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Ciudad de Nueva York

Lunes, 10 de marzo de 2008

¡Mía...!

El grito se esparce como un eco ahogado por todo mi dormitorio. Por reflejo tengo la mitad del cuerpo levantado, el corazón pelea por salirse de mi pecho bañado en sudor y los brazos me tiemblan mientras intento recuperar el aliento.

Todo ha sido una maldita pesadilla. Una más que agregar a la larga lista durante este año. Pero acababa de ser más real que todas las demás. Llevo las manos a mi rostro y aterrada las aparto hacia adelante. Por un momento creí tenerlas machadas de sangre y no debido a un frío sudor.

El paisaje más tétrico y oscuro de mi vida - el cual he tratado de olvidar - regresa como un recuerdo nítido: veinticinco metros corrí en el momento que el mundo se detenía a mi alrededor hasta que tus ojos desbocados de vida observaban la huida del atardecer. Aún siento el olor a sangre pegado en mi cuerpo...

¡No! ¡Maldición!

Agito la cabeza con fuerza hacia los lados para convencerme de que me encuentro en la realidad. De un salto salgo de la cama en dirección hacia las escaleras. Todavía con la respiración agitada llego hasta la cocina, me sirvo el poco jugo de fresa que quedaba en el refrigerador y veo mi reflejo en la puerta metálica.

Quién lo diría: Arantxa Stevenson asustada como una niña.

Aparto la vista con asco y enojo. Camino hacia la sala en un intento de calmarme y volver a conciliar el sueño. Aunque ello será una tarea perdida. El reloj marcaba ya casi las tres de la mañana. No sería el mejor de los inicios de semestre, pienso al dejarme caer sobre el sofá más largo de la sala. Sin embargo, al menos dentro de unas horas me distraeré haciendo la vida imposible a los estudiantes de cuarto año.

Tendría que sacarle partido a esta imprevista amanecida, por lo que prendo las luces principales del primer piso y preparo algo de té, antes de volver a repasar la clase que dictaré hoy. Alrededor de las cinco de la mañana ya le he dado tantas vueltas a los documentos de Gestión Estratégica, que podría iniciar con la preparación de los exámenes y continuaría sin ganas de dormir.

Tengo que descansar un poco, sino el resto del día será fatal: repito una y otra vez. Recojo los papeles esparcidos por los muebles y los llevo hasta mi estudio. Algunas veces resulto ser tan desordenada con el trabajo que no me reconozco.

Sin ánimo dejo la pila de documentos sobre el escritorio y dispuesta a subir a mi habitación doy un giro hacia la salida; sin embargo, la presencia de la carpeta que recogí hace uno días de la secretaría universitaria, hizo que me regresara y la abriera.

Un poco más de distracción no me haría ningún mal. La mayoría de hojas son de frívolas formalidades, las que ya me sé de memoria: cronogramas, reglamentos, fichas sobre la asignatura y la lista detallada de alumnos. Esto último nunca lo he leído antes de empezar la primera clase, ya que no me interesa en lo más mínimo saber si el señor fulano es de la carrera tal y del enésimo año.

Sin embargo, una pizca de curiosidad logra que le dé una hojeada rápida. En los últimos ciclos cada vez son menos los alumnos, mi clase será de apenas 45 almas que sueñan con ser empresarios exitosos.

¡Ja!

Repaso los nombres con velocidad y sin prestarles mucha atención... Foster, Gives, Granger, Isaacson, Ivanova, Jenkins, ...

¡¡¡Ivanova!!!

Mi corazón late con fuerza al leer ese apellido. Con prisa busco su ficha correspondiente, mientras lo hago deseo que no sea ella. Pero al leer "Mila Ivanova" una cautivadora sonrisa se dibuja en mis labios.

Los ojos me brillan y casi dando saltitos de alegría regreso a mi habitación dispuesta a descansar un par de horas para tener un buen aspecto por la mañana. No me he dado el tiempo de analizar lo malo que podría resultar todo esto para las dos. Ahora solo me importa una cosa en el mundo:

Veré otra vez a mi pandita.

Fuera de juegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora