1. Llegada

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La ruta estaba tranquila a esas horas de la noche. Muy pocos vehículos circulaban por aquella carretera, escasamente iluminada en ese tramo. John Hill conducía un pequeño automóvil grisáceo, con tanta velocidad como le estaba permitido. Sólo pensaba en llegar al pueblo y cenar. Lo habían enviado a un pueblo alejado de Ohio a investigar un asunto que le parecía desproporcionado. La policía local sin dudas podía encargarse fácilmente de aquel suceso. Se trataba de la desaparición de una chica. Probablemente un secuestro, tal vez un homicidio. Un caso grave y chocante, pero nada rebuscado. ¿Por qué enviar un detective del estado vecino?

Un polvoriento camino interno conducía hasta las inmediaciones de un pequeño bosque, donde estaba situado el pueblo de Darkwood Creek. No aparecía en ningún mapa, y ni siquiera los satelitales revelaban información específica. Debía ser un pueblo especialmente insulso, pensó John.

Una estación de combustible anticipaba la cercanía de la zona poblada, y las primeras casas empezaban a aparecer unos kilómetros más allá. La vegetación espesa que flanqueaba la ruta daba paso al campo, y el campo se convertía gradualmente en pueblo. Allí, el camino estaba asfaltado, así como todas las calles que John pudo observar desde las esquinas. Apenas algunos vehículos circulaban por ellas, y ningún peatón. Supuso que hacía frío allí fuera, pues era de noche, era otoño y estaba nublado y ventoso.

Estacionó el carro delante del departamento de policía. Era un edificio pequeño, con una puerta doble de vidrio, de cuyas hojas sólo una estaba abierta. Había un guardia de pie frente a la entrada.

El ruido de la puerta del automóvil resonó en la noche. John se ajustó su sobretodo largo oscuro, y sus zapatos hicieron eco contra el suelo mientras se acercaba al cuartel.

Soplaba una brisa cálida entre los tejados de Ivendra. La Plaza del Puente, lugar de encuentro y de paseo, estaba abarrotada de gente durante el día, pero no a esas horas de la noche. Noy atravesó la explanada y cruzó al otro lado del río, con el viento refrescándole la cara.

Aquel tramo de la ciudad era agradable para recorrer. Las casas de los maestros e instructores eran anchas y con jardines, separadas entre sí por cercos y algunas callejuelas. Destacaba, sin embargo, una casa más pequeña, apenas distinguible al lado de la opulenta casa que estaba junto a ella. Cualquier transeúnte desprevenido habría creido que era apenas una extensión, un ala de aquella, tal vez una habitación, o un taller. Pero Noy sabía que no era así. Allí vivía Erial, la mujer a la cual estaba yendo a visitar.

Erial se había instruido con él cuando sus padres, comerciantes, decidieron pagar su educación. Dado que su familia era una de las que estaban mejor posicionadas en los negocios de la ciudad, habían invitado a la hija de sus más importantes socios a aprender en su casa con el mismo maestro. Siempre habían intuido que en aquel entonces, sus padres esperaban concretar un casamiento entre ellos. Pero la familia de Noy se había visto obligada a trasladarse a Larad, la ciudad capital del reino, y los negocios con los padres de Erial se interrumpieron.

Noy se había convertido desde entonces en un guardia a sueldo, como a él le gustaba considerarse a sí mismo, y había vivido gracias a sus servicios hasta entonces. Erial, en cambio, se había convertido en instructora, y había continuado investigando y leyendo sobre gran diversidad de asuntos. Por eso se dirigía a ella.

Se preguntaba si lo recibiría a esas horas. Había pasado bastante tiempo desde la puesta del sol, pero no podía ser de otro modo. No quería que algún habitante curioso supiera -y hablara- de aquella visita. De modo que allí estaba Noy, con sus cabellos oscuros y su mirada audaz, de pie frente a la casa de Erial. Golpeó suavemente la puerta.

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