El Almuerzo del Domingo

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Hay pocas cosas que puedan hacer enojar a un ama de casa de 46 años, menos aún a Majo. Ella es una morena tranquila, comprensiva y amorosa. Pero claro, todo eso cambia cuando se meten con su ceviche de cabrillón. Para Maria Jobina Quiñones, nada era más insultante que su familia le diga que su comida es asquerosa.

Bueno, no lo dijeron de ese modo, pero así lo sintió ella. Hirieron su corazón y su ego, aunque no exista mucha diferencia.

―Tía, a la firme está bien feo tu ceviche ―dijo Rolando, mientras se echaba a la boca un trozo de pescado fresco.

Llegó apenas hace dos días de Chile, después de dos años de no pisar la tierra de Marcavelica. Por ello, no recordaba el carácter su tía ni su amor casi obsesivo por la cocina. No tuvo la culpa por su exabrupto.

Su tío, Hernando, le dio un codazo y rogó dentro de sí para que su mujer no lo escuchara. Levantó las cejas y le hizo devolver el tenedor a su lugar.

―¡Au! ―reclamó el chico ante el golpe.

―¿Qué pasa allá fuera? ―preguntó la señora.

―Nada vieja, acá el Rolando que anda queriendo travesear tu ceviche.

―Ah, no ―replicó ella, que regresaba de servir el arroz relleno que invitaría como segundo― ya saben que nadie puede probarlo sin que yo dé la orden. ―Pellizcó la nariz del joven y se colocó en su silla, presidiendo la mesa.

―No te pases pe ma', te demoras un montón y nos dejas esperando, así no juega Perú ah ―increpó su hijo, Jordan.

El ceviche de doña Jobina, era conocido en el pueblo por ser el más rico que nadie nunca hubiera probado. Algunos decían que tenía un ingrediente secreto que ni su marido conocía, otros pensaban que cogía los limones de alguna planta que tenía en su corral. Pero la única verdad, era que la mulata tenía algo mágico, capaz de volver delicioso cualquier potaje en el almuerzo del domingo, hasta ese domingo.

―¿Y? ¿Qué les pareció? ―Siempre hacía la misma pregunta, solo para recibir los suspiros complacientes que le demostraban que tenía unas manos de ángel para los platillos marinos. La morena tenía un ego descomunal.

Sus ojos negros inspeccionaban en los rostros de su esposo, hijos y sobrino. Contaba cada segundo de espera, pero los suspiros jamás llegaron.

Ají, limón y salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora