—Dice que me odia.

—¡¿A usted?! ¿Por qué iba hacerlo?

—No me creé que fue su hermana.

—Ya lo entenderá.

—¿Creé qué debo disculparme con ella?

—¿Usted? ¿Por qué? No ha hecho nada por lo que se tenga que disculpar. Mejor muestrele lo que pasó ese día.

Siguiendo el consejo del mayordomo, Diamante abrió la puerta y entró,se acercó a ella y la observó durante toda la noche mientras dormía, se revolvía en la cama cuando sus sueños comenzaron a agitarse gracias a los copos de nieve que roció sobre su frente...

La montaña estaba cubierta de oro y fuego, las hojas del otoño afombrsban el suelo.

Fue toda una impresión  caminar por encima de todas aquellas hojas secas. Oír como se quebraban bajo su peso y oler la fragancia que desprendían antes de morirse por completo.

Él era Diamante, el señor del invierno, un hombre alto y pálido que estaba por cumplir novecientos años y no aparentaba más de treinta. Uno de los cuatro príncipes fae que gobernaban esta tierra.

Una vez más, había llegado su hora de reinar diez años más sobre aquella tierra. El taciturno de su hermano Rubeus, acababa de entregarle las llaves de su reino y antes de desvanecerse con el viento entre la hojarasca, le apuntó con el dedo hacía la linde del bosque.

Una hermosa joven los había estado observando, tenía los brazos cargados de leños.

Diamante no se resistió a la tentación de acercarse, hacía muchos años que no tenía contacto con ningún otro ser humano.

—Niña. ¿A qué has venido hasta aquí? — le preguntó intrigado.

—Yo... Me perdí...— balbuceó ella, ruborizándose,tenía el cabello tan rojo como las hojas del Otoño,y sus mejillas en ese momento, sus ojos grices eran grandes y expresivos, y su piel sonrosada parecía terciopelo,a pesar de las pecas que salpicaban su nariz. Olía a jazmín y rocío.
—¿En verdad? — él le sonrió,desde luego que no le creía — Ningún aldeano es capaz de perderse al pie de la montaña.

—Si usted...sería tan amable... No puedo encontrar el camino de regreso... Yo le agradecería mucho que... — parloteaba ella dubitativa.

Él alzó las dos cejas. Era buena.

—Así, como un simple favor — dijo él.

Ella asintió.

—Dime niña,¿a caso sabés quién soy?

—No — mintió de nuevo. Y él lo sabía.

—Yo soy el príncipe Diamante. El señor del invierno — hizo una pequeña reverencia y añadió —, y hace muchos años que no le hago favores a los humanos. No suele ser bueno... Para ellos.

—En ese caso,intentaré regresar a casa por mi cuenta — la muchacha se dio media vuelta y comenzó a adentrarse de nuevo en el bosque.

—Espera — él fue y la alcanzó,era muy tentador hablar con ella,no quería que se marchara tan rápido —, aún no me has dicho tu nombre.

A- Amethys Lord,señor — respondió mientras le hacía una reverencia. Había dudado en darle su nombre, pero él no lo notó.

—Muy lindo. Y dime,Amethys Lord. ¿Te gustaría conocer mí palacio?

Posó una de sus manos sobre el hombro de la chica y con la otra señaló hacia arriba de la montaña donde se alzaban las torres de un palacio.

En ese tiempo aún no era el castillo de hielo en el que se encontraban ahora,de hecho parecía uno como cualquier otro.

Seis kilómetros cuesta arriba, la joven estuvo ensayando en su mente las disculpas que daría por entrometerse en aquella montaña, pero para su sorpresa,cuando se detuvieron frente al castillo,se dio cuenta de que no se arrepentía de lo que había hecho.

Subieron por una ancha escalinata de piedra y entraron en un vestíbulo cuadrado, profusamente iluminado, y se dio cuenta con incomodidad,de que estaba sucia, llena de polvo y ramas, con su vestido arrugado y su cabello enredado por el viento.

Miró aquella imagen reflejada mil veces en los numerosos espejos que adornaban las paredes.

—Señorita Lord.

El príncipe Diamante había abierto una de las enormes puertas barnizadas y la invitaba a pasar.

La joven pasó frente a él y entró en una acogedora estancia llena de cuadros y más espejos,porcelanas,cristales y adornos de jade y plata.
—¡Que hermoso lugar! — dijo entonces con auténtica admiración olvidándose por un momento de su deplorable estado.

Diamante se pasó todo ese día y toda la tarde mostrándole cada rincón de su hogar.

La joven se deslumbró con todos los tesoros que él le mostró.

Los vestidos de seda,las joyas, los cofres llenos de oro y piedras preciosas,las tiaras y las coronas. Y por un segundo deseó que todo aquello fuera suyo.

—Solo si te quedas — le susurro él,adivinando sus pensamientos. Y ese brillo de ambición en sus ojos.

Su voz la sacó del transe. Suspiró.

—No puedo hacerlo,mi familia me espera — confesó con amarga decepción.

—Yo puedo cumplir cualquiera de tus deseos... Y los de tu familia — agregó él, sin estar seguro de por qué razón le insistía.

Ella lo miró dubitativa.

—Mi hermana desea casarse con...con.. — dudó en decirlo,como si le avergonzara —  Con...mi prometido — derramó una lágrima —, y nuestro padre...él, solo sueña con ver casadas a sus dos hijas. Si tuviera el valor de pedirle algo,sería que me liberara de mí compromiso con ese hombre que no amo — apenas decirlo se arrepintió —. Perdón,no debí decir eso,no sé que fue lo que me pasó.

—Me atrevo a decir que te traicionaron tus verdaderos sentimientos — dijo él, sonriendo abiertamente —,y parece que a mí, me traicionó el corazón.

Él le guiño un ojo y antes de que pudiera reaccionar,los labios del príncipe Diamante estaban sobre los de ella.

No fue un beso apasionado,pero ella se quedó sorprendida y sin aliento.

—¿Qué debo hacer? — preguntó a los pocos segundos que se separaron.

—Tu padre tendrá a sus dos hijas felices y casadas,a cambio, dentro de diez días, cuando el primer copo de nieve toque la tierra tú vendrás conmigo a compartir diez años de tu vida,tendrás todo lo que quieras yo voy a cumplir todos tus deseos y los de tu familia.

—P-pero... ¿Y mí compromiso? ¿Qué pasará con él?

—Usa mí anillo —le dijo él y le hizo entrega de un anillo de oro blanco que llevaba en el meñique, tenia un enorme diamante incrustado y al rededor de el unos pequeños zafiros engarzados. Con la apariencia de un copo de nieve —.Cuando tu prometido lo mire en tu dedo,no tendrá ojos para nadie más que no sea tu hermana y él mismo te liberará del compromiso.

Ella sonrió, pero no estaba completamente segura de que todo fuera así de sencillo.

—No lo olvides querida mía. No hay ninguna trampa en éste pacto.

—¿Pacto?

—Ya te lo dije. Yo no hago favores a los humanos. ¿Aceptas el trato Amethys Lord? — cuestionó entrelazando sus manos.

—Aceptó.

Y una vez más el demonio la besó.

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Besitos congelados 💋💋💋💋💋

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