5: Decepción.

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No me sorprende que la mayor parte de Pèrouges se encuentre en la fiesta de Branden. No es que sea extremadamente popular, es que las fiestas de los ricos son cosas que no pueden perderse. Y yo siempre me las perdía. Me encerraba en el ático y con una lámpara leía algún libro enfrascada en las letras, y hasta quedaba dormida a mitad de las madrugadas, cuando los ojos ya no me daban para más.

Hoy es distinto. Hoy por obligación debo seguir a Adam, presentarme, hablar con las personas como si fuese otra persona y a la vez, siendo yo. También sé que mis hermanos estarán aquí, y que mi padre no se hará faltar para tomar licor y bromear un largo tiempo con sus compadres.

Una doncella nos da una mesa, la misma mesa del señor Martier y Branden. Todos están sentados, hablando sobre la decoración o de pie haciendo nuevas amistades. Yo veo a muchas personas a las que reconozco, pero tampoco me atrevo a ir a saludarlas.

- ¿Estás bien? -cuestiona de pronto-. Pareces desesperada.

-No, no -digo y sonrío para parecer más sincera-. ¿Tú no hablarás con tus compadres?

-No me gusta relacionarme con estas personas -dice y me sorprende lo grosero que eso suena-. No lo pienses mal, Amaia. Está bien ser de clase media, pero no me relaciono con ellos. Sé por qué te lo digo.

Me ofende. De verdad que lo hace. Porque si volvemos a lo que soy; yo no tengo nada. Soy menos que alguien de verdaderos escasos recursos. Y si no le gusta relacionarse con personas de clase media, sería peor con una persona de clase baja.

-Está bien -digo-. ¿Acaso no hay personas de clase alta con las que sí quieras hablar? Sería una fiesta muy aburrida para ti.

-Estoy acostumbrado a esto -dice-. Ellos se acercarán, no te preocupes.

Y entonces, de pronto, Branden aparece a mi lado. Se deja caer en su silla, riendo a carcajadas. Al verme, o tal vez, al ver a Adam, se queda casi de piedra.

- ¡Amaia! -Es lo que sale de sus labios-. ¿Es mi imaginación o estás menos sosa?

Yo lo miro con severidad, y veo a Adam, que lo observa de pies a cabeza, como si fuese una mala broma que contar. No le ha agradado, lo sé, de alguna forma. En realidad, a nadie le agradaría una persona así.

- ¿De verdad eres Amaia? -cuestiona riendo-. Porque yo te imaginaba en tu casa encerrada, con esos pijamas de anciana, leyendo uno de tus libros sosos.

-Pero estoy aquí -respondo con calma-. ¿Ya sabes a quién quieres pedir matrimonio? ¿Te ha gustado la fiesta?

-Me casaré contigo -lanza un beso extraño desde su lugar, estirando los labios y dejándolos caer-. Esta fiesta es la cosa más aburrida del mundo.

Adam rodea mi silla con su brazo y me atrae hacia él. Es como si me reclamara suya ante este adolescente tonto y ridículamente rico.

-Siempre puedes hacer algo entretenido -le digo.

-Nah -se encoje de hombros-. ¿Ustedes dos se conocen? Digo, más bien, ¿qué haces tú sentada ahí, Amaia?

-Por supuesto que la conozco -responde Adam tan arisco-. Viene conmigo.

- ¿Qué? ¿Cómo? -cuestiona intrigado.

Palmeo la pierna de Adam para pedirle sutilmente que no le dé explicaciones a Branden, porque empeorará las cosas para mí y mi familia. Branden puede llegar a ser un poco molesto cuando se lo propone.

-Olvídalo -bufa.

- ¡Eh, Voinchet! -Aparece entonces el señor Martier-. ¿Qué tal todo? ¿Quién es la belleza que te acompaña?

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora