35: Pruebas.

4.3K 385 13
                                    

Mis dedos están cruzados sobre mi regazo. El auto está sumido en el más oscuro de los silencios y ninguno de los dos se anima a alejarlo. El único distractor entre nosotros es el radio, que suena bajito con alguna canción de AC/DC. Sean parece cansado, así que no me permito contarle acerca de mi día, y aunque lo hiciera, terminaría por mentirle, porque siempre ha sido de esa forma. Siempre debo mentirles para que no se enteren de problemas que no serán suyos o que no podrán resolver, son problemas en los que yo sola me meto y yo sola me salgo. A como dé lugar.

Al llegar a casa, preparo la cena para Sean y sin una gota de hambre, subo a mi cuarto y me acuesto en la cama. Estoy demasiado cansada como para poder detenerme a pensar, ya van casi dos semanas de esa forma y es tiempo de que pueda descansar, o dormir un poco, al menos.

Por la mañana todo se torna algo nubloso. Es el ruido de un auto distinto al de Sean lo que me despierta; distingo el auto como el auto que Branden solía usar y veo a Amelia bajar de él con una caja grande de regalo. El auto se va y Sean es quien la recibe en la sala de estar.

Unos cinco minutos después, escucho la puerta de mi cuarto siendo tocada. Quisiera hacerme la dormida, porque no quiero saber qué le espera a mi futuro, pero tampoco quiero enterarme exageradamente tarde de lo que sea que hace que me crezca el estómago. Le aviso que me daré primero una ducha y que ya bajaré para hacerles algo de comer.

Y eso hago. Cuando salgo de la ducha, me pongo un vestido corto y unas licras blancas de tela fina que me encantan. Me pongo mis viejos zapatos de piso y me peino sencilla. Bajo a la cocina y preparo el desayuno para Sean, ya que Amelia está repleta.

Apenas consigo comer un poco de lo que preparé, gracias a Amelia. Sean nos pasa dejando por el pueblo y se va a su trabajo, dejándome algo de dinero para un taxi de vuelta a casa, aunque realmente no lo necesito, sea lo que sea, tendré que hablarlo con alguien y sé que para eso tendré que tener de mi dinero en manos para pasar por el café junto a Amelia y poder hacerlo bien.

Caminamos hablando sobre las rosas y los caminos que recién notamos están cambiando, y llegamos justo para el examen. No pasan ni siquiera cuatro minutos cuando una señora de vestido blanco nos pasa a una sala privada.

Una doctora nos atiende y me explica que este será un examen de sangre para determinar si tengo algún problema grave o si estoy embarazada. Me toma los datos, y algunos de Amelia como mi acompañante y luego procede a sacar sangre de mi brazo. Los coloca en un frasquito y nos avisa que en una hora estarán listos los resultados.

-Ánimos, Amaia -me dice Amelia-. Serás una buena madre, aunque no lo creas.

-No juegues con esto -le pido-. ¿Qué tal si no lo es? ¿Y si... y si... y si...?

-El "¿Y si...?", no existe, Amaia -me regaña-. O es, o no es.

-Tengo demasiado miedo -admito-. Tengo un miedo atroz y no sé cómo repararlo, te lo juro que no sé. Estaré sola y todo se tornará peor, y yo ya no sé qué hacer de mi vida.

-No estarás sola -me regaña-. Adam estará para ti. Y yo, y Branden, y Sean, también el señor Martier, que te tiene mucho aprecio, y muchas personas más que seguro conoces. Todo saldrá bien, Amaia.

- ¿Y si Adam no consigue ganar ese juicio? -le pregunto-. No seré la única persona que atestiguará, Amelia.

-Yo también lo haré -avisa-. Me han llamado ayer, Branden, el señor Martier y yo debemos atestiguar. No te preocupes, ya sabemos la historia que Adam se inventó, Amaia. Todo saldrá bien.

- ¿Y si no?

-Sé que no te rendirás, algo harás y saldrás de esta, ¿dónde está la Amaia que pensaba que todos teníamos la oportunidad de avanzar y ser felices? ¿Dónde está la Amaia que sabía cómo superarse? ¿Acaso cuando más la necesitas se aleja?

-A veces no sé ni quién soy -trago duro-. No sé qué soy, o qué seré.

-Ya veremos qué serás -sonríe.

No puedo creer lo mucho que esto ha hecho que cambiemos. Lo mucho que Adam me hizo cambiar o cómo nos cambiamos. Si hacía un años me hubieran dicho que Amelia y yo nos llevaríamos bien, no lo hubiese creído, pero ahora... lo creo. Aunque es difícil hacerlo, lo hago.

A las diez y media, llaman a todas las personas que se han hecho un examen de sangre y la fila se hace bastante grande. Amelia y yo vamos juntas y tomamos el sobre de parte de la doctora. Ella nos explica que si en la tercera casilla dice que es negativo, y la primera es positivo, significa que hay un problema mayor, y si es al revés, la tercera positiva y la primera negativa, estoy embarazada.

Salimos del consultorio y nos sentamos en las afueras de un café. Pedimos unas magdalenas con mermelada, leche fría con fresas y panecillos simples con crema. El señor nos lo entrega y nos desea buen provecho tras irse con todo ya pagado.

- ¿No piensas abrirlo? -pregunta Amelia.

-Carajo, estoy demasiado nerviosa -respondo y me dispongo a abrirlo.

No consigo poder abrirlo por mi cuenta, así que le pido a Amelia que ella sea quien lo lea. Toma el sobre y lo lee. Su cara me lo dice todo. La palidez de su rostro y sus ojos llenos de lágrima me lo dicen y el miedo me ataca.

Con una risita nerviosa, me inclino hacia ella y le digo suavemente:

- ¿Qué dice?

Ella se limpia las lágrimas de los ojos y me entrega la hoja. El logo en verde, la segunda casilla en rojo y números que no consigo entender. En la primera casilla aparecen las letras con rojo; "negativo". Y la última, con letras azules: "Positivo".

La risa nerviosa ataca a Amelia y casi grita antes de abrazarme fuerte.

- ¡Carajo, vas a ser...! -no lo dice-. Amaia, que bueno.

-Oh, casi me da un infarto -río con ella-. ¡Creí que tenía algo peor, Amelia!

Ella sonríe.

- ¡Hay que decirle a Adam! ¡Y a Branden, a Sean, a todos! -Chilla-. Esto va a ser increíble, ¿sabes por qué? Haremos un babyshower, fiestas de cumpleaños con muchos dulces, compráremos cosas de bebé, ¡hasta comerás lo que quieras cuando quieras! Podrás hacer lo que quieras, va a ser increíble.

-Amelia, no es así -ella vuelve a su lugar-. ¿Y si Adam no lo acepta? Esto no estaba en nuestros planes, y estamos separados.

- ¡Yo lo sabía! -me ignora-. Sabía que estabas preñada, tenías qué. Tus hambres de cerdo, tu gordura repentina, tu recelo y tus llantos y estupideces. ¡Tienes que enseñarme qué se siente!

-Cálmate, esto no es justo -replico-. ¿Cómo lo criaré? ¿Qué hacen las embarazadas? ¿Ahora qué haré yo?

-Eres rica, ese es un punto a tu favor -se encoje de hombros-. Me tienes a mí, y básicamente, también soy rica. Sean es rico, Adam es rico y así. Solo debes ponerle tiempo y amor.

-También pañales -replico.

- ¡Uh, ahora pagarás las de mamá! -Se ríe como tonta-. Le limpiarás el trasero a un bebé y tendrás que desvelarte a deshoras de la madrugada. Oh, necesito esto.

- ¿Por qué?

-Porque sigo siendo yo -dice-. Me encanta ver a las personas sufrir y así. Además, no debe ser tan malo. Adam te ama.

-Olvídalo -le pido y sigo comiendo.

No tengo la menor idea de qué haré. Jamás me desharía de un bebé, mucho menos lo daría en adopción y no sé cuál será la reacción de Adam al saberlo, pero... pero... sea cual sea, sea como sea, voy a estar con mi hijo.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora