La Mejor Sazón

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Majo salió con la fuente en las manos. El ambiente en el exterior ya no le parecía tan exuberante. Tal vez el sol vio su odisea y acompañó su sufrimiento ocultándose entre las nubes, incluso algunas gotas empezaron a caer y amenazaron con desatar una nueva tormenta en pocas horas. Simona quiso acompañar a su amiga, pero no podía dejar el puesto abandonado, y tampoco podía permitir perdonar sus ofensas, por más que conociera sus arranques.

La negra caminó de regreso a la plaza principal, se sentó en una de las bancas, bajó las ramas de un papelillo y lloró. Permitió que las lágrimas que contuvo en la casa de Elina fluyeran; después de todo, ya no tenía nada que perder.

Todo lo que alguna vez pensó que era, de repente no existía, ¿Quién era Majo Quiñones? Una excelente cevichera, sino no podía hacer un buen ceviche, era una nada, una sombra en el pueblo de Marcavelica.

Diez minutos después se quedó sin llanto. Sollozaba y miraba al piso.

—Hola, ¿qué tenes ahí? —preguntó con una voz infantil, propia de los niños de su edad.

La mujer vio el rostro sucio del pequeño e imagino que no había tocado el agua en días.

—Es ceviche —contestó ella, al tiempo que se secaba las lágrimas y le regaló una sonrisa, después de todo, solo era un niño de la calle.

—¿Me'nvitas un poquito? Es que mi ma' no ha podido cocinar hoy.

La señora hizo un gesto de asentimiento. Él cogió una presa de pescado con la mano y la zambulló en el zumo de limón, que para entonces ya ofrecía un aspecto penoso. Se lo echó a la boca si prestar mayor atención a la apariencia.

—Está riquisísimo —comentó después de que pasara la comida.

La cara de la morena cambió al escuchar esas palabras. Es como si recibiera una inyección de morfina. Sus ojos se abrieron y su boca se abrió un poco mostró un gesto de felicidad, vio al niño y encontró esa satisfacción que no halló en ninguno de sus familiares.

—¿En serio? —lo tomó de los hombros y casi lo abrazó.

—Sí, es el mejor que me probado —respondió— aunque no he comido desde aye', tal vez sean mis tripitas rugiendo.

La mujer recibió en esa última frase lo que quizá sea el mejor mensaje que aprendería en su vida. Recordó cual fue el primer ceviche que se preparó en la historia, hecho por un grupo de pescadores que llevaban días en el mar y no tenían que comer. Casi los podía ver mezclando los ingredientes en una sinfonía de sabores que siglos después pondría al Perú en la cima del mundo.

—Tal vez —dijo para sí— la mejor sazón no esté en las manos, sino en el corazón.

Ají, limón y salWhere stories live. Discover now