05| ¿Victoria desapercibida?

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Mientras Raph y yo caminamos sumidos en un incómodo silencio con dirección a su casa, me permito recordar cómo es que logramos librarnos de la muchedumbre que se había acercado hasta nuestro asiento y rodeaba nuestro —bueno, el suyo, para ser más ...

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Mientras Raph y yo caminamos sumidos en un incómodo silencio con dirección a su casa, me permito recordar cómo es que logramos librarnos de la muchedumbre que se había acercado hasta nuestro asiento y rodeaba nuestro —bueno, el suyo, para ser más precisa— pupitre solicitando su ayuda, ofreciéndole una serie de cosas a cambio de manera un poco efusiva. Casi como lo hice yo en su momento.

Para mala suerte del sabelotodo, ni siquiera fueron estudiantes únicamente de nuestra clase los que se unieron al escándalo, sino de otras también e incluso de grados superiores. Esos estudiantes con los que él nunca ha cruzado palabra, pero que ahora fueron en busca de su ayuda, creyendo de manera inocente lo que decía en ese anuncio. ¿Alguien como Raphael Soy-mejor-que-todos Thompson dando clases gratis? ¿Así de la nada? Aun si no hubiera cruzado palabra con él, yo no me lo hubiera creído, pues sé de antemano que eso es pedir mucho si es que hablamos de él.

Solo que yo, incluso sabiéndolo, me arriesgué a pedirle el favor. Sorprendentemente, él aceptó. Eso es algo que hasta el momento no termino de creer.

Para mala suerte de las pobres almas con bajas notas que fueron en su búsqueda, el sabelotodo fue muy claro y les explicó tajantemente que todo había sido un malentendido, que él no había colocado el cartel y que no tenía intenciones de ayudar a alguien más. Sí, con el «más». Nadie se cuestionó por esa pequeña palabra, nadie lo notó ni preguntó, pero yo sé que se estaba refiriendo a mí. Es decir, no quiere otro peso encima. Bastante debe estar sufriendo tratando de enseñarme lo más difícil de este mundo: números.

Todos parecieron entender, aunque claro que eso no significa que hubieran tenido que mostrarse conformes, pues vi varios rostros decepcionados salir de mi salón. Algunos también indignados.

En medio de la escena, yo quería esconder la cabeza si era posible en el compartimiento debajo del pupitre que sirve para guardar los libros. Luego de que Raph me preguntara por el papel que había sido pegado en los pasillos de la escuela, tuve que decirle la verdad; o sea, que no había sido yo, porque en todo momento había permanecido en el aula y que tampoco había mandado a alguien a hacer tal tontería. Honestamente, ni siquiera estoy segura de si es que mi suposición es verdadera, pero todo apunta a que Stephen es quien ideó todo esto. Culpable o no, tendrá que darme una explicación. Su atrevimiento pudo haberme costado la posible amistad de Raph.

Nunca había visto al sabelotodo tan molesto, pero vamos, tampoco es que esté feliz todo el tiempo.

Al recordar eso, me encojo de hombros a la par que doy un suspiro pesado y vuelvo a poner mi vista al frente. No conseguiré nada si es que dejo que siga enojado. Podría intentar poner un tema de conversación, preguntarle sobre el uso del más de hace unas horas o reafirmar que el incidente no tuvo nada que ver conmigo.

En este momento, él está a dos pasos de mí, caminando tranquilo y quizá ignorando que estoy detrás de él. No me ha dirigido la palabra desde ese momento. Tal vez esté considerando ponerles fin a nuestras sesiones. La sola idea me aterra, ya que si lo hace, será un poco más complicado que logre mi plan, tampoco conseguiré aprobar en mis cursos de números. No quiero quedarme un año más en Midtown, eso sí que no. Tengo que mantener a Raph a mi lado hasta que pasen esas dos nefastas semanas y haya aprobado los exámenes.

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