Capítulo 7

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Tras haber hablado con su hermano, Andrea se recompuso y empezó a hacer un balance de la situación. Las líneas estaban saturadas, no había forma de comunicarse con el exterior para pedir ayuda. De todas formas, Jorge llegaría. Sin coche, pero llegaría.

Cayó en la cuenta de que el plan de don Alfonso seguía siendo factible. Buscó las llaves de la casa de Encarna, hasta que encontró un manojo con una etiqueta en la que ponía «casa de portería». Su hermano y ella se quedarían allí con los niños hasta que todo se calmara.

«Son zombis que follan» le había dicho su hermano. La situación era caótica y surrealista, no podía ni imaginar el Infierno que se habría desatado fuera. Pero no era imposible sobrevivir, y Andrea empezaba a aceptar su cometido. Daniel y Ana, de diez años; Alberto, de nueve; y Laura, Juan y Natalia, de ocho años. Esa sería su prioridad a partir de aquel momento, proteger a los niños y, sobre todo, proteger su inocencia.

Se dirigió al auditorio. La película acababa de terminar y los niños estaban bailando y haciendo el payaso con la canción de los créditos finales. En cuanto vieron a Andrea aparecer por la puerta, todos regresaron corriendo a sus asientos y se quedaron en silencio como si nunca hubieran roto un plato. Andrea subió al escenario y apagó el televisor.

– ¿Ya es la hora de irnos, señorita? – preguntó Ana.

– No, no nos vamos todavía. – Contestó Andrea. Después elevó el volumen para dirigirse a toda la clase. – A ver, chicos. ¿Entendéis por qué se han estado yendo vuestros compañeros?

– ¿Porque sus padres han venido a recogerlos? – respondió Alberto.

– Si, ¿pero por qué?

– Porque hay una enfermedad – dijo Daniel.

– Exacto. Hay una enfermedad y es peligroso estar en la calle. Los padres de vuestros compañeros han venido a recogerlos porque todavía tenían tiempo, pero si hubieran esperado un poco más ya no habrían podido salir a la calle para venir al colegio. Lo que pasa es que ahora ya es tarde y es mejor que nadie salga fuera.

Algunos hicieron una mueca de no entender lo que decía la profesora. Los que sí lo entendían manifestaron sorpresa y miedo.

– Señorita, ¿entonces no podemos salir del colegio? – preguntó Daniel.

– Por lo menos hoy no. A lo mejor mañana.

– Pero yo me quiero ir a mi casa – gruñó Natalia.

– Y yo – agregaron Juan, Laura y Ana casi al unísono.

– Pero nosotros no podemos salir del colegio, y vuestros padres tampoco pueden venir a recogeros. Los teléfonos no funcionan, así que don Alfonso se ha ido a buscar a vuestros padres para decirles que estáis aquí conmigo y que no se preocupen.

– ¡No! ¡Que les diga que vengan aquí, que yo me quiero ir! – dijo Natalia gimoteando. Su desánimo empezó a contagiarse a los demás compañeros y pronto sus quejas inundaron la sala.

La frustración se apoderó de Andrea. Tal vez intentar explicarles la situación a los niños no había sido una buena idea, pero, ¿de qué otra forma podía conseguir que no salieran al patio y llamaran la atención de los infectados? Ella podía tomar medidas para salir de aquello, pero también necesitaba colaboración por parte de los niños. Necesitaba que ellos también actuaran con precaución. No podría tenerlos encerrados en la casa de la portera contra su voluntad, armarían demasiado alboroto y constantemente intentarían escaparse. Ella no podría vigilarlos las veinticuatro horas del día, ni tendría paciencia para hacerlo.

Andrea estaba a punto de tirar la toalla, pero Daniel se levantó y se dirigió a sus compañeros, silenciando las quejas y los berrinches.

– ¡No seáis tontos! ¿No os habéis enterados? No podemos salir a la calle, y nuestros padres no pueden venir a recogernos. Así que nos tenemos que quedar en el colegio. Pero esto puede ser guay.

– ¿Guay? – preguntaban extrañados unos y otros.

– Pero yo quiero ir a la Feria, que mi mamá ya me ha comprado el traje de gitana – dijo Laura.

– Hacedme caso – continuó David –. Esto puede ser como en Harry Potter, cuando los niños se encierran en el colegio mientras los malos de fuera quieren entrar. Porque a la Feria podemos ir todos los años, pero esto, ¿cuántas veces nos puede pasar? Una sólo.

De repente, el desánimo ya no era una actitud unánime entre los demás niños. Andrea aprovechó el momento para intervenir.

– Claro. Esto puede ser como en Harry Potter, o como en El Señor de los Anillos, cuando los orcos quieren entrar en el Abismo de Helm. Os puedo hacer lanzas para que os defendáis de los malos por si entran. Esto puede estar tela de guay, y cuando vuestros padres vengan les contaremos cómo ha sido la aventura.

Aquella palabra,"aventura", en los niños surtió un efecto moralizante, similar al queexperimenta un adulto cuando se entera de que hacienda le debe mil euros. Porfin había conseguido ganarse a los niños.

El Baile De Los SátirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora