvió hacía mí, pues ocupaba el lugar del frente y me hizo una seña con la cabeza como diciendo «¿A qué crees que se refiera?». Me encogí en hombros pues estaba tan confundida como ella.

—Quizá sea su ayudantía —murmuré. La universidad ofrecía la opción a los alumnos de prestar ayuda a los maestros a cambio de créditos curriculares.

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⏰ Última actualización: Jun 16, 2017 ⏰

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