En medio del caos

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En pocos momentos toda la guardia real -a excepción de Mahad- estaba en la sala del trono, donde Izzy e Isis asistían al faraón, tratando de volverlo en sí o cuanto menos descubrir que le ocurría.

—No está funcionando —declaró Isis, cesando el flujo de magia que manaba de sus manos, a lo que Izzy la imitó, reticente.

—Debe haber algo que podamos hacer —reclamó la princesa, apretando los puños mientras miraba a su padre impotente.

—Primero que nada debe calmarse, mi princesa —le dijo la sacerdotisa —llevaremos al faraón al salón de hechizos, allí encontraremos algo más efectivo —declaró.

—De acuerdo —asintió la azabache, suspirando para calmarse.

La sala de hechizos era una habitación bendecida, llena de jeroglíficos de los dioses donde se almacenaban pergaminos y libros con todo lo referente a magia, además de pociones y menjurjes tanto medicinales como no.
Alguna que otra vez Izzy había sido llevada a ese lugar por sus maestros. No así Atemu y Mana.

— ¡¿Qué sucedió?! —fue la exclamación de Atemu al entrar en la sala junto a Shimon y la madre de ambos príncipes, mientras algunos guardias llevaban al faraón bajo la guía de Isis.

—Atemu, espera. Cálmate —lo contuvo su hermana, abrazándolo para contenerlo.

—Hija mía/hermana dime ¿qué ocurrió? —exigieron a la vez madre e hijo, denotando la autoridad en sus voces.

Izzy no pudo más que suspirar, consiguiendo un asentimiento de Shimon antes de relatarles lo ocurrido a su madre y hermano mientras seguían a los demás.

La reina se llevó las manos a la boca para acallar un sollozo mientras que Atemu apretó los puños de preocupación e impotencia.

—Padre estará bien ¿verdad Mamá, hermana?

La reina no pudo más que abrazar a su hijo mientras caminaban, Izzy le dedicó un asentimiento a su hermano con una pequeña sonrisa esperanzada.

Al llegar al salón de los hechizos y colocar al faraón en una alargada mesa baja que cubrieron de almohadones, Izzy e Isis empezaron a revisar cuanto libro se les ocurrió, pudiese darles una solución, o por lo menos una pista.

—Maestra Isis —llamó la princesa con seriedad, mientras revisaba un libro que hacia flotar frente a ella con su magia —mire ¿cree que este pueda servir? —le señaló un conjuro en especial.

El conjuro era para descubrir y ubicar heridas internas, que pasaban desapercibidas a simple vista. La sacerdotisa lo evaluó unos instantes -sí, eso nos servirá, bien hecho princesa.

La azabache apenas si pudo sonreír ante la felicitación y le cedió el libro a su maestra, estaba tan nerviosa que sentía que no podría hacerlo correctamente así que lo mejor era no arriesgarse.

Fue a buscar unas velas e inciensos que ponía en el libro y las colocó alrededor de su padre con ayuda de Seth y Atemu mientras que Isis comenzaba a recitar una oración, pasando sus manos -envueltas en un brillo tornasol- a unos quince centímetros del cuerpo del faraón, de arriba a abajo.

Realizó este procedimiento unas tres veces hasta que del propio cuerpo del faraón emanó una luz parecida, era un punto luz instalado en su pecho, cerca del colgante de oro en forma de pirámide invertida que el hombre portaba. Las dos mujeres más jóvenes se llevaron una mano a la boca tras esta realización.

— ¿Qué pasa? —exigió saber la reina

—El faraón tiene una enfermedad del corazón, mi reina —declaró la sacerdotisa del collar milenario.

El Ladrón Que Liberó A La Princesa PrisioneraWhere stories live. Discover now