0. Ausente

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Hacía frío. El agua del arroyo corría limpia y fluida, y parecía arrastrar sus pensamientos. El cuaderno estaba abierto en sus manos en la misma sección desde hacía al menos media hora. En realidad, Jennifer, sentada sobre la hierba, a cierta distancia, no podía dejar de pensar en lo que pasaría el lunes, cuando regresara a la escuela. Pero no con sus tareas, sino con su amiga Lila y su amigo Martin.

En realidad, esperaba que Martin ya no fuera sólo su amigo cuando regresara a la escuela el lunes. Su mente se debatía entre considerar que la idea de escribirle una carta había sido una tontería ridícula o una caricia para el corazón. Se había asegurado de que a Martin le gustara recibir cartas, incluso cartas románticas, pero no conocía su opinión acerca de la relación entre la amistad y algo más. No era algo que hubiera podido preguntar, desde ya. Habría sido muy arriesgado.

En cualquier caso, Martin se había alegrado al recibir su carta. Eso era evidente. Claro, eso antes de leerla. Afortunadamente para Jennifer, él pasaría el fin de semana en casa de su tía, en Virginia. Tendría dos días terribles esperando la respuesta, pero por lo menos no debería cruzárselo durante el fin de semana. Aunque, ciertamente, no sabía qué era mejor para ella.

El problema era Lila. Ella también estaba enamorada de Martin. No quería perder a su mejor amiga por causa de un chico. Por supuesto, ella había insistido en que no tendría problema, que la apoyaba y que quería que Jennifer fuese feliz. Pero, ¿lo habría dicho en serio? ¿O sería ese su deseo sincero, pero no lo que realmente sentía o sentiría finalmente? La situación era por momentos angustiante.

En medio de esas cosas, se acercaba el examen de literatura. La profesora Hampton había sido clara; no cabía la posibilidad de posponerla. Jennifer sabía que concentrarse ese fin de semana le resultaría imposible.

Dejó el cuaderno a un costado y se aproximó al arroyo, descendiendo la suave barranca. No había viento. Todo estaba muy quieto, excepto por el canturreo del agua. Se remojó las manos y la cara, a pesar del frío que sentía; necesitaba despejar sus pensamientos. Tal vez debía simplemente confiar en que todo saldría bien. Después de todo, Martin la quería. Si no tenía el mismo tipo de interés en ella, aun así lo entendería, y no se alejaría de ella. Y su amistad con Lila había pasado por pruebas más difíciles que aquella; no se debilitaría sólo por un chico —en el caso de que Martin se fijara en ella, de todos modos.

No se había percatado de que había tanta neblina en el valle. Seguramente anochecería pronto, de manera que comenzó a subir la pequeña pendiente hacia el sitio donde había dejado su cuaderno.

Pero el cuaderno permaneció en su sitio. Nadie lo tomaría durante las próximas horas. Y ciertamente, no sería Jennifer.


Las callejuelas de la zona próxima al muro estaban llenas de suciedad. El barro se mezclaba con el estiércol y los desechos que arrojaban desde las casas. El olor se hacía insoportable por momentos. Pero comparado con ser atrapado por la guardia urbana, le parecía un precio muy bajo. Trató de ajustar la parte superior del cuello de su manto a su nariz y su boca, y siguió corriendo. Todo lo que necesitaba hacer era encontrar la escalera que conducía a la parte superior de la muralla. Kermin lo estaría esperando allí. Si alguien podía ayudarlo a escapar, era él.

Repasó en su mente los eventos de los días anteriores. Había recibido una carta de su contacto en la región de la Colina Dorada, algo que lo había tomado por sorpresa. Pero aún más desconcertante había sido el contenido de su carta: alguien estaba conspirando en contra de la familia real. Alguien dentro del consejo. Su primer instinto había sido revisar sus textos sobre historia del reino y de la ciudad, para encontrar algo que le sirviera de pista. No podía alertar a las autoridades sin saber en quiénes podía confiar.

Luego tuvo la idea —brillante idea— de dirigirse a la biblioteca de la Escuela de los Secretos, donde un antiguo amigo de su familia estaba a cargo de los archivos. No estaba seguro, pero no podía más que sospechar que había sido él quien lo había delatado con alguno de los conspiradores. Aun peor, fuera quien fuese su perseguidor, estaba a cargo de un segmento de la guardia de la ciudad. ¿Sería un mando alto? ¿Uno intermedio? ¿Sería el Maestro de Armas?

Y sumado a todo aquello, no imaginaba quién más podía saber sobre la conspiración, y cómo había recibido esa información su contacto. Pero lo que estaba muy claro era que debía abandonar la ciudad cuanto antes; y dirigirse a la Colina Dorada.

Se arrimó a la pared de una casa lúgubre y desvencijada en la esquina, y miró hacia los costados. A lo lejos caminaban dos soldados. Frente a él se hallaba la muralla. Aún faltaba un trecho para llegar hasta la escalera. Rápidamente atravesó la calle y se escondió detrás de uno de los contrafuertes de piedra. Asomó su cabeza para asegurarse de que los guardias estaban alejándose, y siguió.

De soporte a soporte, avanzó escondido a lo largo del muro, hasta que divisó la escalera. Ascendía abruptamente próxima al paredón. Al pie, había dos soldados. Estaba preguntándose cómo distraería a los guardias, cuando un grito interrumpió el silencio de la noche. Provenía de la parte superior.

Varios gritos se sucedieron, y los guardias que estaban al pie de la escalera miraron hacia arriba, al tiempo que comenzaban a subir a la carrera. Supuso que había sido obra de Kermin, así que decidió aprovechar el momento. Corrió rápidamente y comenzó a ascender, procurando mantener cierta distancia respecto de los soldados. Si lograba llegar hasta las almenas, tendría dónde esconderse mientras esperaba que pasara el incidente.

Estaba en la mitad del ascenso cuando vio que alguien caía desde la muralla. Un guardia, pensó. No podía detenerse. Mantuvo su vista en la parte superior de la escalera, que estaba cada vez más cerca. De repente, vio aparecer entre las almenas a uno de los dos soldados que se habían subido antes que él.

—Esta muerto —oyó que decía. Apuró su corrida, pues imaginaba lo que vendría a continuación— ¡Ey, alto! —exclamó el guardia.

Llegó hasta la parte más alta y continuó a toda velocidad por el paseo de ronda. Escuchó a los guardias desenfundando sus armas detrás de sí. A lo lejos, asomaba una torre. No podía acercarse demasiado, pues otros guardias le dispararían desde allí. Habría preferido no tener que recurrir a su única posibilidad de escape; por eso había tratado de recurrir a Kermin, su único amigo del distrito más pobre de la ciudad. Se estremeció; seguramente había sido él quien había caído por el muro.

Se aproximó a las almenas exteriores y se detuvo en seco. Los soldados se acercaban. Una neblina fría y densa envolvió de repente ese tramo de la muralla. Los perseguidores llegaron hasta el lugar donde estaba su presa. O, en todo caso, hasta el lugar donde ya no estaba.

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¡Hola a todos! Estoy empezando una historia nueva, basada en una semilla argumental que había ideado originalmente para una partida de rol de mesa. Voy a subir una nueva parte cada lunes. La historia de Ausentes cuenta con dos tramas que van en paralelo.

¿O es una sola?

Cada parte va a avanzar en simultáneo con las dos historias. ¡Espero que les guste! No duden en dejar comentarios, correcciones y opiniones.

¡Hasta la próxima!

AusentesWhere stories live. Discover now