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Club 1329, Seattle

Sábado, 23 de enero de 1999

Es la primera vez que entraré a un lugar así de exclusivo, pero sé que en unos años tendré el suficiente dinero para hacer lo que me venga en gana. A los pocos minutos Frederick y su enamorada, Susan, se nos unen a las afueras del Club 1329. Con ellos ya estábamos completos para ingresar, así que nos encaminamos hacia la entrada principal; la cual tenía una larga fila que serpenteaba alrededor del edificio a causa de las personas que deseaban entrar y los guardias de seguridad no se lo permitían, aduciendo que el local ya estaba lleno.

- Déjenmelo a mí. – Dijo coquetamente Anna.

Mi amiga de cabello moreno se acercó por delante de la fila sin hacer caso a los reclamos de las demás personas y le habló a uno de los guardias; el cual debió buscar su nombre en la lista y le respondió con una sonrisa. Al permitirnos el ingreso no pude evitar dar una mirada a las personas de atrás que seguían esperando por una oportunidad. Sus ojos enfadados y sorprendidos no dejaban de seguirnos hasta que desaparecimos tras la puerta.

Creo que esas miradas se fijaban -sobre todo- en mi presencia, ya que, a diferencia de mis amigos, yo no pertenezco a este mundo. Con solo echarle un vistazo a mi atuendo gastado y barato cualquiera se da cuenta de ello: no poseo ninguna joya en el cuello o en las manos. En cambio, esas glamorosas mujeres con peinados hechos en salones de belleza, que me han matado con la mirada en la fila, me deben de odiar por no poder ingresar al club.

Esta vez, no le pedí ropa prestada a Anna o Susan – que con gusto hubiesen accedido - pues además de la vergüenza que me da hacerlo recordé que tenía esta blusa que me "regaló" esa extraña chica en el restaurante. Debí tirarla a la basura o devolvérsela cuando la viera, sin embargo, en toda la semana no me la he vuelto a cruzar por el café, y, luego de saber que esta prenda es de marca Dolce&Gabana me pareció un enorme desperdicio. Además, combina perfectamente con mi falda negra de vuelo corto y unos tacones. Quizás esté vestida con una prenda de diseñador, pero ello no quita el hecho de ser la chica que atiende en un café de lunes a viernes, y la envidia de esas personas lo deducían en un solo segundo.

El bar del interior estaba lleno de hombres y mujeres inmersos en conversaciones y risas. La música era muy ligera y le otorgaba al ambiente una delicada tranquilidad. Mis amigos me habían hablado de lo exclusivo de este club, pues tiene zonas para todos los gustos. Como esta que es para charlar sin tener que gritar sobre la música o a la que estábamos yendo para bailar toda la noche.

Mientras cruzábamos un largo pasillo hacia la zona de fiesta, la estridente música ya se hacía escuchar con fuerza. Esta otra zona era lo contraria a la anterior, una multitud de personas se movía con frenesí en la pista de baile y otro buen número estaba en la barra pidiendo bebidas. Si buscan a la gente más atractiva y adinerada del estado de Washington, deberían empezar por aquí.

Matt y Anna se dirigieron al bar para traer una ronda de bebidas, mientras que nosotros empezamos a buscar una mesa libre. Con señas les indicamos dónde estábamos y se nos unieron con un par de bandejas de Whisky y Vodka. Anna fue sirviendo las copas hasta el borde y las empezó a repartir.

- ¡Por el cumpleaños de nuestra mejor amiga: Arantxa! Y los próximos que vengan. – Farfulló con alegría Susan.

Brindamos todos y de un solo trago desapareció el whisky de mi copa. Mi cuerpo tuvo una sacudida por la ardiente sensación del alcohol. Luego vinieron más brindis grupales o en solitario con mis amigas y cada vez mi cuerpo se sentía más liviano y eufórico lleno de ganas por bailar toda la noche. No salimos de la pista de baile hasta después de que pasara una hora, algo cansada regresé a la mesa acompañada de Anna.

Fuera de juegoWhere stories live. Discover now