9: Agresivo.

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No supe qué hacer. Me quedé estática en mi lugar y él se fue como si ya no hubiese nada más que decir. Me quedé sola y me sentí mal por un momento, por no saber qué decir o hacer. Tras desearme buenas noches, a pesar de que creyó que yo estaba dormida, se alejó a pasos tranquilos de la puerta.

Ya no puedo dormir. Me pesan las pestañas y me duelen los ojos, y a pesar de eso, no consigo descansar. La noche parece no querer terminar y el no tener nada con lo que poder distraerme hace que parezca casi interminable.

Pienso un rato en la nada, viendo el techo, directamente hacia el candelero de cristal que cuelga de la pared pintada de blanco hueso y suspiro harta. Decido levantarme para ir por un poco de agua para poder relajarme. Abro con cuidado la puerta y noto que todo está oscuro en la gran mansión, mis pies descalzos se deleitan con el frío del piso y camino lentamente para no hacer ruido, procurando no chocar ni botar nada. En la cocina tomo un vaso y me sirvo el agua fresca para previamente tomarla, alejando la resequedad de mi garganta instantáneamente.

Guardo el vaso en su lugar y me dispongo a volver a mi habitación, y es entonces que veo un rayito de luz saliendo desde la puerta del cuarto de Adam. Recuerdo que dijo que, si quería, podíamos hablar y buscar una forma de resolver aquello, y realmente quiero hacerlo. Sé que es eso lo que no me deja dormir y realmente necesito hacerlo.

Atravieso en silencio el pasillo y toco la puerta de la habitación con los nervios a flor de piel. Él no responde nada, escucho como si clavaran cosas a la pared y la curiosidad se hace presente en mí. Un gruñido grave se escucha y me siento verdaderamente tentada a abrir la puerta. Es posible que algo malo esté ocurriendo adentro, y que yo pueda ayudar a Adam. Tal vez está ahogándose, teniendo un ataque al corazón, llorando, golpeado o malherido... de solo pensarlo todos los vellos del cuello se me erizan.

Para no ser inoportuna -a pesar de que es bastante noche-, toco la puerta y espero un par de segundos. El mismo ruido se escucha y decido que lo mejor es entrar a ayudarle. Abro la puerta y entro con lentitud, él está de espaldas a mí, lanzando dardos a una fotografía de una mujer exageradamente hermosa. El cuarto es realmente grande y un extraño olor a rosas marchitas llega a mis fosas nasales; las rosas marchitas desprenden un olor triste, como si alguien tuviera culpa y miedo de algo.

Se da vuelta y me mira, con las manos llenas de sangre y con los ojos brillantes de la furia. Con grandes zancadas consigue acercarse y me mira de frente.

- ¡¿No sabes que si nadie contesta a la maldita puerta es que no puedes entrar?! -Grita-. ¡Es prohibido entrar a este lugar!

Escucho las luces de la cocina encenderse y siento los pasos de las personas por el pasillo, pero él ni siquiera se inmuta. Golpea con fuerza la puerta y me toma de la muñeca con imponencia, exigiéndome algo que no consigo entender.

- ¿Qué has venido a hacer?

-L-Lo siento, creí que estaban lastimándote y...

- ¡Vete de aquí! -grita y me empuja con fuerza antes de cerrar la puerta de golpe frente a mí.

Miro mi mano, llena de sangre suya, y siento mis ojos ardiendo más por el extraño dolor en el pecho. La respiración se me atora en la garganta y me siento impotente. Me levanto del piso casi como un rayo y corro en busca de mis viejos zapatos de piso. Me pongo un abrigo y corro hacia la puerta.

Víctor trata de detenerme cerrando las puertas y murmura cosas casi ininteligibles, pero logro alejarlo y salir de la gran mansión.

- ¡Niña Amaia! -Grita la señora Emeliette-. ¡Vuelva, la pueden herir!

Consigo salir por la parte de abajo de la cerca y corro por los caminos realmente oscuros de la carretera. Estoy a al menos dos kilómetros de casa, si lo pienso bien, no es demasiado. Así que corro, como mis pies me lo dan.

Y me detengo casi trescientos metros después. Todo lo que consigo ver y sentir es niebla, oscuridad, árboles y frío por todos lados. Mi respiración agitada y los latidos de mi corazón -que parece latir en mis oídos- es lo único que puedo escuchar y me veo aun más aterrada que antes.

La imagen de sus ojos verdes llenos de fuego, la sangre corriendo por sus manos heridas, su cuerpo encorvado y su cabello alborotado. La manera en la que me tomó del brazo y me empujó... todo eso se quedará por siempre en mi memoria como algo que no deseo para nadie.

Los árboles empiezan a desaparecer y pronto me encuentro en una carretera húmeda por la brisa de media noche. Los sapos hacen su «rrbe, rrbe», las cigarras su «cri, cri» y los lobos aúllan con fuerza desde las colinas. Mas no es el ruido lo que consigue hacer que mi corazón se acelere más y mi cuerpo se ponga alerta, sino la cantidad de hombres que están a unos cien metros de donde me encuentro. El humo y los cuchillos vuelan por sobre ellos y sus risas llenas de maldad implícita suenan como canciones que podrían despertar a todo el mundo con miedo. Tengo miedo, pero no consigo detenerme.

Si paso por ellos, los ignoro y no hago mucho ruido es probable que no me hagan daño, es realmente probable que ni siquiera me noten, si están lo suficientemente drogados. Así que apresuro el paso y busco la forma de no ser notada, sin embargo... uno de ellos me señala cuando me encuentro a unos veinte metros. Y a pasos rápidos corren hacia mí. Consigo hacer que mis pies no se paralicen y corro en dirección contraria adonde me dirigía.

Uno de ellos me toma del cabello y me da vueltas por el lugar, antes de tirarme al piso con fuerza. Tomo una de las ramas caídas de un palo viejo y con eso los alejo hasta ponerme de pie. El más grande de ellos rompe la rama en cuatro pedacitos y me deja sin poder defenderme.

- ¿Adónde ibas? -pregunta uno de ellos, y su voz me suena bastante familiar.

-Por favor, aléjense -pido, aunque sé que lo hago en vano.

- ¿Adónde crees que ibas, Amaia? -pregunta.

Dos chicos se apartan y, alzando un poquito la cabeza, logro reconocer quién me habla. El corazón se me llena de esperanzas al saber que es Samuel, mi hermano y a su lado, Saint.

- ¡Samuel! -exclamo feliz-. Necesito irme de esa casa, yo...

Entonces se abalanza sobre mí como un depredador furioso. Mi cabeza impacta contra el húmedo y frío cemento y los sentidos se me nublan de golpe, haciéndome sentir indefensa. Y es que en realidad lo estoy.

-No vas a ningún lado -escupe en mi cara, literalmente-. ¿Tienes dinero?

-N-No -consigo hablar mientras las lágrimas salen de mis ojos-. No tengo dinero, por favor, no me hagas daño.

- ¡Tienes dinero! -masculla furioso-. Te bañas en dinero junto con ese asqueroso hombre. Tienes que darme dinero si no quieres que te lance del precipicio.

-No, no, no -grito y de pronto su peso deja de estar sobre mí.

Un grito ahogado sale de sus labios al tiempo que casi sale volando al lado de sus compañeros. Dos manos fuertes me levantan del piso y me suben a su hombro. Y me siento demasiado débil para poder moverme.

- ¡No se atrevan a tocarla! -escupe y su voz me recuerda el horrible momento que pasé hace más de veinte minutos.

Escucho cómo alguien trata de golpearlo, y también veo cómo uno de ellos realiza un corte con su navaja en el brazo de Adam. Éste saca un arma de su bolsillo y los apunta a todos.

-Aléjense de aquí antes de que los mate -les ordena.

Lentamente me deposita en el asiento trasero del auto y sube al piloto, conduciendo por las carreteras de vuelta a su mansión.

Belleza y RencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora