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"Sólo, déjame amarte"





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Agosto- 2016

La vida para Lee Taeyong nunca fue fácil. En realidad, ¿cuándo podemos llamar a una vida fácil? El término fácil parece demasiado aburrido, demasiado pequeño, demasiado débil.

No, la vida de alguien no podría definirse como “fácil”. Eso sería sin duda, demasiado sencillo. Cada persona pasa por miles de cosas todos los días, mil dolores de cabeza, mil arrepentimientos, mil heridas no expresadas. Todos los días, día a día. Aunque, sin esto, sin todo el maldito estrés y miedo que puede generar la vida en sí, la misma podría ser demasiado aburrida para que incluso valga la pena vivirla ¿O no? Al menos, así pensaba Lee Taeyong. Porque si no pensaba de esa forma, si no buscaba el lado bueno en su vida llena de porquería, se habría matado hace mucho tiempo. Pero no, no lo hizo.

Porque para él, la vida tenía que ser vivida. Con toda la mierda que trae consigo, con todo el estrés. Con todo el dolor. Porque al final, la vida también tiene sus sabores dulces, sus rayos de sol, su lado divertido, su lado feliz.

Taeyong había aprendido a buscar ese lado “bueno” de la vida desde pequeño. Desde que su madre falleció, y desde  que su lamentable padre se dedicó a apostar. Y solo a apostar. Al diablo el cuidado de su pequeño hijo, al diablo las responsabilidades. Al diablo la vida. El padre de Taeyong llegó a darle la espalda a la vida, y a su propio hijo. Cegado por el dolor de la pérdida de su amada esposa, cegado por la rabia. Taeyong tenía 10 años cuando su madre falleció, sólo 10 años, y aunque resulte imposible de creer, ese joven niño tomó la muerte de su madre de una manera mucho más provechosa que su padre, un adulto. Que se supone tendría mayor “madurez” para sobrellevar una situación así. Taeyong había aprendido de su madre a no dejarse derrotar por nada, ni siquiera ante su propio dolor. Así que Taeyong no se dejó derrotar, ¿por qué no luchar? Eso era lo que un Taeyong de 10 años pensaba todos los días.

Fue así como empezó a estudiar, a esforzarse. A intentar que cada día valga un poco la pena. A intentar demostrarle al universo y especialmente a su padre, cuanto amaba la vida y cuanto lucharía por vivirla como es debido.  Pero al cumplir los 15 años todo parecía empezar a derrumbarse. Todo su esfuerzo, todos sus sueños, todos sus ideales, dejados de lado por un amor.

Por una pasión. Taeyong era demasiado joven, demasiado inexperto en aquella área. Malas compañías, malas decisiones, llevan inevitablemente a malos resultados. Eso fue lo que un Taeyong de 18 años había podido aprender. Sin embargo le había llevado tres años darse cuenta de aquello, y en tres años, muchos fueron los errores, muchos fueron los dolores y muchas fueron las decepciones. Para Taeyong el estudio y el esfuerzo habían empezado a perder su sentido, habían empezado a verse ridículos ante sus ojos, habían perdido su color. Y Taeyong estuvo a un paso de renunciar, de hundirse, de dejarse llevar, de huir con aquel hombre 5 años mayor que él lleno de promesas vacías y de una vida aún más vacía. Pero las cosas no se dieron así, no se rindió. Solo por una razón, o mejor dicho,  por una persona.

Un amigo, mejor dicho, su mejor y único amigo de la infancia. Ji Hansol. Hijo de una familia de doctores, nacido con cuchara de plata,  pero dulce y amable por naturaleza, Hansol se las arregló para sacar a un devastado y aparentemente perdido Taeyong de aquel mundo donde no existía un rumbo fijo y donde cada día podías encontrar un tipo diferente de dulce. Dulces que por supuesto, aparentaban sacarte de aquel estado de dolor y tristeza, pero que no hacían mas que mentir. Una ilusión, la ilusión de los tontos. Porque el dolor seguía allí y aún más fuerte que la última vez luego de que el efecto se disipara.

Regálame más tiempoWhere stories live. Discover now