18. La cafetería

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Ana y yo llegamos a una bonita cafetería, donde ya se encontraba Nati esperando. Siempre tan bien vestida, tan bonita. Y yo... siempre tan horrible. Además, podía destacar el hecho de que mi forma de vestir cambiaba según cómo me sentía con mi cuerpo: si llevaba tres días de atracones, me vestía con ropa negra y ancha, intentando pasar desapercibida y sin importarme si estaba "guapa" o no. En cambio, si llevaba una semana de dieta y tenía el vientre plano o sentía las piernas más delgadas, podía llegar a permitirme vestir un crop top y unos shorts, aunque conforme pasaban las horas me iba arrepintiendo de esa decisión causa de la euforia de ver la báscula o de verme "algo menos gorda".

Hoy no era un día malo en cuanto a pesaje, pero no estaba de humor. Así que me puse unos jeans azul marino que me quedaban bastante anchos, una camiseta morada de tirantes y sobre ella un jersey de un color morado-azulado y una chaqueta negra que cualquiera hubiera considerado demasiado abrigada para el tiempo que estaba haciendo últimamente. Pero yo tenía frío. Siempre tenía frío. Ya todo el mundo había asociado esa característica conmigo. Verónica = Frío, manos heladas, nariz helada, pies helados. Pero no me molestaba esa asociación, a una parte de mí incluso le gustaba. Le gustaba porque nunca podría sentirse representada por el calor, por el sol. El calor era algo brusco, que te quería hacer huir de lo conocido y dirigirte a lo desconocido, a la aventura. Y ella nunca se había caracterizado por ser una chica aventurera. En cambio, el frío... el frío era algo que te hacía desear encerrarte. Encerrarte en casa, encerrarte en una cafetería, encerrarte incluso en clase si la temperatura era confortable. Encerrarte, cubrirte, desaparecer bajo las mantas, vivir a base de café.

Ana y yo nos sentamos en ese sofá de cuero que se presentaba frente a nosotras, acompañando a Nati, sentada en una silla enfrente de nosotras. No tardó mucho en llegar una camarera a tomarnos comanda. Ana, como siempre no quería nada. Era el truco para mantenerse tan etérea, frágil y delicada.


- Yo quiero un zumo de melocotón y un trozo de esa tarta red velvet que tenéis -pidió Nati-.

- Yo un cappuccino con leche de soja y sin azúcar, gracias.

- ¿Seguro que no quieres nada más? Las tartas tienen una pinta irresistible, ¿las has visto? -me dijo señalándome una cristalera no muy lejos de nosotras-.


Y como para no verlas. Había tarta de chocolate, tarta de queso con fresas frescas encima, tarta de manzana, tarta red velvet, incluso tarta arcoiris. Todas con una pinta impecable, tan impecable como me dejaría la cartera también. 


- Sí, ya las había visto, pero no hay para tanto chica -reí-.

- Oh, venga, ¡si tienen una pinta deliciosa! Coge un trozo, te invito yo -insistió Nati. Yo ya me estaba poniendo de los nervios-.

- No, de verdad...

- Te sentará bien.

- Enserio, no tengo hambre...

- Pero en cuanto lo pruebes se te abrirá, ya verás...

- ¡¡HE DICHO QUE NO, JODER!!


Todas las mesas de nuestro alrededor se giraron hacía nosotras. Nati me miraba con cara de incredulidad, sin creerse lo que acababa de pasar. Ana miraba al horizonte fijamente, indiferente.


- Vale. Debería haberlo entendido a la primera. Voy al baño.


Ana me amaWhere stories live. Discover now