—¿Qué es de tu vida? —Fumamos mirando el horizonte, aquella carretera principal que pocos coches cruzaban.

—Soy abogada en Vancouver. —Él asintió un poco, soltando el humo entre sus labios.

—Muy buen trabajo. Debí haberlo sabido cuando hablabas de un juicio. —Tomé otra calada y asentí, expulsando el humo entre mis labios.

—Vivo con Camila. —Él asintió encogiéndose de hombros.

—¿Y os va bien? —Me extrañaba que me preguntase por ella, así que me giré para mirarlo algo desconcertada.

—Me odiabas porque me gustan las chicas. —Él frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No te odio. Mira, es que te pareces tanto a tu padre, Lauren. Tenéis la misma puta forma de ser, y, sinceramente, no me cae bien. —Aquello me dejó aún más confusa.

—Al principio me tratabas bien, y al enterarte cambiaste tu comportamiento conmigo. —Él puso la misma mueca que yo.

—No. Cambié porque tuve una discusión con tu padre sobre ti. Me dijo que como no te cuidase vendría a matarme él mismo, que eras mejor que mi propio hijo. —Apagué el cigarrillo y agaché la cabeza. "Mi padre es gilipollas", pensé. —Puedes pasarte por casa cuando quieras.

—Gracias. —Solté el humo entre mis labios, volviendo a mirar al frente. —No tienes que preocuparte, sé que mi padre es un imbécil muchas veces.

—Te dejo, es un día difícil para todos. —Me dio un golpe en el hombro, como si quisiese animarme. Bajé la cabeza para asentir, y él se fue cruzando el camino hasta el rancho.

*

Alquilé una casa lejos de todo, lejos del pueblo, cerca del lago, en el bosque, entre los árboles. Camila no habló en todo el camino hacia casa, simplemente se miraba las manos. Yo no quería decirle nada, sólo le abrí la puerta y la dejé entrar primero en casa.

Se quitó el chaquetón mientras yo encendía la chimenea. Permaneció mirando al lago frotándose los brazos. Me gustaría preguntarle qué estaba pensando, pero simplemente me puse a su lado en la terraza, pasando mi brazo por su cintura. Camila apoyó su cabeza en mi pecho, sin dejar de mirar al frente.

—Quizás no debería decirte esto ahora... Pero... ¿Por qué no nos vamos a vivir juntas? Así no tendría que irme tarde, ni tampoco dejarte y...

—Sí. Me gusta eso. —Musitó asintiendo, abrazándose a mí. —Es lo único que me ha alegrado hoy. Oye, necesito pedirte un favor.

—Claro, lo que necesites. —Entramos de nuevo en casa. Camila parecía nerviosa, se metía el pelo tras la oreja y suspiraba.

—Según tengo entendido, a mi abuelo le debe dinero bastante gente... —Apretó los ojos con un suspiro. —Le debía. Necesitamos un abogado, ¿podrías ayudarnos?

—¿Quieres que lleve el caso de tu familia? —Asintió cruzándose de brazos.

—Mi familia no sabe qué hacer, no queremos contratar a un abogado a lo loco.

—Claro, lo llevaré, pero ahora no tienes que preocuparte por eso. Haré algo de cenar, ¿vale? —Besé de forma tierna sus labios, y asintió agachando la cabeza. —A mí también me gusta cocinar para ti.

—Gracias. ¿Me lo has pedido por... Lástima? —Me agarró del brazo y caminó conmigo hasta la cocina, sentándose en la encimera.

—¿Piensas que te lo he pedido por lástima? —Pregunté sacando de la nevera unas patatas, sosteniendo el pelador en la mano. Ella negó.

la chica del maíz; camrenWhere stories live. Discover now