36: Mentiras.

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El cielo está triste. No sé si soy yo, no sé si es que verdaderamente puede ponerse triste o es porque yo me siento así. Aunque está azul, lleno de nubes y el sol brilla, sigue siendo triste. Hasta los días más soleados pueden ser tristes sin necesidad de que todo se torne gris.

Me acomodo el cabello frente al espejo y miro mi atuendo por decimosexta vez. Son las siete en punto de la mañana, y el juicio inicia a las ocho. Amelia pasará junto a Branden por mí cuando sea y tengo los nervios a flor de piel.

No se nos ha permitido hablar con Adam, y tampoco se podría hacer sin que se den cuenta, ya que él ha sido apresado. Y me lo imagino. Me imagino sus ojeras, su cuerpo desvanecido y la tristeza que debe sentir de no tener libertad. Me lo imagino y me duele un mundo.

Ya me he acostumbrado a la idea de tener a "alguien" dentro de mí, y ni siquiera se siente nada. No me molesta en absoluto y lo único que puedo pensar es en lo gorda y fea que me pondré. Será algo difícil verme de esa forma, gorda, hinchada, comiendo como una cerda y además, fea.

Sean se va a las siete y media a su trabajo. A él lo han llamado del jurado y ya que debe trabajar, le han tomado la declaración mucho antes que a todos nosotros. Sabemos lo que ha dicho, y le he agradecido que no haya dejado en mal a Adam, aunque se nota que casi no le tiene mucho aprecio.

A las ocho, un auto negro se estaciona frente a la entrada y Amelia baja para tocar la puerta. Salgo de mi habitación y bajo las escaleras rápidamente. Me pongo mi suéter de lana y acomodo mi vestido azul oscuro de encaje, no me miro tan gorda como creo que debería estar, pero tampoco me molesta. Mientras más tarde en ponerme gorda, mucho mejor.

Tomo mis llaves y salgo de la casa. Amelia me da un abrazo y me sigue hasta el auto. A su lado voy yo, en la parte trasera, y Branden va al lado del señor Martier en el asiento del copiloto. Saludo amablemente antes que pongan el auto en marcha.

El lugar no parece ser realmente rústico o clásico, más bien, parece una vieja cárcel malhecha. Las personas corren por aquí y por allá en busca de papeles y cosas que necesitan para el caso, y a mí me indican sentarme en la mesa larga en la que están sentadas algunas personas que conozco.

Emeliette, Antonio, Helena, Víctor y Angie. Amelia se sienta a mi lado, a su lado Branden, y al lado de Branden el señor Martier. Se me detiene el corazón al ver a mi lado a Helena. Sé que debe pensar que hemos de decir la verdad, porque sí, pero no lo haremos. Y es más, necesito saber cómo es que ella se saldrá de esta, si también está envuelta en el problema.

El golpe de madera contra madera resuena en toda la sala y las personas guardan silencio. Todo el mundo se para, saluda a la jueza y se sienta.

-Buenos días; jurado, familiares del señor Voinchet y testigos invitados -dice-. Personal administrativo y oficiales encargados. Sean bienvenidos al juicio en contra del señor Adam Voinchet Lee.

Todos responden con un extraño saludo al mismo tiempo y vuelve el inquietante silencio. Adam aparece de una de las puertas casi escondidas y la gente murmura cosas. Busca a alguien entre las personas del jurado y se detiene en todos los de la mesa. Nuestras miradas se encuentran y se me revuelve el estómago de solo ver las cadenas en sus pies y manos.

-A continuación, tomaremos la declaración acerca del caso mil novecientos ochenta y cinco, el asesinato del joven Samuel Foissard Cox -avisa-. Primero, la señorita Helen Boulette.

Helena se levanta de la silla y camina hacia el estrado. Una de las policías la hace sentarse en el lugar correspondiente y la juramenta, para que "no mienta" ante Dios y la patria.

-Díganos, señorita Helena, ¿qué pasó ese día?

-Hacía una semana que yo vine de Ámsterdam -inicia a decir-. Mi novio y yo estuvimos de vacaciones un tiempo ahí, y vivíamos en Londres, ya que pasé de paseo por Pèrouges decidí visitar a mi viejo amigo; Adam.

»Conocí a Amaia Foissard en el hospital -responde-. Samuel Foissard la había intentado asesinar y Adam estaba desesperado. Entonces ideó un plan, por la amenaza de Samuel.

»Robó mis pastillas calmantes de mi bolso y con eso durmió a la pobre Amaia, la drogó y luego se fue -me mira, sus ojos son puro fuego-. Asesinó a Samuel por venganza. Por culpa de ella.

- ¡Objeción! -salta Amelia.

-Se le dará la palabra cuando sea necesario, señora Martier.

Amelia se sienta, furiosa y mira a Helena con verdadera molestia.

- ¿Es eso todo, señorita Boulette? -pregunta la jueza.

-No... Cuando Adam llegó a la casa, quiso... quiso que tuviéramos relaciones y me dijo que se arrepentía de haber estado con Amaia -dice, y siento que el pecho me lo ha atravesado una daga-. Me sentí muy mal... desde que llegué a Pèrouges él insistía en estar conmigo. Y dejaba sola a Amaia. No era justo para mí, tampoco para mi novio.

- ¿Es eso todo? -pregunta la jueza.

-Sí, señora.

Adam está rojo. No sé si es de la vergüenza o del enojo, pero lo está, y me mira cada tanto. No quiero verlo, no quiero hacerlo de verdad. Tal vez hizo eso, tal vez no lo hizo. Helena miente demasiado bien, pero estoy segura de que si lo ha hecho... aun si lo ha hecho, yo mentiré para salvarlo.

- ¿Señora Martier? -La jueza se dirige a Amelia-. ¿Desea pasar a decir algo?

Amelia pasa y los pasos que fueron hechos a Helena, son los mismos que hacen con ella. Se sienta con seguridad y mira al frente.

-Es todo una mentira -es lo primero que dice-. Adam siempre fue parte de la vida de Amaia; solía comprarle cosas, regalarle todo lo que ella veía y mimarla. Él ama a Amaia. ¡Estuvieron hasta casados!

- ¿Y por qué se separaron? -pregunta la jueza.

-Era algo arreglado, ¿usted sabe que Amaia es muy rica? -Pregunta-. Al principio fue arreglado, pero se han enamorado y todo está bien. Samuel siempre se mantenía con una bandada de personas malas y hacía criminalidades, ¡Adam no es un asesino!

Todo lo que dice parece no tener efecto en la jueza. Y a decir verdad, yo tampoco lo creería. Mantengo mi expresión seria y veo hacia el frente. A Adam no se le permitirá hablar hasta que ya todos hayamos hablado.

-Víctor Brúñete -llama la jueza-. Al estrado.

El proceso se repite. Es incómodo tener que ver cómo las personas son juramentadas cada vez que pasarán al estrado. Se sientan con los nervios a flor de piel y hablan.

-Ese día acompañé al señor Voinchet por sus hijas, luego intentamos resolver desde la mansión las cosas que habían pasado en la mansión que está en París y él ayudó a la señorita Amaia a comer. Pasaron leyendo, jugando con las niñas y durmiendo todo el día, no fue algo muy ajetreado.

»Por la noche el señor Voinchet le sirvió a la señorita y se durmieron juntos. Yo me encargo de escuchar las cosas de noche y ya que tengo insomnio, se me hace más sencillo -explica-. Y el señor Voinchet no salió nunca de la casa.

Durante una hora, pasan las personas. Angie, Emeliette, Antonio y el abogado. El caso parece tener más efecto, incluso, con el testimonio del señor Martier resulta increíble. No es hasta que quedamos Branden, Adam y yo que el tiempo se pone tenso. Algo en la mirada de odio de Branden hacia Adam me dice que esto va a ser muy difícil.

Belleza y RencorWhere stories live. Discover now