Fresas

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Despertó con los primeros rayos de sol. Al mirar a su lado vio que su esposo ya se había marchado a trabajar al campo y no pudo evitar poner una mueca de tristeza y decepción. La joven se apuró en peinar su largo cabello y sujetarlo en un moño para luego cambiarse y correr al cuarto de su hijo a despertarlo. El pequeño se levantó de un salto y obedeciendo a su mamá se apuró en estar listo.

-Ve a ayudar a tu papá en el campo en lo que sea posible ¿Si? y luego quiero que recojas fresas -le indicó ella mientras lavaba los platos del desayuno.

-¿Fresas? ¿Otra vez? Pero mami, recogimos muchas ayer -protestó el chiquito.

-Y necesito más -dijo la muchacha con ternura besando a su hijito en la frente y alborotándole su encrespado cabello rubio.

El chiquito hizo una mueca que le sacó una sonrisa a su mamá y caminó resignado. Ella se pasó todo el día limpiando, cocinando, cuidando los animales y, ya en la tarde, cuando el cielo se pintó dorado, ayudando a recoger frutas y especialmente, fresas.

 Cuando cayó la noche y ya había acabado de lavar los platos de la cena, sacó las fresas anteriormente lavadas y cogiendo un cuchillo empezó a cortar las hojitas tirándolas a un bowl mientras ponía las fresas ya listas en otro. Su esposo entró a la cocina tras acostar al niño. Ella no dijo palabra y tampoco levantó la vista de las fresas ni cuando él puso una mano en su hombro. Rogó mentalmente que se siente con ella. Aunque él solía hacerlo, cada vez temía que no pasara.

-Pobre, hasta esta hora y aún ocupada -susurró él -déjame ayudarte.

Tomó un cuchillo y se sentó a su lado. Inmediatamente comenzó a cortar los rabitos de las fresas. Estuvieron en silencio un rato y luego, tímidamente, empezaron a conversar. Ella sintió como sus hombros se relejaban. Levantaba la vista a cada instante y sus ojos se clavaban en el rostro de su esposo. Ella era joven y lo admiraba mucho, una admiración que llegaba casi al límite que la dividía del miedo. Ambos empezaron a disminuir la velocidad de su trabajo al notar que ya habían vaciado la mitad del bowl con las fresas no listas. Era su único momento en el día juntos, un momento solo para ambos y los dos sabían que acabar de cortar las hojas de las fresas marcaría la hora de ir a dormir. Retrasaron dicho momento lo más posible pero al final quedaba una sola fresa. Se miraron a los ojos. Ninguno quería tocarla. Tras unos minutos el dijo:

-Mira la hora que es... Ya llevamos dos horas haciendo esto.

"Dos horas" se repitió ella en su mente. Nunca lo habían alargado tanto como ese día. Intercambiaron una mirada cómplice y una sonrisa. Ella cogió la última fresa y le cortó el rabito. Era la hora de dormir. El momento había terminado. Él se levantó  la besó tiernamente en los labios murmurando un "buenas noches". Sin perder la sonrisa ella metió las fresas en la refrigeradora y se puso a lavar lo que habían utilizado.

"Dos horas" pensaba feliz. Cómo adoraba las fresas. Gracias a ellas pasaba esos cortos pero perfectos momentos a solas con su esposo. Gracias a ellas lo tenía aunque fuese solo un momento, solo para ella. Pensó en que haría mermelada porque ya había hecho jugo de fresas. También podría hacer tartaletas se le ocurrió. Lo que sí le era claro, era que al día siguiente recogería más fresas.

-¿Vienes? -oyó a su esposo susurrar cariñosamente asomándose a la puerta.

Ella asintió y tomó la mano que él le tendía. Mientras cerraban la puerta divisó una manchita roja en la mesa. Se les había escapado, pero ya no importaba, pensó con una sonrisa, una minúscula fresa.

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