Capítulo 27: Una vida juntos

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—¿Qué? —repetí.

—Cuídate mucho.

Asentí con la cabeza como única respuesta y me metí dentro del auto. Cerré la puerta antes de que Klaus pueda cerrarla él mismo y no lo miré cuando por fin partimos.

Por supuesto, tanto Elizabeth, como Daniel y el chofer, habían escuchado nuestra pequeña y corta despedida y un silencio incómodo reino durante los primeros minutos mientras atravesábamos el tráfico de Córdoba. Ninguno me dijo nada y por supuesto yo no tenía la necesidad de explicarme. Eso no había sido una disculpa real ni un afecto genuino por parte del padre de Daria y no pensaba sentirme culpable por no haberle devuelto una intención siquiera. No alcanzaba y estaba segura de que Klaus, muy en el fondo, también lo sabía.

Si viajar de La cumbrecita a Córdoba Capital sin cinturones me había dado miedo, ni hablar lo que me aterraban las rutas nacionales que iban de ahí hasta la provincia de Santa Fe, donde estaba la ciudad de Rosario, nuestra parada de la noche

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Si viajar de La cumbrecita a Córdoba Capital sin cinturones me había dado miedo, ni hablar lo que me aterraban las rutas nacionales que iban de ahí hasta la provincia de Santa Fe, donde estaba la ciudad de Rosario, nuestra parada de la noche. En 2017 casi todo era autopista, con varios carriles para cada mano, pero en esa época no. Apenas si el camino estaba liso en algunas partes.

Me morí de la angustia durante horas y cuando se hizo de noche, fue todavía peor. Solamente se veían las luces de los autos que venían por la mano contraria y algunos tenían luces de mierda, la verdad. Daniel me propuso recostarme sobre sus piernas para dormir un poco y como ya estaba bien entrada en pánico, le dije que ni borracha y le exigí que se mantuviera bien sentado también.

Llegamos a Rosario realmente muy tarde. El reloj del auto marcaba las 12 y 15 y solamente habíamos comido los sanguches que les obligué a comprar antes de salir definitivamente de Córdoba. Así que conseguimos un hotel en la ruta que no era de alta clase, pero que servía para pasar la noche. Estábamos tan cansados que nos dormimos apenas pusimos la cabeza en esas almohadas duras y feas.

Por la mañana, más refrescados y tranquilos, continuamos el viaje con las paradas habituales para cargar combustible. Más o menos a la hora del almuerzo, estábamos entrado a Buenos Aires y como una tonta yo esperaba reconocer algo.

La sensación que aguardaba nunca llegó porque Buenos Aires tenía muchísimos años menos y no había autopistas ni avenidas ni nada por el estilo. Los alrededores, lo que habría sido el Conurbano Bonaerense, los alrededores de la Capital en sí, parecía ser más pueblo o campo que ciudad y cerré la boca para que no se me notara la sorpresa. Todo eso, para mí, pertenecía a otro universo, no al mío.

—¿Y acá en dónde estamos? —le preguntaba cada cinco minutos a Daniel, hasta que finalmente llegamos a Belgrano R, a donde estaba la casa de los Hess y nuestra casa. Tampoco pude reconocer el barrio que en mi época también era caro, lleno de ricos y casas espectaculares. Sinceramente, era como si nunca hubiese puesto un pie en ese lugar.

Nos detuvimos en la calle Melian, que, si bien no había conocido nunca en mi época en persona sí la recordaba como una zona acaudaladísima, y traté de ocultar mi sorpresa al darme cuenta de que ahí vivían los padres de Daniel.

La memoria de DariaWhere stories live. Discover now