Capítulo Veintiuno: El postre

Comenzar desde el principio
                                    

— ¿Si recuerdas que ese "pobre" escritor tenía novia, verdad?

—Cómo olvidar a tan desagradable criatura— hace una mueca de desagrado—, pero estás hablando en tiempo pasado.

—Ya no están juntos.

—No es tan estúpido entonces. Me preocupaba que fuera bueno escribiendo libros pero estúpido con lo que hacía de su vida.

»Y aun peor, me preocupaba que te gustara un estúpido.

Hago a un lado el poco cereal con leche que me queda y juego con las puntas de mi cabello, creo que debo cortarlas un poco. Papá enarca una de sus cejas.

— ¿Qué?

— ¿Ahora actuarás como una de esas odiosas niñas que juegan con su cabello tontamente por un chico?

—Ten un poco de empatía femenina, papi.

— ¿Vas a conseguir que firme mi libro?

—Haré todo lo que esté en mis manos—frunce el ceño— ¿Ahora, qué?

—Si ese es un código de sucesos de solo mayores de edad, no tienes que decírmelo.

— ¡Papá! No estaba haciendo referencia a nada más que conseguir ese autógrafo.

—Eso espero.

—De igual manera...

—Hola papá.

Salto por la sorpresa justo antes de ver a Edgar aparecer, acercarse a papá y darle un breve abrazo. Lo observo en silencio caminar hacia el refrigerador, toma una gaseosa junto a una mermelada y galletas, y se sienta en una silla del mesón al lado de papá. Me estiro hacia un lado para poder observarlo sin ser maleducada al ignorar a papá que en su silla se encuentra mucho más bajo que nosotros.

Edgar finalmente me da una mirada y asiente con la cabeza hacia mí, entrecierro mis ojos y papá carraspea su garganta.

—Hola, Edgar— prácticamente escupo las palabras, no olvido la última vez que nos vimos.

Quizá sea uno de mis defectos, pero yo nunca olvido cuando me lastiman y sacarse la espinita siempre parece difícil, en algunos caso la espina queda ahí.

»Ahora tienes una llave de la casa—señalo no muy feliz.

— ¿Qué? ¿Eres la única que puede tener acceso a la casa en la que crecimos?

—Eres tan idiota. De verdad que lo eres.

—Lamento no tener lo que tú consideras nivel de perfección, hermanita.

—No en mi casa—dice papá con calma—. No serás grosero con la hija que viene cada semana a verme en mi casa.

—Siempre tu favorita, ¿No, papá?

—Madura, ese argumento te servía cuando eras un niño maldecido por la pubertad, Edgar— tomo un profundo respiro, no quiero darle un mal rato a papá— ¿Puedes solo hacer feliz a papá, Edgar?

—Siempre queriendo parecer la niña buena— se gira, finalmente le da la atención a papá— ¿Cómo has estado papá?

— ¿La mayor parte del tiempo?

—Sí—responde Edgar desconcertado. Tomo mi taza para fregarla.

—Respirando, la mayor parte del tiempo estoy respirando.

—Puedo darme cuenta de ello papá, no es tan difícil dar una respuesta seria.

— ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué me quedo en casa viendo a Eli ir y venir mientras me digo que quizá mis otros hijos en algún momento se acordarán de su viejo padre? ¿Cuándo fue la última vez que me diste una sonrisa, Edgar?

Algo más que palabras (#2 Saga InfoNews)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora