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Capitol Hill, Seattle

Sábado, 13 de febrero de 1999

Faltaban pocas semanas para un nuevo inicio de clases y mi vida regresaría al ritmo de mucho café y pocas horas de sueño. Bueno, que son tres años más de estudio comparado con la satisfacción que tendré al graduarme como economista. Y nada me quitará la meta que tengo trazada, ni siquiera enamorarme de la persona menos pensada.

Me había costado más tiempo de lo esperado, convencerme de que haber sido plantada fue lo mejor. Ni ese lunes, ni martes, ni la siguiente semana la volví a ver por el café. No me sentí herida por su falsa promesa, sino por darme cuenta que en realidad no le importo a nadie en este mundo más que a mi familia.

Por un momento creí que significaba algo más para Mía, ¡qué tonta he sido!

Solamente soy una mesera, en cambio, ella tiene todo el dinero y poder que se puede desear. Además, es tan hermosa como una modelo y tiene... novio. Me río con amargura y veo mi rostro reflejado en la bandeja que acaba de vaciar, ¿Mía qué podría encontrar en una chica como yo? ¿Amistad? Bah, seguro tiene una legión de amigas millonarias que viajan por todo el mundo durante las vacaciones de invierno.

Arrugo la nariz al recordar que me sentí melancólica por dos semanas sin verla. Pero, así como terminó enero y pronto lo haría febrero, también lo hicieron mis confusos sentimientos por una nueva amiga que en realidad nunca lo fue. Preparo una de mis falsas sonrisas y salgo de la cocina, doy unas cuatro vueltas por el enorme y decorado jardín, mientras ofrezco -a lo más de cien invitados- copas de vino cultivado en la misma Francia.

Este era mi nuevo empleo, sin dejar el del restaurante, durante los fines de semanas trabajaría como camarera en eventos sociales de gente famosa. Y esta noche estaba en la fiesta anual de la familia Armstrong, celebrada en una casa – que parece mansión- en la zona más exclusiva de Seattle. Algún día estaré al otro lado, ya no como la chica que sirve bebidas, sino como una orgullosa empresaria que viene a cerrar negocios.

La noche avanza igual de tranquila que mi anterior par de eventos en los que estuve; los invitados esbozaban tenues sonrisas al conversar, mientras la música realzaba el glamour de la velada. La cena ya había sido servida, y en cuanto terminara, solo tendría que recoger algunos platos para irme a dormir a casa.

El cuerpo me pesaba, pero como siempre tenía que sacar energías de donde no las había. Con las personas cenando en el comedor principal, me fue fácil recoger las copas que habían quedado alrededor del jardín. Ya con la bandeja llena me dispuse a regresar a la cocina, pero a mitad del camino noté una silueta que se ocultaba entre un par de árboles cerca de las escaleras que conducían al salón.

Quizá era un invitado que necesitaba ayuda o algo así, dudé por unos segundos, pero al final decidí dejar la bandeja en el suelo y acercarme hacia los árboles. Al dar unos pasos noté que la figura era femenina y lo siguiente me sobresaltó: tenía a Mía a menos de dos metros.

Me quedé congelada: ¿Por qué justo ahora nos teníamos que cruzar?, y, ¿por qué su rostro se encuentra tan desolado y triste?

Sus ojos celestes estaban apagados como la noche, al igual que sus atormentadas y decaídas facciones. La manera en que sus puños estaban cerrados quizás denotaban también mucho enfado. Pero, pese a todo, me atreví a saludarla.

- Hola, Mía. – Exclamé con la voz seca, tratando de encontrar un tono prudente para esta situación.

En mí cayó una mirada de sorpresa mezclada con algo de alegría, o al menos eso quería imaginar mi pequeño corazón.

Fuera de juegoOnde as histórias ganham vida. Descobre agora