La Sinceridad que Despierta Bestias

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Esperaba ansiosa, recorría las miradas de su familia en busca de un gesto de satisfacción. Al final, fue Fanny la que rompió el silencio de la sala.

―Uhm, está bueno mami, te luciste otra vez ―dijo, con la presa aún en la boca.

―Sí, chola ―la apoyó el marido―. Está bien rico.

Rolando los miraba incrédulo, la frescura propia de los jovencitos le impedía decir mentiras.

―No sé, a mí me sigue pareciendo medio tela.

Los ojos de todos se abrieron ante la soltura de las declaraciones. Jordan, quien aún no emitía un juicio, se atragantó con el limón. Fue Hernando quien, esta vez con un golpe en la nuca, lo hizo callar de nuevo.

Churre malcriado, ¿qué manera es esa de expresarse de los alimentos?

Majo solo se dedicaba a observar el espectáculo.

―No pa', lo que pasa es que esos chilenos ya le metieron cojudezas en la cabeza ―dijo, y soltó una gran carcajada.

―¡Jordan! ¡Cuántas veces te he dicho que no te expreses así! ¡En esta mesa no se insulta! ―lo reprendió su padre, quien también decía que, en esa misma mesa, nadie gritaba.

La negra mantenía una posición neutral, aunque dentro de ella empezaba a nacer un pequeño rencor a su sobrino. Debía apagarlo pronto, lo más probable era que estuviera equivocado.

―Haber, silencio los dos. El niño solo decía su opinión ―le dirigió una sonrisa al muchacho, después de todo, ella también era buena mintiendo― ¿tan mal cocino?

―No ma', no le hagas caso, el ceviche está buenazo ―interrumpió Fanny, que intentaba salvar la situación.

―Fanny, ¿puedes por favor guardar silencio? ―Comenzaba a exasperarse― deja hablar a Rolito.

―No sé, tía ―habló este― tiene un no sé qué, que no me termina de convencer.

―Bueno, seguramente estás acostumbrado a la sazón tacneña ―comentó la mujer, mientras su familia respiraba aliviada― por eso lo sientes raro. Yo la verdad que no entiendo como lo pueden llamar ceviche, uno de los buenos debe llevar su limón piurano. Pero no nos desviemos del tema, quiero saber la opinión de todos, con sinceridad, cuéntenme que les pareció.

Todo el alivio que sintieron los que convivían con ella, la liberación de su pecho ante la amenaza de un problema mayor, se esfumó apenas la mujer pronunció esas palabras. Su marido sabía que decir la verdad era la peor opción, pero mentirle solo le dejaría un mal sabor de boca. La niña, quien a sus nueve años conocía de sobra el carácter de su madre, miraba a don Hernando, en la búsqueda de algún consejo. Jordan no temería decirle la verdad, si no fuera porque peligraban sus tardes de fulbito.

La familia permaneció en silencio por unos segundos, confirmando las palabras del visitante.

―Entonces piensan lo mismo.

―No es eso chola ―trató de calmarla Hernando― es solo que comparado con otras veces...

―Comparado con otras veces, este es un asco ―ella completó la frase.

Algunas pequeñas lágrimas se asomaron por los ojos de la mujer.

―No digas eso pues, tampoco es tan así la cosa, solo le falta un no sé qué para que sea como siempre.

―¿Para que sea como siempre? Ya no sé si eso es bueno o malo. ―Tantas novelas por la tarde surtían efecto en el ama de casa.

―No te pongas así pues ma', está bueno, en serio ―agregó Fanny, y se metió otra presa de pescado en la boca―. ¿Vej? Ejta bueno.

Nada de lo que dijeran podría calmar la bestia que puede desatar una dosis de verdad en las personas.

―Bien pues, ―comentó para finalizar― si ninguno de ustedes puede decirme que hay de malo, me llevaré mi comida a un lugar donde si la aprecien.

Y así, con la ropa un poco sucia y herida en su ego, tomó la fuente en sus manos y salió.

Ají, limón y salOnde histórias criam vida. Descubra agora