Febrero 2016.

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Rio de Janeiro tiene todos los encantos y la majestuosidad que cualquier ciudad debería tener. Tiene aroma a floresta, predominan colores cálidos, el mar se confunde con el cielo y a lo lejos los morros delinean el paisaje como la más bella obra de arte creada por la mano de Dios. La ciudad tiene música, cerveza y feijoada. Las personas festejan todo el tiempo no sé qué, están felices... será por los veinte grados de mínima en pleno invierno? De igual forma la ciudad está pasando por cambios sociales profundos que vá más allá de la lavada de cara que se le dio, hierve en las calles de los barrios más tradicionales y no hay seguridad que pueda evitarlos.

Para seguir la costumbre, esa era la tercera vez que pisaba suelo carioca y según los pálpitos sería la última. Teniendo la posibilidad de viajar a otros lugares me sentía tan de la ciudad que creía que era mi casa. Nada tenía que ver mi estilo de vida con el que se tenía ahí, pero con sólo recordar que mi vida transcurría del banco a mi casa,  sin dudarlo ese era el ritmo que yo deseaba vivir... había encontrado lo que me hacía feliz.

No era sorpresa que aún habiendo aprovechado al máximo esos diez días de brasilerismo mi cara estuviese por el piso el último, tenía que volver. Subí al avión como niña mañosa que no quiere ir a la escuela y mirando hacia la ventanilla me despedí de aquel aeropuerto que me estendia la mano para que me quedara.

La nave despegó, ya había ingerido mi pastilla anti mareos para poder disfrutar la añorada vuelta a casa, no quiero ser irónica, pero como duele regresar a la rutina. Coloqué mis auriculares, en la radio estaba sonando "Dindi" de la voz de María Bethânia, miré hacia la ciudad que se alejaba y sentí que algo dentro de mi se quedaba ahí, había algo que me decía que en algún rincón de esa tierra alguien esperaba por mi...

Qué es el amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora