Realidad

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Desacostumbrado a que lo desafiaran, Naruto tomó aliento y sintió cómo la furia aumentaba en su interior como la lava de un volcán. Con un movimiento rápido de su mano, despidió a los sirvientes, habiendo decidido que ya se ocuparía de su cobardía por no haber ayudado a Konohamaru. En ese momento su atención estaba centrada en Hinata Hyuga, y mientras llevaba al caballo a su cuadra y lo encerraba correctamente, decidió que ya se había cansado de sus juegos. Regresó a su lado y la agarró con fuerza de la cintura.

-Ven conmigo. Vamos a terminar esto ahora mismo.

-o-

¿Terminar que? ¿De qué hablaba Naruto? Hinata sentía los dedos del Príncipe fuertemente sobre su cintura mientras la conducía por los pasillos de mármol del palacio, dejando atrás a los sirvientes y guardias. Finalmente llegaron a su despacho, Naruto abrió la puerta de golpe y la metió dentro.

-¿De qué va todo esto? -le preguntó.

-Creo que los dos deberíamos dejarnos de juegos -le dijo Naruto.- Tu continua negación de que no ocurre nada me ofende profundamente -añadió mientras alcanzaba una pila de papeles y se los entregaba-. ¡Lee! Quizá así podamos dejar esta farsa de que eres inocente y que todos viviremos felices para siempre. Vamos a acordar de una vez por todas que tu vida no es ningún cuento de hadas.

¿De qué estaba hablando? Hinata miró los papeles que tenía en la mano preguntándose qué contendrían. Finalmente comenzó a ojerlos lentamente, con una sensación de pánico por todo su cuerpo. Páginas y páginas de cifras volaban ante sus ojos, junto con una jerga legal incomprensible que no tenía ningún sentido para ella. Hinata regresó al principio y comenzó de nuevo concentrándose bien en lo que estaba leyendo, buscando los puntos importantes. Encontró un resumen y lo leyó. Cuando llegó al final, los papeles se le cayeron de las manos aterrizando en el suelo.

-Esos papeles dicen que mi hermano malversó el dinero -susurró ella-. Dicen que nunca invirtió un penique.

-Correcto -dijo Naruto mientras recogía los papeles del suelo-. Y ahora que te has dado cuenta de que sé la verdad, creo que lo mejor que puedes hacer es dejar esa fachada de falsa inocencia. Aprecio mucho la honestidad y por ahora no has mostrado ninguna.

Hinata lo ignoró, demasiado alarmada por la enormidad de lo que acababa de descubrir. No estaba escuchándolo. ¿Neji se había llevado el dinero?

-Ocho millones de libras -susurró ella para sí misma-. Se ha llevado ocho millones de libras.

Le temblaban las piernas de tal modo que tuvo que apoyarse sobre el escritorio para no caerse. Como en un sueño, revisó de nuevo lo que acababa de leer e intentó encajarlo con lo que ya sabía de su hermano.

-Necesito más tiempo, Hina -le había dicho Neji-. Si voy, me meterán en la cárcel.

-Oh, Dios -dijo Hinata cubriéndose la boca con la mano, sintiendo como si alguien le hubiera inyectado agua helada en las venas. No era de extrañar que Neji estuviese preocupado porque lo metiesen en la cárcel.- Se quedó con el dinero -y lo perdió y dándose cuenta de aquello, Hinata hizo algo que no había hecho hacia mucho tiempo. Se desmayó.

¿Cómo conseguían las mujeres desmayarse siempre que las cosas se ponían difíciles? ¿Era algo que aprendían en el colegio? Con un suspiro impaciente, Naruto la levantó y trató de no apreciar las suaves curvas de su cuerpo mientras la llevaba hacia el sofá. En esa ocasión ella era un peso muerto sobre sus brazos y su cabello le caía sobre su brazo como una cascada. Toda señal de color había desaparecido de sus mejillas y de pronto Naruto se sintió preocupado. Entonces recordó la habilidad de su cuñada para desmayarse a voluntad. Hinata Hyuga obviamente había perfeccionado el mismo arte. Al darse cuenta de que no podía seguir defendiendo a su hermano, había tenido que encontrar otro modo de evadir responsabilidades. Hinata abrió los ojos y él le aguantó la mirada. Parecía pequeña y delicada tendida en el sofá y una vez más, Naruto se encontró a sí mismo luchando contra la tentación de tomarla en brazos y ofrecerle protección, pero por fortuna las cicatrices de su pasado le recordaron que debía mantenerse alejado. No era tan tonto como para dejarse manipular por las habilidades de una mujer hermosa. Decidido a acabar con sus juegos femeninos, llamó a los sirvientes y ordenó que llamaran al médico convencido de que un examen médico confirmaría su creencia de que estaba fingiendo.

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