Epílogo.

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Supo entonces que había perdido la guerra contra Adam Voinchet. Sus miradas eran puro hielo y el fuego de la chimenea empezaba a darle calor.

- ¿Así le pagarás a tu viejo amigo?

-No hay amigos entre una cifra tan grande -le dice-. Aunque podríamos hacer un trato.

-Escucho -se vuelve a sentar.

-La más hermosa de tus hijas será, si su belleza es inigualable, te daré una mansión y cien mil euros -dice-. No para ti, sino para ella. Mi antiguo abogado se lo entregará el día que tú seas enterrado y tu deuda se saldará.

- ¿Me pagarás por...?

-Necesito alguien que cuide de mis hijas -lo mira-. Esto es un precio justo. ¿No te parece?

-De acuerdo -toma su mano, contento-. Mis hijas no saben que tengo cáncer, así que, ¿qué puede salí mal?

-Ay, viejo Bernard -ríe-. Me das mucha pena.

Tras irse, el señor Voinchet va a su oficina y observa con seguridad el retrato que tiene de la señorita Rosas. Un día, hace meses, él pasó por el mercado y ella le entregó una rosa que cuida con el alma. Ella no lo vio por sus cicatrices, no lo vio con terror, ella no huyó. Ella era la indicada.

Lo supo desde ese instante.

Fin.

(Si no entienden, pueden leer el prólogo nuevamente).

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora