La Justicia a Ciegas Parte II

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- ¡EH PUTA DE MIERDA! - Gritó alguien detrás.

Simone, instintivamente se dio media vuelta apuntando con su escopeta de doble caño y se agachó. Un tronido ensordecedor vino seguido de un fogonazo que hirió sus ojos. La bala le rozo el níveo cuello justo a la altura de su cabello corto castaño. Su plan se había ido a la mierda. Y al parecer, ella también.

- ¿A dónde vas Putita de mierda? - Dijo el Gordo que había golpeado fuera. Sangrando por su oído.

Simone disparó uno de los cañones de su escopeta. El hombro derecho y el cuello de su enemigo fueron arrancados como por un mordisco de plomo. La sangre saltó hasta las paredes y el guardia se desplomó en el acto.

La Dracida pateó la puerta de la sala a donde quería acceder pero no se movió de su posición. Tras una batahola de gritos de alerta y puteadas, la madera de la misma se deshizo ante una ráfaga de metralla. Era la primera vez que le disparaban y Simone jamás había llegado a pensar que iba a tener tanto miedo. Sintió en su cuello la sangre de la bala anterior, solo había levantado la piel. Una suerte de puta madre. Esperaba contar con la misma hasta salir de allí.

Se escuchó el sonido de pasos y el de una cerradura accionarse pesadamente. Debía ser de la puerta principal. El sonido de los cartuchos cargándose se repitió como un eco entre las paredes de mala calidad del galpón. Simone, en un movimiento veloz se arrimó por la abertura y disparó a una silueta que venía hacía ella. Un hombre con gorro de lana y campera de cuero cayó al suelo despatarrado. Sin dudarlo, La Dracida se cargó al hombro la escopeta y retiró de su bolsillo una pistola automática calibre 45.

Atravesó finalmente la habitación. Encontró el televisor apoyado sobre una caja para transportar gaseosa Coca-Loca y unos asientos improvisados de la misma manera debajo del tragaluz. Allí tres sujetos le apuntaban con armas cortas. Simone se lanzó al suelo antes de que las balas vomitadas por sus cañones hicieran de su cabeza un colador. Disparó a los tres en fila. Los casquillos volaron y rebotaron en su hombro. El bronce límpido fue iluminado por un foquito colgante en el centro de la sala de suelo de goma.

Dos cayeron al acto. Uno derribó el TV y su cristal se hizo pedazos en el suelo. El último aguanto de pie, sosteniéndose el estomago sangrante y, tambaleándose hacia atrás intentó disparar. Simone le vació un ojo con la 45 y se puso de pie, trastabillo al intentar correr.

La puerta principal se abrió, un hombre barbudo con una esvástica tatuada en su pecho fornido ingresó con aires de minotauro. Era dos veces Simone misma. La escopeta recortada que llevaba en sus manos abrió fuego. La Dracida saltó hacia su derecha y aterrizó en una barra improvisada compuesta de unas maderas sostenidas por ladrillos de la construcción. Disparó al aire sus últimas dos balas para ganar tiempo e intentó cargar la Escopeta de doble caño. Cuando retiró los cartuchos estos se resbalaron de sus manos producto del temblor de las mismas. Don esvástica apareció del otro lado de la barra y habiendo gastado sus dos cartuchos también se abalanzó sobre Simone como una fiera enardecida.

No tenía otra opción. Y si era por el Código, ya lo había violado en el momento en que decidió entrar allí. Llevó su puño hacía atrás, sentada en el suelo a pocos centímetros del hombrezote, quien como un Franquestein alzaba sus brazos hacia la niña ciega.

Simone se concentró, el puño cerrado cobró un albor brillante, rojizo y amarillento, el aire fue succionado por sus fuerzas. Su rettem se encendió como un árbol de navidad y de su puño brotó una bola de fuego ardiente y cegadora que se estrelló en el pecho de su enemigo. Como en un súbito corto circuito, hubo un estallido de estática. Las botellas de la barras implosionaron, el vidrio de las mismas floto en el aire y se derritió al instante como lava volcánica. El bólido fueguino incinero la piel desnuda y blanca de su contrincante y este se desplomó como las cenizas de un cerillo carbonizado.

Recargó la escopeta y cubriéndose en la barra disparó a los otros dos sujetos que habían ingresado al galpón. La cabeza de uno se pulverizó, estallando en sangre como un globo de pintura roja. El segundo, que entró disparando dos revolver 22 perdió la mano derecha. El arma fue impactada por los perdigones, haciendo que fragmentos de metal se le pegaran a la cara, quemando y adentrándose en su piel como ácido brillante.

La Dracida saltó sobre la barra hacia su dirección, pateó lejos de él la otra arma e inmovilizándolo con sus piernas le preguntó apuntándole. - ¿Donde mierda están?. Lo que antes había sido la cara de un hombre formó un gesto extraño. - ¿Qu...é?-

- No te hagas el pelotudo. ¿Donde están?

- Morite.

- Antes que matarte te voy a volar las pelotas, pedazo de mierda. ¿Donde están?

En sus últimos segundos de vida, el criminal susurro.

- sott...sótano...

Sin Finales FelicesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora